“Turismo & Naturaleza” es una serie de relatos de aventura que invitan a explorar paisajes fueguinos desde adentro.

Travesía a la Cordillera Darwin (parte 1)

La ruta Y-85 quedó atrás. El camino serpentea hacia abajo en dirección a los últimos rayos del atardecer y la camioneta escapa de su propia estela de polvo mientras delante la superficie del mar del Seno Almirantazgo refleja el sol en nuestros ojos. La primera parte del viaje (la terrestre) llega a su fin mientras un mar de aventuras y anécdotas esperan a convertirnos en protagonistas cuando pongamos a flotar los kayaks sobre las frías aguas del Pacífico.

Todo comenzó 522 kilómetros antes, en Ushuaia, cuando partimos con rumbo norte hacia el paso fronterizo San Sebastián. Luego de completar los siempre angustiantes trámites de rigor, y ya en tierras chilenas, retomamos viaje recorriendo la estepa fueguina hacia el Sur. Normalmente habríamos cruzado a Chile por Radman, aprovechando el camino más corto, pero el río Bellavista se había llevado el puente de recuerdo durante la última crecida y se encontraba aún en reparaciones.

Camino de estepa – Foto: Franco Baldinelli

La estepa comenzó a ganar humedad a medida que nos acercábamos a la cordillera. Manchas de bosques comenzaron a aparecer con mayor frecuencia luego de cada curva del camino. Sus tonos naranjas, ocres y rojizos propios del otoño aportaban carácter a las colinas que presagian las cumbres de la cordillera. Un paisaje sublime, sacado de un cuento fantástico se disponía frente a un grupo de ocho sujetos listos para la aventura que no le escapaban a la magia de la contemplación de semejante belleza.

El convoy de tres vehículos avanzaba cuesta arriba por el sinuoso camino hacia el paso que, con casi trescientos metros más de altura que el Paso Garibaldi, nos permitiría cruzar la cordillera por segunda vez en el mismo día. Las montañas ya eran una realidad debajo nuestro cuando comenzó a nevar. La exaltación inicial por aquel suceso se convirtió más tarde en cautela, ante la persistente precipitación que se acumulaba en la ruta. La oportunidad de encadenar ya había pasado y le hacíamos frente a la pendiente hasta encontrar un plano que nos permitiese detener. Segundeando, sin aflojar y al compás de los tensos riffs de Black Sabbath llevábamos la camioneta simple tracción hacia las cumbres, seguros de que cualquier vacilación podría retrasarnos.

Encadenando en la Cordillera Fueguina – Foto: Valentín Casablanca

Finalmente, la parte más alta del trayecto nos regaló un tramo sin pendiente en donde pudimos encadenar y comenzar el descenso hacia la cabecera Oeste del lago Fagnano. Allí dejamos la ruta Y-85, que continúa en construcción hacia el Sur con rumbo a Bahía Yendegaia, y comenzamos a transitar hacia el Oeste por una carretera secundaria. El camino discurre junto al río Azopardo, que lleva las aguas del Fagnano hasta el Pacífico, y nos trae hasta el lugar en donde nos encontramos ahora: Caleta María. Las últimas luces del día nos permiten armar campamento y dejar los kayaks junto con el equipamiento más o menos preparados para zarpar al día siguiente bien temprano.

Caleta María – Foto: Franco Baldinelli

Tras una noche tranquila, la mañana comienza fresca pero sin viento. El pronóstico para la primera parte del día es alentador, pero por la tarde se anuncia algo de viento, y no a favor exactamente. Los vientos en esta zona suelen encajonarse en el Seno Almirantazgo y recorrerlo de Oeste a Este hasta llegar a tierra y peinar los pastos de Caleta Maria. Nosotros debemos remar cerca de 15 kilómetros hacia el Oeste por el seno hasta poder estar a reparo dentro del Fiordo Parry, que se proyecta hacia el Sur hasta el corazón mismo de la Cordillera Darwin. Nuestra estrategia es comenzar a remar lo antes posible para poder ingresar al fiordo antes de que el viento empiece a soplar.

Cargamos los equipos de acampe y la comida dentro de los kayaks y llevamos los seis pesados botes hasta la orilla cumpliendo a la vez la tarea logística y entrada en calor. Sin más preámbulos nos lanzamos al mar. Somos ocho tipos, algunos de ellos apenas nos conocemos, pero todos vamos detrás de la misma ambición: saciar el hambre de aventura que nos reclama el niño que llevamos dentro.

Ultimando preparativos antes de zarpar – Foto: Valentín Casablanca

Ya estamos en el agua. En tierra quedaron todas las reuniones previas, el estudio de los mapas, la organización de las comidas, los planes descartados y las dudas. A bordo llevamos el entusiasmo propio de los chicos, el espíritu de equipo, la confianza en el compañero y todo el equipo de seguridad. Sentimos la verdadera libertad, que nos pega en la cara junto con el viento. Somos nosotros y la naturaleza; nada se interpone.

Durante los primeros kilómetros la remada transcurre apacible y logramos avanzar a buen ritmo. Las montañas caen abruptas a ambos márgenes y hay pocas playas aptas para el desembarco, pero no es algo que nos preocupe por el momento. Nos deslizamos sobre los reflejos del sol de la mañana y solo los muros de piedra a los costados permiten sospechar un avance lento pero constante. El ingreso al Fiordo Parry se descubre y un rayo de sol ilumina casualmente la margen oeste a la que debemos llegar. Allí una roca triangular se destaca del resto por su forma casi perfecta y, sin tener noción de su tamaño, la establecemos como nuestro objetivo. Sabemos que las distancias engañan, por lo que tratamos de hacer caso omiso a la sensación de cercanía sin saber que nuestros esfuerzos serían en vano y que la distancia nos terminará estafando de todas formas.

Seno Almirantazgo – Foto: Valentín Casablanca

En ese momento la brisa comienza a aumentar y, como siempre que el viento cambia la primera reacción es pensar que es temporal, que es solo una ráfaga, no nos preocupamos de inmediato. Lo cierto es que a los diez minutos estamos cabeceando olas con la frente, y los ojos enrojecidos por la sal tratan de mantener la vista fija en el objetivo, aún iluminado por el rayo de sol. Al principio se siente la tensión en el grupo, que se mantiene cerca por cualquier contingencia, pero al rato se aflojan las caderas y el cuerpo se amiga con las ondas del mar.

El Alakush en el Fiordo Parry – Foto: Franco Baldinelli

El horizonte, antes una línea recta, se muestra tumultuoso ahora. Los kayaks suben y bajan con el capricho del mar y los compañeros de travesía se ocultan dentro de dos olas al bajar y se muestran sobre la cresta cual esculturas ecuestres cuando suben. La rigidez inicial es cosa del pasado y disfrutamos de las fuerzas del mar mientras el barco de apoyo de Canal que nos acompaña nos sobrepasa sin esfuerzo y se interna en Parry. Luego de un rato los músculos empiezan a quejarse y el triángulo de roca parece no querer acercarse, pero el grupo mantiene el ritmo haciendo gala de un físico descansado propio del primer día de travesía.

Tras un considerable esfuerzo logramos llegar a la costa opuesta y nos ponemos a reparo de los vientos. El grupo rebosa de alegría ante el primer objetivo superado. Tuvimos una muestra gratis de las fuerzas y distancias a las que nos exponíamos pero lo habíamos superado sin dificultades. O eso pensábamos antes de desembarcar y notar que el agua se había colado dentro de los compartimentos y mojado algunos calzados y parte de la ropa.

El equipo decide: seguir o abandonar – Foto: Valentín Casablanca

Nos comunicamos por radio con el barco Alakush, operado por Canal, que se encuentra en la zona desarrollando una expedición con pasajeros y brindando soporte en caso de emergencia. Nos informan que el pronóstico del viento para los próximos días es cambiante, y que si alguno debe abordar el barco, este puede convertirse en el momento apropiado para hacerlo. Con parte de la ropa y calzado mojados y frente a un clima incierto, nos debatimos entre abandonar todo o seguir adelante. Es un momento crucial que debemos afrontar con responsabilidad ante todo, pero sin dejar de escuchar nuestras ansias de continuar. Los glaciares de la Cordillera Darwin nos esperan al fondo del fiordo y tal vez esta sea una oportunidad única para llegar a ellos; pero también puede ser única la posibilidad de abordar el barco.

Continuará…

Ver parte 2:

Damián Villalón, licenciado en Turismo en la Universidad Nacional de Lanús (UNLa).

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