Un equipo del CONICET en el Museo de La Plata realizó un exhaustivo estudio sobre herramientas de piedra halladas en una cueva en Santa Cruz y encontró evidencias de un importante salto tecnológico para la región.

Debido a los rastros y vestigios que quedan, la actividad de caza de los antiguos pueblos suele estar más visibilizada que la recolección de frutos y otras partes de las plantas, aunque se sabe que en general ambas tareas se complementaban y eran constitutivas de su forma de vida.

En una investigación recientemente publicada, un equipo de arqueología del CONICET La Plata echa luz sobre ciertos aspectos de los hábitos de grupos humanos que habitaron nuestro territorio hace cinco mil años, y por los cuales se evidencia la diversidad de materiales que utilizaban y el amplio conocimiento que tenían sobre las especies vegetales de su entorno inmediato y de otras regiones.

Concretamente, lo que se reporta son indicios hasta ahora inéditos de enmangue –es decir, fabricación y colocación de un mango–, a partir de fibras naturales, cuero y madera, en herramientas líticas halladas en una cueva patagónica. La novedad científica puede leerse en la revista Open Archaeology.

El sitio se llama La Mesada y está ubicado en la localidad La María, en la meseta central de Santa Cruz, justo en un cañadón en el que hay unas 40 cuevas que funcionaron como abrigos rocosos para sucesivas ocupaciones humanas desde hace 12 mil años de antigüedad en adelante. “En este caso nos centramos en los grupos que habitaron el lugar hace 5 mil años, y analizamos un conjunto numeroso de herramientas de piedra hallado en una cueva en particular, un refugio bastante pequeño pero con un valor arqueológico muy importante y que incluso conserva, entre otras cosas, pinturas rupestres”, relata Manuel Cueto, investigador del CONICET en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata (FCNyM, UNLP) y autor del trabajo junto con Aylen Capparelli y María Laura Ciampagna, también investigadoras del organismo.

“Lo que hicimos fue evaluar las dos porciones de los artefactos: el extremo que consideramos funcional, es decir lo que sería el filo en un cuchillo; y el otro, que llamamos medial y proximal, que es la parte que está en contacto con el usuario. En el primero constatamos evidencias del procesamiento de cueros, algo muy habitual en estas sociedades de cazadores recolectores para la fabricación de vestimentas, toldos y más. Pero lo más interesante es lo que observamos en la otra mitad”, describe Cueto, y continúa: “Pudimos determinar que algunas herramientas fueron enmangadas gracias a la presencia de alteraciones microscópicas atribuibles a la fricción y las presiones generadas por los mangos, sumado al hallazgo de residuos orgánicos que nos permitieron identificar las materias primas utilizadas para elaborar estas empuñaduras: madera con trozos de cuero, tendones de animales y fibras vegetales”.

De acuerdo a la investigación, del extremo por el que se empuñan los instrumentos fue posible recuperar un tipo de huellas microscópicas sensiblemente diferente a las de alteraciones y daños por el uso obtenidas de la parte funcional de las herramientas. “Estas marcas remiten a la fricción por el contacto permanente de los bordes con una sustancia dura: una fragmentación o rotura que se va produciendo en los laterales del instrumento por el roce con partículas de roca, y que dejan una impronta particular”, expresa Cueto, y añade: “La asociación de los distintos daños es la que nos da la pauta de las presiones y la presencia de un objeto duro como puede ser el mango. Y además hay otros rastros que coinciden con vestigios de resinas vegetales utilizadas como pegamento, lo cual refuerza la idea de que allí hubo una adherencia para fijar el mango”.

Los resultados sugieren que estos grupos humanos habrían modificado el diseño de sus herramientas haciéndolas más alargadas, un cambio concebido especialmente para poder insertarles un mango. Este rasgo apoya una teoría esbozada por algunos autores en la década del ’80 según la cual las sociedades de la Patagonia de aquel período protagonizaron un cambio tecnológico que supuso una mayor inversión de tiempo y trabajo, además de una premeditación acerca del uso que darían a sus utensilios. “Por ejemplo, tenemos tientos hechos con tendones de animales y pegamento que podrían tener la función de sujetar la pieza o de amortiguar el contacto de la piedra con la madera para evitar fracturas. En otros casos, el mango podría haber sido necesario para hacer trabajos que requirieran ejercer palanca o una mayor fuerza o presión sobre la sustancia que se buscaba modificar”, añade Cueto.

La idea de una proliferación de herramientas con mango se postulaba hasta ahora en base a estudios etnográficos y fuentes históricas, pero no habían aparecido pruebas microscópicas como las que se reportan en esta investigación, que además son las primeras para la región patagónica central en el Holoceno medio, entre 6.800 y 5.300 años atrás. “No estamos diciendo que el mango sea una aparición de este período; de hecho, las comunidades que poblaron el continente americano han utilizado armas con empuñaduras desde hace 10 mil años, como las lanzas, que les permitían cazar grandes mamíferos sin ponerse en peligro. Pero sí hay un aumento de la fabricación de herramientas enmangadas en la época que estudiamos; las evidencias son muy consistentes y además son resultado de un trabajo multidisciplinario en el que confluyen el análisis funcional de los instrumentos líticos sumado a lo que muestra la arqueobotánica”, argumentan el científico y las científicas.

En este sentido, los residuos microscópicos recuperados a través de técnicas de raspado indican que los artesanos de aquel entonces habrían utilizado maderas de la zona, pero también otras no locales como el algarrobillo, proveniente de la costa atlántica y del que habrían trabajado el fruto o la vaina, o el alerce patagónico y el ciprés de la cordillera, árboles típicos de los bosques andinos, distantes no menos de 500 kilómetros de la cueva de la que provienen los dispositivos analizados. “Este descubrimiento nos hace pensar que la circulación de estas especies hacia la meseta central se habría dado por mecanismos como el intercambio entre miembros de distintos grupos, y también por colecta directa”, refiere Ciampagna, y enfatiza que “además de la distancia, lo interesante es pensar en el conocimiento que tenían sobre la utilización de maderas blandas y cañas, porque implica saber de sus propiedades físicas, identificarlas y establecer un criterio propio para elegir determinado árbol frente a otros”.

De hecho, una cuestión que destacan especialmente es el aprovechamiento máximo de las distintas partes de la madera. “Mediante el microscopio óptico distinguimos unas células llamadas traqueidas, propias del leño temprano, que es el de primavera y verano y que tiene como característica la presencia de mucha agua de reserva. Pero también reconocemos traqueidas del leño tardío, es decir de otoño e invierno, las estaciones de receso de una planta”, describe Capparelli. La particularidad de esas últimas células es que son muy largas y engrosadas, y su uso está registrado desde hace miles de años en todo el mundo como material fibroso para confeccionar cordeles o telas. “Es interesante observar la utilización de estas fibras, que en este caso aparecen enroscadas, dobladas con los dedos en un retorcimiento adrede a modo de cuerda. Y esto se presenta repetidamente en muchos de los instrumentos analizados”, continúa la arqueóloga.

Para finalizar, el equipo enfatiza el tiempo invertido en experimentaciones que precedió a esta investigación, y sin el cual no hubiera sido posible alcanzar los resultados finales. La mayoría de las pruebas se llevaron a cabo con réplicas del instrumental lítico fabricadas por Cueto con los mismos materiales de aquellas comunidades para generar huellas de uso mediante la aplicación de trabajo manual sobre distintos materiales y poder observar y comparar las marcas de desgaste y la adherencia de residuos con las piezas originales. Por su parte, Capparelli y Ciampagna, que integran el Grupo de Investigaciones Arqueobotánicas de la Diagonal Árida Argentina (GIADAA, FCNyM, UNLP), también cuentan con colecciones de referencia de confección propia, que incluyen una gran diversidad de maderas y plantas con fines alimenticios o medicinales, y de las cuales aíslan células para poder reconocerlas en materiales arqueológicos. “Esta aproximación nos permite poner en valor los saberes tecnológicos de los pobladores originarios más allá del uso de animales para consumo, abriendo la mirada hacia las plantas, que también formaban parte de sus decisiones cotidianas, y eso enriquece el conocimiento que tenemos sobre el pasado de la humanidad”, concluye Cueto.

Fuente: CONICET

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