Oscar “Mingo” Gutiérrez (Río Gallegos, 28 de marzo de 1953) es un periodista y escritor argentino conocido por sus valiosos aportes sobre la historia social fueguina.
Tercera parte: Apuntes sobre la fueguinidad
-La identidad fueguina está en la diversidad. Si tenemos en cuenta que los fueguinos son minoría, es difícil que esa minoría defina a la mayoría. La gente que vivió por los años 60’s, la gente de mi edad -soy un hombre de 60 y pico de años- ya no somos muchos. Seremos… ¿mil? ¿dos mil? Entre más de cien mil habitantes que tiene Río Grande. Ese número es poco representativo. Pero quizás haya un germen entre todo lo vivido para contagiar a los que vinieron después. Con las cosas que se vivían en aquellos años se podría escribir una novela. Los que vinieron en los años 70’s también vivieron sus años de aventuras. En Tierra del Fuego, una de las características es que la historia comienza cuando se llega.
-Leyendo los primeros libros de Julio Leite, recuerdo que está mucho el tema de la invasión, del fueguino que se siente desplazado, de las fábricas…
-Esa era la actitud del que llegaba. El que llegaba, llegaba con ánimos civilizatorios. Eran tiempos de conflictos entre Argentina y Chile. El que estaba de antes tenía raíces chilenas, entonces era el enemigo. Ahora por otras cuestiones ideológicas el de antes es el malo. Por ejemplo, se inculpa al que vino de antes por el exterminio aborigen. Es absurdo pensar que todos vinieron a matar indios. Habrán venido buscando una vida mucho más sencilla. Los que tuvieron ese rol de extermino son gente del siglo XIX, y hoy por hoy quedan muy pocos descendientes de esa gente. Tierra del Fuego siempre fue un espacio para la aventura.
Tengo un diccionario que espera algún día verse impreso, que se llama Apuntes sobre la fueguinidad, donde tomo palabras que han tenido un significado regional. ¿Qué es un ventarrón? Lo que estamos sintiendo en este momento. ¿Qué es un moscardón? Estamos volviendo a la primavera y vuelven las moscas, y no son las moscas, son los moscardones. Todo es grande acá… (RISAS)
-¿Qué libro te parece que se debería leer en relación a lo fueguino?
– El libro que no hay que dejar de leer es El último confín de la tierra. Hay gente que carga muchas tintas porque dice “estos son los ingleses”, “esto lo escribieron por encargo”. Todos tenemos esa dualidad de origen. Es un libro muy atrapante. Es un libro que yo recomiendo leer hasta la palabra Yak haruín[1]. Cuando aparece la palabra Yak haruín, cerrá el libro y guardalo por un tiempo. Aguantátela, y un día comenzá a leerlo a partir de ahí. No lo leas de un tirón. Es un momento cargado con mucho sentimentalismo, por parte de un protagonista que es un nativo, que descubre que habla de su tierra y la define en dos palabras. Lo propongo como un desafío para el que quiera leerlo. Cuando nosotros lo leímos, por los años 70’s en Radio Nacional, capítulo por capítulo (había salido editado por Marymar) no nos dimos cuenta de eso. El Gonza Lemui, que ahora se dedica al canto, me hizo caso y lo leyó hasta ahí. Cuando terminó esa parte grabó un CD que se llama “Yak haruín”. Y cuando lo veo le digo ¿cuándo vas a leer la segunda parte? “Supongo que cuando lea la segunda parte haré otro CD”, me dice. (RISAS)
-¿La cultura selknam?
-Hay una revalorización de la estética selknam. Sus descendientes están divididos y mucho pertenecen a familias que no esgrimían tanto su condición de aborígenes. En los años 60’s se hablaba de los últimos. Esto reflotó cuando en el país empezó una mirada relacionada con recuperar derechos para los pueblos originarios. Hay quienes lo miran más críticamente y dicen: “Ahora que hay tierra para repartir han aparecido selknam por todos lados”. Cuando no había más para repartir que la “tierra de las patas” (como dice Ángela en una película), no había tantos. En los 60’s, cuando se vino a hacer el censo aborigen, mucha gente se sintió ofendida. “¿Qué se creen? ¿Qué acá somos indios?”. La idea de indio era algo que había pasado.
-Todavía existe esa idea. Yo veo chicos en los colegios con apellidos mapuches, que uno les pregunta por el origen del apellido, y lo desconocen.
-Hay una negación de la identidad. Son los tiempos que corren. Conozco una señora que es estanciera que dice que antiguamente los cuatreros tenían todos nombres aborígenes, y los administradores de las estancias tenían todos nombres ingleses. Y ahora en Tierra del Fuego, los cuatreros tienen nombres gringos, y los administradores nombres criollos. (RISAS) Con el tiempo se verá lo que decanta de todo esto.
-Uno de los libros tuyos que más me gusto fue el de las entrevistas a los últimos selknam, Ausencias y presencias. Lo disfruté muchísimo. Y me pareció muy valioso como testimonio.
-Son ocho y ocho. Ocho vivos y ocho muertos. Es un libro que surgió como una experiencia periodística. Se fue escribiendo dentro de la dimensión que se iban dando las cosas. El primer relato que comencé fue el de Federico Echelaine, que puede ser muy censurable porque está la foto de su cadáver. Fue lo que me impactó. Entro a la guardia del hospital, eran los días que había nacido mi hijo mayor, y encuentro que Federico, a quien yo conocía, estaba muerto. Atiné a sacarle una foto, poca gente andaba con cámara en Tierra del Fuego en ese momento. Pensé en algún momento en hacer una nota que se iba a llamar “la raza muerta”. Cómo que se estaba yendo con él toda la raza. Y no había mucha gente detrás de él que reclamara. Después aparecieron los nuevos fueguinos, los nuevos selknams.
Los últimos capítulos, como el dedicado a Virginia (Choquintel) o a Pacheco, era gente que fue reivindicada a través de ciertos hechos políticos. Ellos no vivían en la isla, fueron traídos. Vinieron porque podían tener un mejor pasar. Más aún, Pacheco fue expulsado de la isla, porque hay conductas propias de aquellas épocas, de un trabajador rural… Digamos que era de brindar mucho, más que trabajar. Eso hacía que te subieran a un avión y te bajaran en Río Gallegos. No me consta por testimonios que tenga grabados, pero en esa época se repetía esto: cuando una persona tenía sus inconductas se decía “¡que lo echen de la isla!”. (RISAS)
Otro tema fue el de Segundo. En un momento, Segundo me confesó el homicidio que había realizado, y eso era algo que pesaba en su conciencia, había matado a un ser humano, a una persona que era un ona puro. Él, como ona mestizo, había matado a un ona puro. Había hecho como una destrucción terrible. Él también era un matador de indios. Me pidió que eso lo publicara alguna vez cuando él se muriera. Por eso, en el último capítulo está esa mención. A alguna gente le molestó, pero eso formó parte de la realidad. O sea, los selknam también se mataban entre sí.
Hay una segunda parte de Ausencias y presencias, que se llama Prontuario del aborigen fueguino. Que es información que he encontrado en los archivos de la justicia. Por ahora eso está guardado.
[1] Significa mi tierra, en idioma selknam. Aparece en El último confín de la tierra en el Capítulo XXXV-3, en la parte El camino de Najmishk, 1900-1902.
Fede Rodríguez