Investigadores del CONICET, junto a un equipo internacional, crearon un índice que no pone el foco en cuánto daña una sociedad al ambiente, sino en cómo se vincula con él. ¿Protegemos, restauramos, facilitamos el acceso a espacios verdes? ¿Cómo es, en definitiva, nuestra relación con la naturaleza?
¿Se puede medir cómo nos llevamos con la naturaleza?
¿Es posible medir la calidad del vínculo que una sociedad construye con su entorno natural? Esa fue la pregunta que motivó la creación del Nature Relationship Index (NRI), una herramienta desarrollada por investigadores del CONICET, la Universidad Nacional de Córdoba, Oxford y otras instituciones de distintos países.

La propuesta encabezada por científicos de la Universidad de Oxford (Reino Unido) contó la participación de la investigadora del CONICET Sandra Díaz. Crédito: Copyright © University of Oxford Images
El índice —presentado recientemente en la revista científica Nature— busca ir más allá de los típicos indicadores de daño ambiental. En vez de centrarse en lo que se pierde, propone observar lo que se hace bien: cómo las sociedades acceden, usan y protegen los ambientes naturales.
Sandra Díaz, ecóloga argentina reconocida a nivel mundial e investigadora superior del CONICET en el Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal (IMBIV), explicó que esta herramienta “no mide el estado de la naturaleza ni el grado de presión sobre ella, sino cómo nos comportamos como sociedades”.
Tres preguntas clave para un cambio de enfoque
El Nature Relationship Index se construye a partir de tres grandes preguntas que buscan capturar la esencia del vínculo entre las sociedades y su entorno natural.
Primero, se interroga si la naturaleza está disponible y accesible para todas las personas, es decir, si existen espacios verdes cercanos, seguros y disfrutables de forma equitativa. Luego, analiza cómo se la utiliza: si el uso de recursos como el agua, el suelo o la biodiversidad se realiza de manera cuidadosa y responsable, sin comprometer su regeneración.
Finalmente, se pregunta si existe una protección efectiva, con leyes, políticas públicas, acciones de restauración y estructuras de gobernanza que garanticen su cuidado a largo plazo. Lejos de imponer estándares rígidos, el índice se plantea como una herramienta aspiracional: no importa tanto alcanzar una calificación ideal, sino recorrer el camino hacia una mejor relación con la naturaleza.

Figura aparecida en el artículo de la revista Nature
Medir para cambiar
A diferencia de otros indicadores centrados en la biodiversidad o el impacto humano, este nuevo enfoque pone en valor lo que sí se hace por y con la naturaleza. Y, al hacerlo, también abre una puerta al cambio.
“Este índice puede ayudar a identificar oportunidades para mejorar políticas públicas, fortalecer comunidades y repensar el desarrollo desde un lugar más justo”, plantearon los autores del estudio.
Se espera que el NRI comience a ser incluido a partir de 2026 en el Informe de Desarrollo Humano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), con actualizaciones periódicas y comparativas entre países.

Aunque la propuesta es global, la mirada argentina tiene un peso especial. Sandra Díaz, que ha trabajado en ambientes de Córdoba y en proyectos de restauración ecológica en distintas regiones, destaca que esta herramienta nació también desde realidades locales. Desde paisajes degradados por el sobrepastoreo hasta barrios sin acceso a espacios verdes, la desigualdad ambiental también se mide.
“Consumir con honor”, como define Díaz a la posibilidad de relacionarnos con la naturaleza sin arrasarla, no es una utopía. Es un horizonte posible si se generan las condiciones, si se reconoce el valor de lo público y si se construyen vínculos donde el cuidado sea parte de la cultura cotidiana.