Anahí Lazzaroni nació en La Plata el 30 de agosto de 1957. Reside desde su infancia en Ushuaia, capital de Tierra del Fuego, Argentina.

Publicó, entre otros: “Dibujos” (Ediciones Revista Aldea, 1988), “El poema se va sin saludarnos” ( Último Reino, 1994), “Bonus Track” (Último Reino, 1999), “A la luz del desierto” (Último Reino, 2004), “El viento sopla” (El suri porfiado, 2011). Entre 1986 y 1994 codirigió la revista “Aldea”.

Colabora en publicaciones del país y del extranjero. Poemas suyos han sido traducidos al catalán, coreano, francés, inglés, italiano y portugués.

El disfraz

Para atravesar el invierno harás tu propio disfraz.

Tendrás que elegir los paños, los hilos, el color.

En otra época árboles y caballos alegraban el camino.

Ahora que todos

están viajando hacia sus propios miedos ¿qué pasará?

¿Te alcanzarán los preparativos?

¿O necesitarás:

un vaso de agua helada,

un cuaderno de notas,

una música del barroco,

y la mano que una vez te ayudó

a reconocer los escollos en el viejo mapa?

No podemos saberlo.

No te lo diremos.

 

Boceto

Cantos sólo cantos

escritos en una noche de vigilia.

La juventud huye, huye

a vuelo rasante,

en ese caballo con cara de Dios

van sus aromas.

 

Perfil

Ágil y lustroso

salta

(en la mitad de una mañana radiante)

el pez azul

de la melancolía.

 

En el fin del mundo

Hoy nadie se detiene

a mirar la lluvia.

Escribir cartas

es huir de la ciudad.

 

Leyendo diarios

Un cocodrilo del siglo diecinueve

bosteza.

¿El río?

Cualquier río fangoso

de África lejana.

Animal de sanas y sabias costumbres

si vinieras

y devoraras este caos perfecto

no harías otra cosa

que embellecer

el mundo.

 

En la casa del Tigre

Cuentan grandes penas, amoríos trágicos

e historias de madres posesivas hilando la tarde.

Despliegan el dolor como si fuera un mantel

y beben alegres las copas del olvido.

Una embarcación en ruinas

navega el río de la noche,

dicen que en ella viajan

el rey mendigo y su guardia de sonámbulos.

A mediados del siglo

en una ciudad mal llamada Buenos Aires,

repiten, un niño levantaba apuestas de caballos

a espaldas de sus inmaculados padres

y más lejos otro niño loco

se inventaba solitario la llanura.

Murmuran trozos de vida

ya cubiertos por el polvo

o casi.

 

Dos barcos

No se por qué me persiguen dos barcos

que se estrellan en la madrugada

o en una noche que no es ni áspera ni dócil.

Apenas veo sus proas.

No los distingo, los siento ahí

en alguna parte del mar,

de otro mar que no es el mío,

tampoco el de los sueños.

Quizás sí sea el de la infancia,

más allá del Le Maire,

el de los libros o el de las pesadillas de invierno.

Dos barcos grises, sin tripulantes,

chocando sin ruido

entre olas altas.

 

 

 

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