La fauna rionegrina se expone ante los ojos de los transeúntes casuales que encuentran en sus caminos espectáculos pocas veces vistos como el de una bandada de cóndores a pocos metros del camino. Cómo impacta la presencia del hombre en esa cotidianidad de animales silvestres y qué tan necesario es atender las problemáticas, en la siguiente nota. 

Llegar a Bariloche tiene varias ventajas. Una de ellas es poder ir descubriendo cómo se dibuja la cordillera de Los Andes a los costados del camino. El verde con cada vez más intensidad, los árboles cada vez más frondosos, las montañas cada vez más cercanas y la fauna que las rodea. 

Manuel tuvo la suerte de cruzar unos cóndores a mano de unos clicks llegando a San Carlos de Bariloche. Una experiencia que no pudo desaprovechar después de haber dejado la tumultuosa Ciudad de Buenos Aires para radicarse en el sur, y bajó con su vieja cámara analógica a capturar el momento.

Este encuentro tiene su correlato periodístico, Sergio Lambertucci, es Investigador principal del INIBIOMA (CONICET-Universidad Nacional del Comahue) e integrante del Grupo de Investigaciones en Biología de la Conservación (GRINBIC) y la voz autorizada para hablar de cóndores. 

¿Qué tan recurrente es este tipo de encuentros en las rutas patagónicas? Lambertucci explica que “es más o menos común dependiendo del sitio, pero ¿cuánta gente tiene la posibilidad de ver 20, 25, 30 cóndores? Hay gente que viaja miles de kilómetros para ver uno” pero aclara que “depende mucho de a quién se lo consultes, hay gente que vive en Bariloche, le vuelan los cóndores por arriba de la cabeza, y quizá no los ve, o no les presta la atención necesaria. A otros en cambio no se les escapa ni una de estas hermosas aves cuando pasan volando por nuestra ciudad”.

Para Sergio, este tipo de encuentros que generan esa conexión cercana con la fauna que nos rodea refuerzan el valor que tienen otras cuestiones por encima de lo material o lo económico, “este caso fue con los cóndores, en otros casos es con el huemul, o con el huillín tomando mates en la costa del lago”. 

Lambertucci destaca que Bariloche es uno de los puntos ideales para ver cóndores, “los tenemos en los alrededores e incluso pasan por arriba de la ciudad y los podemos ver muy cerca nuestro”. Incluso “con un poco de paciencia, casi  todos los días podemos ver cóndores en Bariloche ya que es parte de la ruta de vuelos que tienen ellos”. 

Los cóndores tienen sus nidos en la zona cordillerana, desde la estepa Patagónica hasta Chile. Ellos suelen cruzar la cordillera a diario para llegar a alimentarse en la estepa, explica el especialista. “Allí es donde empieza a haber gran cantidad de ganado, por lo que hay más probabilidades de encontrar carroña y uno puede ver a los cóndores comiendo, pero también podemos verlos volando o posados en las paredes de la cordillera. Un punto intermedio muy bueno para verlos pasar es el cerro Otto, el cerro Catedral, o el cerro Ventana, acá muy cerca de la ciudad”. 

Cultura Andina

“El cóndor ha sido un símbolo de toda Sudamérica, en toda la cordillera de los Andes para las culturas originarias, incluso las actuales. Hoy en día varios de los países sudamericanos lo tienen como símbolo, como ave nacional. Hoy en día uno recorre Bariloche y va a encontrar varios negocios o sitios que se llaman El Cóndor. Es una especie que está muy presente y en conexión con el día a día de la gente”, plantea Sergio. 

Explica además que en las culturas originarias había una relación distinta con este animal dependiendo de la zona, pero que todas tenían historias con los cóndores. “Quizá las más llamativas eran las culturas que los consideraban mensajeros de sus dioses, que el cóndor era el que podía unir a los mortales con los dioses. Y así, hay decenas de historias a lo largo de la cordillera sobre esta especie”. 

El impacto del hombre en el aire

Lambertucci dirige un grupo de biología de la conservación, encargado de evaluar el impacto negativo del hombre sobre los ecosistemas y buscar alternativas para poder cohabitar. Estuvieron a cargo de una investigación titulada “El conflicto entre humanos y vida silvestre en el uso del espacio aéreo ” publicada en la prestigiosa revista Science. 

Lambertucci explica que “el hombre es un animal más en todos los ecosistemas” y aclara que algunas especies tienen momentos de mayor interacción con el hombre, “por ejemplo los cóndores cuando van a alimentarse, porque en esas carroñas donde se alimentan corren riesgos por presencia de venenos o plomo de las balas, por ejemplo . Ya sea para los depredadores, o para algunas aves rapaces” menciona. Otra de las amenazas actuales que tiene en el ecosistema donde coexisten los hombres y los cóndores es en las zonas de vuelo que utilizan desde sus nidos hasta los lugares donde se alimentan. Allí construímos tendidos eléctricos o, más recientemente, parques eólicos con los que pueden colisionar y morir. 

“Lo que suele suceder con estos grandes planeadores como los buitres y los cóndores es que corren mucho riesgo de colisionar contra tendidos o parques eólicos” remarca. Por eso venimos planteando la importancia de estudiar el impacto sobre las especies voladoras con la infraestructura instalada por los hombres. “Históricamente se ha dicho que el hombre impacta sobre la tierra, y el agua, pero también estamos impactando sobre el aire y cada vez más. Cada vez lo usamos más: para producir energía, para transportarnos, lo usamos más para usos de nuevas tecnologías como los drones, y no estamos considerando las especies que pueden verse perjudicadas”.

Conservación

El cóndor es una especie vulnerable, considerada bajo amenaza de extinción. En nuestro país la especie se encuentra amenazada y hacia el norte de su distribución sudamericana está en un serio peligro de extinción, con poblaciones muy diezmadas. 

Lambertucci explica que el cóndor es una especie muy sensible, es un animal muy longevo que puede llegar a vivir hasta casi 80 años en cautiverio y que empieza a reproducirse entre los 6 y 8 años, poniendo generalmente un huevo cada alrededor de 2 años. “Tiene una tasa de reproducción muy baja, una especie de ballena o elefante del aire, por lo que cualquier tipo de impacto sobre su supervivencia enseguida se refleja en sus poblaciones” , plantea.

Actualmente el envenenamiento es una de las principales amenazas para la especie. Ya sea por el uso de cebos tóxicos en la carroña con la que se alimenta o porque la misma contiene balas de plomo proveniente de la cacería. Otros de los conflictos a los que se enfrenta la especie es el impacto aéreo. “Ahora hay una presión por aumentar las energías verdes, las cuales tienen un lado muy positivo al reducir el uso de combustibles fósiles, pero por otro lado, pueden ser muy peligrosas para muchas especies voladoras” explica el especialista. Una problemática que está llegando a nuestra región y que podría afectar fatalmente a la especie si no se toman los recaudos necesarios. 

Momentos para observar

Finalmente, y en particular consultado sobre las fotos que sacó Manuel, Sergio esboza una teoría de por qué se encontraban en ese lugar tantos cóndores juntos. 

“Esas fotos generalmente se logran obtener cuando los cóndores se concentran en grandes grupos en los lugares donde hay carroña, aunque también sucede cerca de dormideros. En invierno tienen muchas menos horas de luz para buscar y la comida se concentra más en ciertos lugares donde pueden haber mortalidades masivas o porque, pasado el invierno, comienzan las pariciones y hay placentas y animales muertos de los cuales alimentarse en grupo. Esto genera “sitios calientes” donde uno puede ver grandes concentraciones de carroñeros. incluso gran parte de los cóndores de una zona pueden agruparse y uno puede tener la suerte de verlos todos juntos en un lugar. Puede ser el lugar donde hayan muerto algunos ciervos, o algo de ganado. Suele suceder que luego de nevadas grandes, cuando se comienza a derretir la nieve, empiezan a aparecer bastante carroña”. 

Bariloche permite, entre tantas otras cosas, ser testigo de estos épicos momentos donde estos animales logran coexistir con el hombre y figurar en la historia, la cultura, y los recuerdos de los turistas más atentos. 

Todas las imágenes son digitalizaciones de fotografías analógicas con película de cine vencida, realizadas por Manuel Fernández Arroyo y arregladas por Emanuel Langlais.

El Rompehielos

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