Ambientada en la época actual, la novela comienza con un cadáver encontrado en Playa Larga. Se trata de Amalia Krupansky, la polaquita, prostituta cuyo cuerpo apareció desnudo sobre unas piedras. Solitario y aventurero, el investigador privado Ítalo Visentini, como salido de otra época, viajará de Buenos Aires a Tierra del Fuego en su Peugeot 504, para intentar resolver el caso. Una compleja telaraña se irá tejiendo, involucrando a todos los personajes y cruzando las historias.
Desde las primeras páginas se siente el aroma a corrupción: policías, periodistas, prostitutas y políticos, a través de amenazas y aprietes, nos irán mostrando distintas formas en que puede corromperse el alma humana. La ciudad, el canal, las montañas, el turismo, la vida en el fin del mundo y todo el paisaje de Ushuaia protagonizan esta historia que, mientras cuenta una serie de casos criminales, critica y analiza ciertas particularidades de la sociedad fueguina.
Visentini, sin terminar de renunciar a los ideales de su juventud, se embarca en esta empresa para darle paz a alguien que lo ayudó en su peor momento y para reencontrarse con su hija, a la que hace más de 15 años que no ve. Se abrirán heridas y volverá a enfrentarse con su pasado, cuando fue secuestrado y torturado por la dictadura. La historia tiene ciertos toques de ciencia ficción, conspiración internacional y humor que relajan un poco la trama más oscura. Zampatti asegura que todos los personajes son ficticios, pero asusta lo real que pueden llegar a parecer. Los invitamos a adentrarse en la lectura y a disfrutar de esta novela negra donde la muerte no es el peor castigo.
Carlos Zampatti nació en Mar del Plata, provincia de Buenos Aires, 1948. Se estableció en Ushuaia en 1974. Además de Nuestro hombre en Ushuaia (Zagier & Urruty Publications, 2011), publicó Corvalán, rastreador de bandoleros (Editorial Dunken, 2013) y El día del sismo en el fin del mundo (U-PRO editor, 2017).
Fragmentos de la novela:
-Ushuaia es una prisión.
Ítalo arqueó las cejas y su tácita pregunta no pasó desapercibida.
-Mucha gente acá lo siente así. ¿Ve las montañas que circundan la ciudad? Esas son las rejas para ellos. Aunque no lo digan, aunque no lo sepan, así lo sienten en algunas partes de su ser. ¿Conoce Río Grande?
-Sí, apenas; de pasada nomás.
-¿Vio que es una típica ciudad patagónica?, de horizonte plano, extendido y remoto. Bueno, si usted le pregunta a alguien de Río Grande si le gustaría vivir en Ushuaia, le diría que no, que siente que las montañas lo sofocan porque le esconden el horizonte y le quitan el aire. Cuando escuché esto por primera vez, supuse que era sólo una excusa exacerbada por la pica entre las dos ciudades. Pero una vez, no hace mucho, me di cuenta que era más que eso.
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-¿Tan fuerte fue esa inmigración?
-Fuerte y traumática para los cinco mil aldeanos que en los años setenta recelaban de ¨los paracaidistas¨ que habían venido a perturbar la calma chica del fin del mundo. Se trataba de una suerte de nueva colonización en donde había de todo. Los colonizadores mineros fueron los más rapaces: sólo vinieron (y vienen) a extraer recursos, a beneficiarse de las ventajas que le brinda la zona franca o por algún trabajo ocasional, cuando no a currar con un puesto político o judicial oportuno y oportunista. Su actividad es sólo extractiva y succionan recursos no renovables. Son aves de paso y se llevan todo lo que pueden. No compran nada que los ate al lugar: la casa que habitan, por ejemplo; el auto sí, porque se lo pueden llevar. Los colonizadores mineros son una lacra en cualquier sociedad y una raza muy extendida en la Patagonia. Los otros son los colonizadores aluvionales. Vienen también atraídos por las ventajas laborares, financieras e impositivas de la isla. Se llevan igual todo por delante como un río fuera de cause, arrasando campos fértiles, tradiciones, hábitos y rutinas. Pero a diferencia de los anteriores, hacen cosas, quedan sus obras, aunque más no sea una casa, un jardín o un árbol. Un hijo. Los hay buenos y malos, mejores y peores. Pero al igual que cuando bajan las aguas luego de una inundación, de ese revoltijo de piedras, barro y basura suele quedar un terreno fértil para la creación de una nueva forma de vida que suplantará la anterior. Estos neo fueguinos aluvionales son una fatalidad necesaria.
Federico Rodríguez