Son las ocho y media de la mañana, en el cielo apenas algún asomo de nube que da una sensación cálida. En una ciudad esquiva, grande, y a veces un poco hostil, aparece Victoria.
Alta, con un pelo rubio casi blanco que le llega a la cintura. Perfectamente maquillada, manos y cabello impecable y una sonrisa que se le borrará solo un par de veces en las próximas dos horas.
“Elegí el nombre Victoria porque me parecía un mensaje, para mí y para los demás. Es como un pequeño triunfo a todas las batallas que tuve que dar para aceptarme y que me acepten”.
Cuando nació, hace 26 años, mucho más al norte de donde está ahora, Victoria tenía otro nombre. Uno que no se correspondía con lo que ella sentía, pero no le gusta recordarlo y no lo dice. Le da miedo decirlo en voz alta, como si se tratara de una especie de Beetlejuice y si lo nombra mucho se le puede aparecer.
“No tengo registro desde cuándo me sentí nena y creo que eso es porque para mí siempre fui mujer. Imaginate una cosa así en un barrio humilde, en un pueblo chico, en el interior. Tenía todas las de perder. Y perdí. Mucho perdí” y pierde la sonrisa por primera vez.
En un mundo donde las polleras son para las nenas y si tenés órganos sexuales masculinos entonces sos varón, Victoria pretendía abrirse paso. Muchas veces le dijo a su mamá lo que sentía. Y su mamá le creía, pero también le decía que eso estaba mal y que se tenía que curar.
Se tenía que curar, era verdad. Se curó muchas veces de las heridas que le dejó el cinto de su mamá o las manos rasposas de su papá. Se curó muchas veces de los empujones de sus hermanos. Se curó muchas veces. Dos veces de la nariz quebrada, no recuerda de cuántas costillas rotas, no puede contar los dientes que perdió.
Cuando tuvo 13 se fue. Sola en un mundo que hacía todo lo posible por expulsarla. Pero resistió. Como pudo.
A los 14 ya ejercía la prostitución en los paradores de las rutas de camioneros. A los 15 había mantenido tantas relaciones sexuales que había dejado de ser ella misma. Durante años creyó que lo que hacía lo hacía por elección.
Fue a los 16 cuando un camionero le ofreció llevarla a Buenos Aires: “ahí vas a poder trabajar más”, le dijo. Y Victoria fue. Pero no trabajó, fue una esclava. 10, 15 y hasta 20 hombres por día “y yo creía que lo hacía porque quería”, dice pensativa.
Fue golpeada, humillada, explotada, maltratada. “Otra cosa no se podía hacer, era una chica trans sin estudios, solo se puede ser prostituta. Por lo menos eso creía en ese momento. Vivimos en una sociedad tan hipócrita que me sigue dando miedo”.
La transfobia es un concepto que hace referencia a las actitudes y acciones a través de las cuales se expresa odio, intolerancia o menosprecio hacia la diversidad de maneras en las que el género y el sexo biológico se relacionan.
Dicho de otro modo, las personas que manifiestan transfobia discriminan a personas transgénero en general por el hecho de serlo, siendo estas últimas individuos que escapan a las identidades de género binarias tradicionales (hombre o mujer con genitales masculinos o femeninos, respectivamente).
La gente que es víctima de la transfobia no presenta un perfil estereotípico que suela ser atribuido a los transgénero. Se trata de un gran abanico de identidades de género, como por ejemplo:
- Personas que practican el travestismo: se sienten identificadas con una estética y símbolos que no se corresponden con el género atribuido a su cuerpo;
- Transexuales: personas cuya identidad de género no coincide con la que les atribuye la sociedad a partir de su sexo biológico;
- Genderqueer: personas que no notan que su identidad esté vinculada a una identidad de género fija y bien identificable, sino que tiene límites difusos y/o es cambiante;
- Intersexuales: personas con unos genitales que en algún momento de sus vidas se han formado de forma ambigua, sin llegar a ser completamente masculinos o femeninos;
Actualmente, una gran cantidad de antropólogos y sociólogos cree que la transfobia es, básicamente, el modo en el que se expresa un sistema de dominación que se perpetua a sí mismo de generación en generación, sin necesidad de justificarse. Básicamente, se apoya en la idea de que los roles de género deben ser respetados por ser “lo natural” y que, en todo caso, quien quiera salirse de ellos es quien debe argumentar y convencer.
Victoria argumentó y quiso convencer toda su vida. A los 20 había abandonado cualquier intento de volver a escolarizarse después de dos experiencias que le costaron sendas golpizas y muchos actos de hostigamiento silencioso.
Llegar al aula y que en su banco haya una maquinita de afeitar y un calzoncillo. Que todos se rían. También el preceptor. Intentar ir al baño y que no le permitan usar el de chicas y que la obliguen -literal y violentamente hablando- a usar el de chicos. Que sus profesores la llamen por su nombre masculino, en voz alta, dejándola expuesta y vulnerable. Desistió.
“Soy trans y no tengo estudios, no terminé ni la secundaria y mucha gene no se da cuenta que eso no es una elección propia. Andá vos a un lugar donde todos los días, pero todos los días, te peguen, te insulten, te tiren del pelo, te toquen la cola, te quieran quitar la ropa. Pero después vas a buscar trabajo y como no estás escolarizada no tenés chances. Si sos trans o sos puta o sos peluquera, pero no hay elección, eso tiene que quedar muy claro”.
La organización Otrans Argentina dice en su págin web: “La Comisión Interamericana de Derechos Humanos considera probada la existencia de un ciclo de violencia institucional para el sector de la población travesti y transexual en la Argentina. Las personas trans enfrentan la pobreza, exclusión social y altas tasas de inaccesibilidad a la vivienda, presionándolas a trabajar en economías informales altamente criminalizadas, como el trabajo sexual o el sexo por supervivencia.
Se trata de uno de los sectores más vulnerable, más desprovisto de derechos, más expuesto a la violencia institucional, al sistema de salud y a la policía y excluida de los ámbitos laborales.
El acceso al empleo formal supone no solo autonomía económica, sino también la posibilidad de formación, capacitación y acceso a la seguridad social. El estudio realizado por Lohana Berkins y Josefina Fernandez revela que 6 de cada 10 de las mujeres trans/ travestis están vinculadas al trabajo sexual en la actualidad”.
Y Victoria reafirma: “Lizzy Tagliani, Flor de la V, Costa, son las excepciones. La mayoría de las chicas o chicos trans vivimos en la oscuridad, nos morimos jóvenes, generalmente enfermas o nos suicidamos porque vivir con esta presión constante es inhumano”.
Aprendió manicuría, hace uñas esculpidas y esmaltado semipermanente. Con eso dejó la calle. Ahora vive sola; bueno, con su gato James -por James Franco, de quien dice estar enamorada repetidamente y siempre acompañada con una sonora carcajada- y está decidida a terminar la educación secundaria.
Vuelve a perder la sonrisa cuando habla de su mamá: “sé que no fue una mala mujer, ni una mala madre. Hizo lo que sabía, lo que le enseñaron, lo que pensó que estaba bien. Yo no la puedo culpar y en el fondo estoy segura que ella me entendía y por sobre todo sé que me quiso siempre”.
No se pudo despedir de su mamá que se murió de cáncer casi al mismo instante que lo diagnosticaron. Pero cree que es mejor así. Prefiere revolver donde sabe que va a encontrar recuerdos bonitos.
Cree en Dios. Asume que suena irónico porque mucho del rechazo que recibe viene del dogma y de la religión, pero prefiere sentirse acompañada aunque sea por su fe. Cada mañana se encomienda a Jesús antes de salir de su departamento de un ambiente y le agradece todos los días haber vuelto sana y salva.
Sana y salva, dos cosas que le han costado toda su vida. Dos simples cosas que han hecho de esta mujer, una verdadera Victoria.
María Fernanda Rossi