En Santa Cruz, la Fundación Por el Mar estrenó un cortodocumental de una madre y una hija que hacen un viaje imaginario desde la luna hasta los bosques submarinos. Un relato tierno y reflexivo sobre el vínculo entre las personas y la naturaleza. Está disponible en Youtube.
Cuando la cámara se enciende, Ani y Gine miran el cielo nocturno estrellado. La luna guía sus palabras y, como un hilo invisible, las conduce hasta el fondo del mar. En ese trayecto se despliega una historia de amor hacia la Tierra, hacia el agua y hacia lo que nos sostiene. Así nació el cortodocumental realizado por la Fundación Por el Mar, protagonizado por Ana Fernández —miembro del equipo de PEM— y su pequeña Ginebra, que a su corta edad ya habla de macroalgas y ecosistemas marinos con la naturalidad de quien creció junto al mar.
“‘Te quiero, desde el mar hasta el cielo’ es nuestro primer cortometraje documental pensado especialmente para las infancias. Con él quisimos acercar a los más chicos a un universo submarino fascinante: el de los bosques de macroalgas, sus habitantes, las posibles amenazas que enfrentan y todo lo que podemos hacer para proteger este valioso ecosistema. A través de un relato inmersivo, buscamos despertar la curiosidad, el asombro y el sentido de responsabilidad hacia el mar y la vida que lo habita”, explica Romina Celeste Miguez, Directora de Comunicación de Por el Mar.
“Esta idea nació como una invitación del equipo de comunicación hacia nosotras —cuenta Ana Fernández—, pero también tiene mucho que ver con la presencia constante de Gine en mi trabajo. Desde que comencé en la Fundación, ella siempre estuvo ahí, acompañando charlas y actividades. Todos la conocen, todos la vieron crecer en este entorno. Puede hablar con cualquiera sobre macroalgas, sus servicios ecosistémicos o los animales que viven ahí. Creo que eso inspiró a las chicas a hacer este proyecto con nosotras dos, y nos encantó”.
El corto, de unos diez minutos, propone un viaje simbólico desde el cielo hasta el fondo del mar. En ese recorrido, la voz de Ginebra conduce al espectador con una ternura que te desarma. “Ese trayecto representa la conexión que existe en la naturaleza —explica Ana—. Todo está relacionado entre sí, y por eso es tan importante cuidar ese frágil equilibrio. Además, la idea del cielo y el mar surgió porque a Gine le regalaron un libro llamado Espacio-Océano, que compara a los astronautas y a los buzos como exploradores de dos mundos distintos. Fue su libro favorito durante mucho tiempo, y de alguna manera ese vínculo también inspiró el guion”.

La producción llevó varios meses. Comenzó antes del invierno y terminó recién en primavera, con imágenes registradas en Punta Loyola, Parque Nacional Monte León, Isla Pingüino, Puerto Deseado y Península Mitre. El resultado es un mosaico de paisajes australes que se funden con una historia universal: la del cuidado del hogar común. “Yo creo que los niños tienen facilidad para descubrir en lo pequeño algo gigante. La naturaleza es el escenario perfecto para que desarrollen su imaginación y su sensibilidad. Cuando estamos en la naturaleza, los adultos también nos volvemos un poco más niños”, reflexiona Ana Fernández.
El documental, dice Ana, es una invitación a “ver lo invisible”: a prestar atención a todo aquello que el apuro cotidiano nos hace olvidar. “Vivimos en lugares privilegiados, donde todavía podemos encontrar naturaleza muy cerca. Pero estamos tan pegados a las pantallas y tan apurados, que nos volvemos ciegos ante toda esa belleza. Hay flora, fauna, reservas urbanas, aves… incluso coirones y calafates a pocos metros de nuestras casas. Solo hay que mirar”.
Su mensaje no busca generar culpa ni miedo, sino esperanza. “Todos sabemos que la naturaleza está en peligro. Pero si siempre hablamos desde el miedo, la gente se cierra. Por eso en la Fundación Por el Mar trabajamos desde otro lado: con propuestas, con posibles soluciones. Las problemáticas ya las conocemos, ahora lo importante es qué hacemos con eso”, plantea Ana.

El corto —realizado junto al equipo audiovisual de Ojo Sónico— combina imágenes reales, narración y un tono poético que emociona por su sencillez. “Para nosotros es fundamental combinar la emoción con el aprendizaje ambiental porque creemos que sembrar amor y conocimiento desde la infancia es el primer paso para construir una relación más profunda, empática y respetuosa con la naturaleza”, explica Romina Celeste Miguez. Y ahí, entre la luna, el mar y la voz de una niña que dice lo que muchos olvidamos, se cierra el círculo: una carta de amor para el planeta y un recordatorio de que cuidar la Tierra también es una forma de querernos a nosotros mismos.
Disfrutá del documental, accediendo desde este Link: https://www.youtube.com/watch?v=5Ab2TTRqLJw