En la entrada del edificio de departamentos, en los parabrisas de los autos, en las puertas de los comercios, en el ingreso de las galerías y, por supuesto, arremolinados en algún rincón de la ciudad, los volantes que siguen presentando a los candidatos que disputan las dos bancas disponibles en la cámara de Diputados de la Nación se han vuelto una problemática inocultable.

El impacto ambiental de las campañas electorales ha intentado ser regulado tanto en nuestra provincia como en el resto del país. En algunos municipios está prohibido que se repartan volantes (ya sea con fines políticos, comerciales, sociales, etc.) y en algunos otros, como el caso de la ciudad de Río Grande, está regulado el uso del espacio público para la colocación de afiches publicitarios.

Pero también sucede que en muchos casos las regulaciones no son más que letra muerta, meros intentos de controlar un daño que es producido en gran medida por la falta de creatividad a la hora de encarar una campaña electoral.

También está establecido que, una vez finalizado el acto eleccionario, los partidos políticos tienen la obligación de limpiar los espacios utilizados (blanquear paredes, descolgar cartelería, despegar afiches, etc.), pero lamentablemente esto no siempre ocurre y no es nada raro encontrarse en un poste de luz con un cartel que lleva la cara de algún viejo candidato de alguna elección pasada.

El volante, el afiche, hasta el vehículo con parlantes recitando un spot publicitario en un loop infinito son maneras de contaminar el ambiente en que vivimos. La contaminación visual, sonora y las pilas de basura que se generan hacen que el resultado de intentar que un candidato sea conocido termine siendo dañino.

Existen regulaciones: en varios países del mundo obligan a que toda papelería proselitista se realice en papel reciclable o con materiales biodegradables, pero lo cierto es que el común de la sociedad no tiene realmente incorporado el ejercicio del reciclaje, entonces todo aquello que viene en formato papel termina en la basura común o, lo que es peor, en la vía pública, generando así una problemática ambiental considerable.

Si a todo esto le sumamos que vivimos en una zona con características climáticas muy puntuales, entre ellas el fuerte viento, todo se levanta en un combo explosivo que no produce más que basura que se pega en los alambrados o se acumula en terrenos baldíos. Paradójicamente, todo lo que hizo que se prohibiera el uso y distribución de bolsas plásticas.

La propaganda electoral genera una considerable cantidad de residuos sólidos a los que, desafortunadamente, no siempre se les da un manejo adecuado y generan serias afectaciones a nuestro medio ambiente, como contaminación del aire, del agua y el suelo, lo que repercutirá indudablemente en nuestra salud y calidad de vida.

Podríamos hablar largo y tendido sobre los efectos de la campaña electoral en la intención de voto de los ciudadanos. Por lo que dicen las encuestas, parece ser que la influencia sobre el voto es mínima. Es decir, para cambiar la intención de voto de cuatro despistados, los partidos políticos invierten cantidades ingentes de recursos personales, materiales, económicos, etc. Si se tratase de un negocio o una actividad empresarial sería ruinoso y desde el punto de vista de la sociedad se trata de un modo de actuar conscientemente insostenible e incluso injusto para una democracia*.

El impacto ambiental y la contaminación visual no quedan circunscriptos a las ciudades: con solo subirse a la Ruta Nacional No.3 y recorrer los poco más de 200 kilómetros que separan las ciudades de Río Grande y Ushuaia, alcanza para encontrarse con decenas de carteles (y hasta pintadas en lugares naturales) que publicitan a los competidores de la carrera electoral.

A la postre, resulta irónico pensar que, aquellos que luego son los encargados de generar medidas que velen por los intereses del medio ambiente, y por consiguiente de cada uno de los habitantes, sean los mismos que provocan una enorme contaminación a lo largo de los períodos que abarcan las campañas proselitistas. La mayoría de las veces, ese impacto es provocado simplemente por la falta de ingenio.

Termina siendo curioso que, en plena era digital, todavía se recurra al uso indiscriminado del papel para lograr un nivel de conocimiento suficiente para que el candidato sea “reconocible” para el elector, como si no existieran recursos suficientes para generar alternativas que produzcan resultados parecidos.

Un capítulo entero aparte sería mencionar, además, los costos económicos que producen este tipo de acciones. Diseño, impresión, distribución y/o colocación, suman miles de pesos que terminan, literalmente, en la basura.

El mayor problema, sin embargo, no sólo radica en el impacto ambiental que deja la elaboración indiscriminada, cada dos años, de propaganda electoral o el casi nulo castigo para los candidatos y partidos que no cumplen con retirarla. Si no que al no existir otro método más ingenioso y efectivo que permita a políticos exponer sus ideas y propuestas de gobierno, el bombardeo de afiches y volantes se convierte en una especie de “mal necesario” aun cuando el daño que esto acarrea al medio ambiente es perjudicial para todos.

 

 *Naider: proyecto social y empresarial. Su objetivo fundacional es colaborar en la construcción de ECONOMÍAS INTELIGENTES, co crear CIUDADES INNOVADORAS E INCLUSIVAS y co liderar procesos hacia la SOSTENIBILIDAD AMBIENTAL

 

María Fernanda Rossi

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