Fede Rodríguez (Río Grande, 1979): Escritor, editor y docente. Estudió letras en la U.N.L.P.
Participó de la Antología de Cuentos Fueguinos (Ed. Cultural TDF, 2011), la Antología de cuentos Vidas Urbanas (UNTDF, 2015), en el Jergario Latinoamericano Ilustrado (Editorial Universitaria de Guadalajara, 2016) y en la Antología de Conspiradores (Poetas Marcianos/Chile, 2016).
Junto con Germán Pasti y Omar Hirsig, es autor del libro El origen del viento: relatos y aventuras gráficas sobre la Tierra del Fuego (Ed. Cultural TDF, 2014) y Leyendas de la Tierra del Fuego (Viento de hojas, 2015).
Ha publicado cuentos en revistas de Argentina, Chile, España y Colombia. Desde el 2015 dirige, junto con Hirsig, la Revista Caleuche (historietas & cuentos de misterio y terror) y desde 2016 dirige la colección de poesía Confines para la editorial Viento de Hojas.
El Abrazo
-¿Y es linda? –preguntó Morelli.
Springer y el viejo Medrano estallaron en risas. Unas gaviotas volaron espantadas. El sol se acercaba a los picos de las montañas, y un viento suave agitaba las aguas del Beagle.
-No hay muchas mujeres estimulantes en la zona, joven –dijo Medrano. –Antes de conocerla, tome un trago más para el coraje.
-No soy tan joven, don. Tengo 22 años y soy policía –empinó la petaca y tragó el líquido. Parecía que iba a escupir las tripas por la boca. Medrano y Springer volvieron a reírse. Llevaban varias horas tomando.
-¡Y yo que pensé que todos los canas sabían beber!
Springer ayudó a Morelli a subir al bote. Medrano se quedó en la orilla saludando a un grupo de fornidos portugueses borrachos, sumidos en la alegría y la barbarie de una reunión ruidosa. En el bote había sacos de cueros de lobo y de oveja. Al alejarse, vieron desaparecer la naciente población de Ushuaia.
-Vas a trabajar en el presidio ¿no? Yo también estuve ahí… pero adentro –dijo Springer. –Hace un año que salí. Me trajeron en 1905. Homicidio simple. Nadie quiso escucharme. ¿Cómo no le iba a meter un tiro en la cabeza a ese tipo? Yo venía tranquilo, caminando por la avenida, fumando un cigarrillo y mirando la luna. Había ido a la pensión donde vivía una de mis protegidas que estaba enferma… Desde joven, casi por casualidad, una mina empezó a laburar para mí, y le agarré el gusto… Llegué a tener seis minas haciendo la calle.
¨ Como decía, venía por la avenida silbando un tango, y unos muchachos estaban bromeando en una esquina. Uno estaba de espaldas con la frente apoyada en la pared, orinando. Cuando pasé, se dio vuelta y me meó los zapatos. Me quedé quieto, y el tipo se reía sin dejar de apuntar a mis pies. Atrás lo alentaban los otros estúpidos. Ahí nomás saqué el chumbo y lo llené de balas. Los amigos salieron corriendo y el tipo se desangró sobre el charco de pis.
¨ No llegué a mi casa a cambiarme los zapatos que ya la policía me había alcanzado.
¨ Catorce años en Ushuaia, dijo el juez. Mi mujer y los nenes lloraron cuando oyeron la sentencia.¨
Se escuchó un chapoteo y distinguieron dos toninas saltando la estela del bote.
-Tomá agua, amigo. Te va a ayudar a despejar un poco la cabeza. –Morelli tomó la cantimplora y se quedó mirando las montañas, los bosques y las olas espumosas. Todavía lo maravillaba el paisaje fueguino.
-En el presidio nos hacían laburar en serio. Nosotros levantamos las primeras instalaciones y cortábamos leña todo el día, encadenados. Leña para las calderas, leña para las estufas, leña para las cocinas, leña para la usina eléctrica… Por todos lados había fuegos que devoraban leña… pero siempre nos moríamos de frío.
¨ ¿La comida? Muy mala. No se la daría ni a mi perro.
¨ ¿El trato? Pésimo. Golpes y torturas. El primer día, cuando se enteraron de por qué estaba preso, los guardias llenaron un balde con orina y me metieron la cabeza. Cada vez me dejaban más tiempo hasta que me desmayé medio ahogado. Me desperté llorando en sueños en la celda de castigo, tirado en el suelo helado de un calabozo de ochenta centímetros de ancho.
¨ ¿Salud? Enfermarse estaba prohibido; era el abandono total. Te dejaban en una sala inmunda, llena de tábanos, esperando la muerte o el milagro.
¨ Y lo peor: el destierro. No te podían visitar ni los familiares ni los amigos.
¨ Con los años, el dolor pierde novedad, y entre las personas se liman asperezas. Con muchos guardias, hoy somos amigos. No es que se aprenda a perdonar, sino que te va quedando tan poco corazón que ya ni se odia.
¨ En el presidio, el número de reclusos fue aumentando, y en el pueblo hubo menos soledad.
¨ Conocí delincuentes de las grandes ciudades, la mayoría tipos muy jodidos; presos políticos, anarquistas que están metidos en luchas obreras y esas cosas; y locos y pasionales como yo, que por algún error terminaron a la sombra.
-¿Pensó en fugarse? –preguntó Morelli.
-¿Pensar? Dos veces me fugué. Las dos en mi primer año de preso.
¨ La primera sólo por unas horas, no pudimos sacarnos los grilletes, y nos encontraron rápido.
¨ La segunda fue rica. Éramos un grupo de quince reclusos y dos guardias. Dos guardias muy jóvenes, como vos. Les partimos la cabeza a piedrazos. Huimos sin dirección. Yo me interné en el bosque. Tuve suerte, el guardia me puso mal los grilletes y los pude sacar sin dificultad. Corrí varias horas por el bosque sin parar. ¿Sabés dónde terminé? Donde vamos ahora.¨
Springer dejó de remar un momento y estiró los brazos y las anchas manos. Sacó una petaca y bebió. Se la ofreció a Morelli pero éste la rechazó moviendo cabeza. A unos metros, una ballena largó un brusco soplido. El bote fue alcanzado por una nube de agua pulverizada, de un hedor insoportable.
-En mi carrera errante por el bosque, me encontré con una choza de la que salía humo. Entré con cuidado y vi a una india sentada al lado del fuego. ¿Te imaginás el festín, pibe? Dos días estuve encerrado con ella. Le hice el amor sin piedad. Sólo paraba para juntar mejillones y algún pescado. Ella no tenía voluntad; hacía todo lo que yo quería. El único momento en que cambió su expresión rígida fue cuando acabé la primera vez que la monté y la inundé como un río: sus ojos se llenaron de horror y se arañó toda la panza hasta sangrar mientras gritaba. Lloró un rato y, luego, su rostro volvió a ser de piedra.
¨ Al segundo día, con la ayuda de un indio, los milicos me encontraron. Esposado escuché que los guardias le decían al rastreador que le pregunte a la india por qué vivía sola y si no quería ir con ellos al pueblo. Le habló, y ella le contó que toda su familia había sido asesinada en ese lugar, que sólo quería esperar la muerte en su choza, que el mundo estaba vacío.¨
Morelli sacó una mano del bote y juntó agua para refrescarse la cara. Encendió un cigarro y lo chupó con furia. Se sentía mejor. Los vapores de la bebida se estaban escapando de su sangre.
-Cuando salí en libertad, el dinero que me dieron desapareció rápido: un poco de ropa en el almacén de los Fadul, unas botellas de escocés en el bar del gallego Alonso, un caballo viejo que le compré a un chileno… Los convictos salimos de la cárcel para que nos sigan explotando. No se puede huir del presidio y no se puede huir de la isla. ¡La isla es la cárcel!
¨Hay idiotas que no tienen salvación. Salen del presidio y a los pocos días la policía los trae de vuelta, ebrios, hambrientos y desnudos, oliendo a salvajes.¨
En el largo atardecer del verano fueguino, el bote se desplazaba a velocidad constante, impulsado por los fuertes brazos de Springer. El ex convicto era un hombre de unos cuarenta y cinco años, alto, rubio y de mandíbulas rectas. Su cuerpo tenía todo lo que los hombres respetan en secreto. La diferencia de edad podría permitir a algún distraído imaginar que Springer y Morelli eran padre e hijo; el aspecto físico, no. Morelli era bajo, de pelo oscuro que crecía desde la frente y tenía cierto aspecto de mono adolescente.
-Ushuaia creció con el presidio. Los pioneros hicieron mucha plata.
¨Al salir en libertad, me presenté para ser guardiacárcel, pero ya no contrataban más a ex convictos. Prefieren gente como vos, pibe, que no tenga historias adentro.
¨Trabajé en el muelle descargando barcos; en aserraderos cortando árboles y haciendo tablones, postes y varillas. Aprendí algo de zapatería y sastrería en el comercio de Fernández, y algo de mecánica trabajando en la usina que se encarga del alumbrado eléctrico. La cárcel me convirtió en un hombre laborioso y capaz.¨
Sólo el demonio sabe con certeza cómo Springer aprendió que la paz se encuentra en el trabajo.
-Pasé muchas noches en la jaula pensando en mi india. Cuando salí la busqué. Y aunque todos dicen que los indios son haraganes e inútiles, no costó nada acostumbrarla a atender a otros hombres. Yo le llevo comida y ropa; ella abre las piernas y me da algún dinero… Apretando la leche se saca la manteca ¿no?
-Está lejos la choza. ¿Por qué no trae a la india a trabajar al pueblo?
-No. Ella quiere morir allá. Ushuaia es otra cosa. En Ushuaia quiero recuperar mi vida, terminar mi casa, juntar un poco más de dinero y poner un comercio… Aunque pasaron muchos años, sigo en contacto con Marta, mi mujer, y mis hijos. Los sigo amando. Los dos más grandes ya están haciendo sus vidas, pero los mellizos, los más chicos, quieren venir con Marta a vivir conmigo… Cuando me mandaron a la isla, ellos eran dos bebés hermosos… Ya pasaron quince años… ¿Sabés las cartas lindas que me escriben? ¡Cómo quieren conocerme! Por suerte, no perdí lo mejor que tenía.¨
El bosque y las saladas aguas se iban cargando de sombras. Se escuchaban con claridad los ruidos que trae el viento.
-¿Está juntando plata para traerlos?
-El gobierno está entregando pasajes para las familias que quieran venir a establecerse, para que el pueblo crezca. Quiero una nueva vida para ellos y para mí, una nueva vida juntos, lejos de la gran ciudad. Buenos Aires está enferma… Ushuaia es la esperanza. Si traen a las familias de los convictos, todos vamos a ser un poco menos desgraciados.
-¿No le preocupa que la gente sepa que usted estuvo preso?
-En este pueblo nadie pregunta por el pasado de los demás. Muchos ex penados hoy son hombres respetados. Nuestros hijos van a ser libres… Van a vivir una manera diferente de ser jóvenes.
El bote pasó cerca de un islote con cormoranes y lobos marinos. Unas vacas pastaban en la costa. El sol se enfriaba detrás de las montañas. Pese al viento, podía verse el humo de una choza precaria.
-¡Estamos llegando!
Springer y Morelli bajaron del bote. El policía ayudó al ex convicto a cargar unas bolsas de cuero. Llevaba azúcar, galletas y otras cosas buenas. Springer encendió un fuego y se puso a salar unos pedazos de carne de capón.
Luego le pidió a Morelli el dinero acordado.
Del interior de la choza salió una mujer de edad ingrata que se veía extraña llevando sucios vestidos europeos. Pequeña de estatura, de torso y brazos fuertes, su mirada parecía muerta. No hizo ningún gesto mientras se acercaba al fuego; su cara era una máscara.
-¿Esta es la india? ¿Qué tiene en los ojos? Parecen ojos de pez… Parecen ojos de vidrio como los de las muñecas. ¿Y esas llagas rojas alrededor de los labios? – dijo Morelli.
-¿La ibas a besar, maricón? –contestó Springer. –No te traje para que te enamores –y su risa sonó como una estampida de baguales.
En ese instante, se escuchó el ladrido de un perro y apareció sonriendo una chica muy joven, de piel más blanca, más alta, de postura más erguida que la mujer, cuyas formas se estaban redondeando de manera interesante. Iba desnuda, llevando apenas un cubre sexo de cuero de foca. Se sorprendió cuando vio a Morelli e intentó retroceder. Pero el policía no le dio tiempo y la tomó de la cintura y acercó su cabeza al cuello de la niña.
-¡Este es el olor que buscaba!
-Sacale las manos de encima o vas a perder los colmillos de un sopapo.
-Te pago más.
-Ella no.
-¿Ésta te la reservás para vos, viejo verde?
-Sí.
-Hoy vas a tener que compartirla. ¡Vamos! No te la voy a romper – dijo Morelli sonriendo con mala sangre.
-No. Va a ser mejor que la sueltes, infeliz.
-¿O qué? ¿Te olvidás que soy policía? Si te doy una muerte sucia a nadie le va a importar.
Springer con dos pasos se puso al lado de Morelli. Esté intentó desnudar su pistola pero el dorso de la mano del ex convicto le cruzó la cara, haciéndolo caer de culo al suelo. Cuando Morelli reaccionó, Springer tenía el facón a unos centímetros de su rostro. La joven corrió a refugiarse en los brazos de la mujer.
-¡Dame el arma, estúpido! –gritó Springer con voz de trueno. –O vas con la india a la choza o te volvés caminando y sin dinero a Ushuaia. Elegí. Esto no es Buenos Aires. Acá no hay policías y ladrones. ¡Acá todos somos prisioneros de esta isla maldita!
Morelli se levantó medio idiota, la lengua le temblaba de temor y no pudo decir nada. En su mente se lamentaba por haber conocido el peso de la mano del ex convicto. Siguió a la mujer al interior de la choza. La mirada de Springer no se enfrió hasta que el policía desapareció de su vista.
De repente, los vientos se callaron y la vida volvió a pasar sin pausa. La joven, con los párpados húmedos, se acercó a Springer y le dio un abrazo fuerte. El hombre la abrazó y sintió en su pecho la sangre espesa y menos frío en el corazón.
El fuego chispeaba para indicarle que además de las palabras, hay otra forma de perdonar.