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Un hilo
de Facundo Viñabal

Una mañana de domingo, parcialmente nublado, donde cada tanto se veían algunos rayos del sol, el barrio residencial del pueblo se vio invadido por un hilo de algodón que atravesaba de lado a lado las calles, zigzageaba, de arriba abajo y de izquierda a derecha de las veredas.
El hilo pasaba por todas partes, picaportes, cestos de basuras, patentes de los autos, las bombillas de los mates que algunas viejas dejaron olvidados en los dinteles de las ventanas, por los rayos de una bici, incluso rodeaban a un gato que dormía en un techo negro que era calentado muy suave por lo que veíamos del sol.
Los brackets de una niña que recién había salido a comprar pan para el desayuno, también estaban invadidos por el hilo, hacían un espiral entre el alambre y las piezas dentales.
Tensionaba y traía hacía la calle a la niña, que hubiera sido atropellada si no fuese porque parte del hilo se hizo un estambre en las ruedas del primer auto que venía directo hacia ella.
Y ese auto atajó a otros autos.
Algunos globos también habían sido amarrados con el hilo, pongamos que unos treinta, no más. Ese racimo de globos adornaban horriblemente el frente de un kiosko recién estrenado, por alguien que jamás quiso ser kiosquero. El dueño del kiosco quería ser empresario, estar rodeado de gente que le pida favores, tener un montón de llamadas sin contestar adrede, pero no, ya era el primer día y tenía a cinco vecinos que le pidieron fiado.
El hilo entraba también en ese kiosco, rodeaba unas góndolas pequeñas, pero llenas de galletas tan atestadas de azúcar como de hilo. Hilo que atravesó de lado a lado el kiosco, se metía en las heladeras, y llegó a coquetear y abrazarse muy fuerte con las gruesas sogas de una bocha de mortadela. El hilo rodeaba a las sogas, le envidiaba su grosor y su tinte marrón, ese color que los hace propensos a decorar algún día a un bar que quiera ser alternativo, como un bodegón, que pareciera que todo se acomodó porque sí, porque lo tiraron ahí y quedó. Pero el blanco hilo, sabe, y siempre supo, que su color desentona en la noche, sin embargo, la longitud de sí mismo lo mantenía seguro.
El hilo sabe que ser transversal, tarde o temprano le iba a jugar a su favor.
El kiosco tenía un pequeño ventiluz en el baño, y por ahí se iba el hilo, no sin antes rodear todas las griferías, y de ahí, al poste más cercano.
En el poste, el hilo cubrió, como una abuela arquetípica que teje, a la cantidad de cables que se amontonaban en un nodo, se tejió a sí mismo como una red, creó una trama, unos fractales, dejó que el sol lo atraviese, y así le regaló a los vecinos un espectáculo de sombras.
Los hilos detestan a los cables. A esas líneas inertes, sobrias, tan tóxicas en su composición química que conforma su cuerpo con el petróleo y el cobre, como lo que transmiten. Grandes errores de comunicación, malos entendidos, demasiada información, poca información, mucha interferencia, muchos intermediarios, pocos timbres de voz. El hilo, se sabe a sí mismo fiel, porque con dos vasitos de cartón, el mensaje es bien claro, casi como hablarle al oído a alguien que se quiere. El hilo, se sabe vegetal, sustentable e inocuo.
Los vecinos veían al hilo como un acto de providencia, algo “lindo”, algo que hacía que el barrio suba su status y ahora sea parte de la obra de algún tipo que se levantó con iniciativa y muchos rollos de hilo.
Los vecinos salieron todos con sus cámaras de foto. Hicieron fotos familiares, individuales, sacaban planos detalles, retrataron a la niña de los brackets, sacaban fotos a las sombras del hilo. Ninguna foto fue subida a internet porque el hilo también había forrado a la antena del barrio, la dejó inactiva. Descubrieron los vecinos esa mañana, las propiedades aislantes del algodón.
Los vecinos tenían sentimientos encontrados, les gustaba lo que veían, pero no tenían internet.
Trataban de saber si se trataba de algún tipo de intervención del ayuntamiento, se preguntaban si el hilo, al cual aún no le habían encontrado el inicio ni el fin, seguía a otros barrios. Los vecinos, pacatos, temían que algo de su barrio esté conectado con algo de los suburbios.
Un vecino, gringo, con rosácea, gordo y asmático, llegó corriendo y llegó a decir, entre respiraciones fuertes: “el hilo… [Respira] el hilo… [Respira] el hilo está en lugares horribles también”.
El gringo los llevó a los vecinos hasta una esquina, la de Larrahona y Bustamante, y apuntó en diagonal. El hilo rodeó también una garita de colectivos, donde dormían dos linyeras de resaca y meados, los encerró y les dió calor, los aisló del viento, se hizo almohada de hilos, se hizo frazadas y los tapó. El hilo sabe que a veces esa es la única escapatoria.
Los vecinos se sentían Tedeo, sin saber que eran Minos.
El gringo intentó cortar los hilos de la garita con una navaja, pero cuanto más cortaba más hilos parecían entramarse. Los otros vecinos pasaron sus dedos entre los hilos y los abrieron como una persiana americana. Pudieron ver a los linyeras dormir como bebés, como si fuera un pesebre moderno, les pareció un insulto.
Llamaron al cura del barrio, pero no había señal, el hilo se está fundiendo en una sola pieza con la antena, como una pasta blanca de celulosa que corría el acero.
Lo fueron a buscar a la iglesia y no estaba, recorrieron cada habitación, cada baño, cada confesionario y nada, hasta que vieron en lo alto, en la gran cruz, al cura envuelto como una mosca cae en una telaraña, hecho un capullo, amordazado, atado al Cristo de madera, como un paracaidista novato y su instructor detrás. El cura se movía poco, pequeños espasmos para respirar, parecía que llevaba horas ahí.
Cuando los vecinos se disponían a bajar al cura, un grito estridente se oyó desde la plaza.
Con el mismo modus operandi, la directora del colegio privado que había en el barrio, había sido izada en lo alto de un mástil, 132 Kg habían sido elevados junto a la bandera del ayuntamiento.
No habían terminado de resolver los dos problemas de estos capullos de hilo que por la calle principal aparece una topadora, acelerada muy lentamente, que en la pala traía, como en una cuna, al jefe del ayuntamiento, también hecho un capullo.
El gringo, el que más detestaba que se amordace a un cura y cuide a un linyera, bajó al jefe del ayuntamiento de la pala, desató los hilos que manejaban la topadora, levantó la pala, con los dientes mirando al cielo y empezó a cortar hilos y cables, sin distinguir que rompía o que estropeaba. En medio del desfile de cólera casi corta un cable de alta tensión pero una madeja de hilos se formó en la transmisión de la máquina y lo paró en seco. El gringo estrelló su rosa cara contra el vidrio recto de la topadora. Entonces apareció el hilo como no lo habían visto antes, saliendo de todas las hendiduras posibles, se habían dado cuenta los vecinos que no había una sola punta del ovillo, que tal vez eran muchos, o quizás no existía ningún ovillo.
Las puntas de los hilos se fueron tejiendo y envolviendo al gringo, lo sacaron del parabrisas y lo sentaron en los mandos. Los vecinos no podían creer la ductilidad del hilo, se movía como mercurio, así de ágil, así de tóxico.
Los vecinos corrieron en todas direcciones para escapar del barrio. En auto, a pié, en las pocas bicicletas que no tenían hilos en sus ruedas, pero al llegar al perímetro del barrio, el hilo había formado un muro, que se empezó a mezclar con el lodo de las calles de los barrios pobres de alrededor, y ya estaba fraguando.
El cielo se cubrió de blanco, caían pedazos de hilos que no aguantaban la tensión de la trama que se estaba formando entre los techos, los postes y el alumbrado público.
Una vez armado la tapa de arriba, el barrio se transformó en una caja, solo faltaba que el sol empiece a calentarla para que haga las veces de un horno de campaña.
Y parece que está despejando.

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Facundo Viñabal. Nacido en Río Grande, hijo de correntinos. Vivió la mitad de su vida lúcida en Buenos Aires. Se considera una persona nómada. Formado por la educación pública y técnica de Tierra del Fuego, en 2009 emprendió el desarraigo rumbo a Diseño de la UBA, y encontró la carrera de Imagen y sonido. Dentro de la formación académica de la FADU (UBA) trabajó en diversas áreas, mayormente en Guión y Dirección.

Como productor realizó en 2013 el corto documental “Villa Lago Epecuén”, el cual recibió la segunda mención honorífica del Fondo Nacional de las Artes en 2014. En 2015 se sumó a “Tito Andrónico quiere decir Habeas Corpus” (de Mateo de Urquiza), una obra de teatral sátira de la obra Tito Andrónico de William Shakespeare, en donde junto a Federico Shmidt realizaron las visuales y video mapping que acompaña a la puesta en escena. En 2016 realizó el corto “Descubrí Mansonta”, una sátira a los alimentos transgénicos y a la política 2.0 que tanto se ve en las redes sociales.

En 2017, ya en Buffalo Contenidos, vuelve hacer uso del video mapping para hacer “Chacra 2” de Hacuna MC, en donde los edificios del barrio se vieron invadidos de visuales de los cantantes.

En 2018 finalizó con “Contrafase”, un mockumentary que habla sobre las formas de dominación social, pero llevado hacia el lado una historia de ciencia ficción en tierras fueguinas. Actualmente se encuentra trabajando en la expansión del universo de “Contrafase” y en la realización de una video-instalación.

Fede Rodríguez

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