Las denuncias de entrega de nuestra soberanía ya no son solo frecuentes, sino, además, abundantísimas, y algunas escandalosas, al menos para quienes aman a la Argentina por sobre todo interés o conveniencia.

Esta columna viene bregando no solo por el río Paraná, el Canal Magdalena, nuestro mar territorial, las Islas Malvinas y todo el Atlántico Sur, sino también por los yacimientos de litio, oro, plata y cobre, y desde luego por los bosques que siguen siendo arrasados hora a hora. Y en el curso de investigaciones e informes que se reciben desde los más inesperados confines, no faltan alarmas sobre el vasto y riquísimo territorio de la Patagonia Argentina. Que esta columna ya advirtió que hoy se encuentra partida al medio por la perversa pero sutil y consistente política de ocupación británica que, aunque negada por nuestros gobiernos, a este paso puede terminar por dividir a la Argentina en dos grandes territorios. Y quien no lo crea, vaya y estudie el mapa de la Provincia de Río Negro, que es la primera entidad federada que corta al país en dos, entre la cordillera de los Andes y el Océano Atlántico.

Lo asombroso es también que, desoyendo múltiples advertencias aunque de poca sonoridad, esa línea imaginaria no parece ser casual, sino precisa y fríamente trazada. Y la razón no es otra que la ambición que la Patagonia despierta, desde por lo menos Charles Darwin y una larga lista de científicos y aventureros que recorrieron la inmensurable extensión, aún hoy pletórica, de subsuelos sobrados de petróleo y los más variados minerales.

No está de más entonces recordar aquí que, históricamente, el repertorio de infinitos bienes naturales hizo de esta República un botín deseado hasta la exasperación por las llamadas “potencias” extranjeras, cuyas más grandes megaempresas empezaron a hacerse agua la boca a la par que la Argentina posperonista en gran medida se despedazaba a fuerza de bombas, torturas y traiciones.

Hace casi un siglo, un gran escritor y aviador francés, Antoine de Saint-Exupery, fue uno de los pioneros de la aeronáutica argentina y sudamericana volando para el servicio aeropostal que unía el sur de Chile, Río Gallegos e incluso la Tierra del Fuego con Buenos Aires. Donde se conectaban las líneas que vía Brasil cruzaban el Atlántico rumbo a Europa. De hecho, la mejor novela de Saint-Exupery, titulada “Vuelo nocturno“, es una joya literaria acerca de aquella gesta, y apenas menos famosa que su otra gran obra: la mundialmente admirada “El Principito”. Las dos posiblemente escritas –hipótesis de este columnista– en los solitarios vuelos y ventosas escalas patagónicas de cuando él volaba para una empresa que se llamó Aeroposta Argentina.

El Aeropuerto Antoine de Saint-Exupéry, que inició operaciones en 1929 y adonde durante años voló la empresa LADE (Líneas Aéreas del Estado Argentino) dejó de operar en el año 2009 debido a falta de mantenimiento de la pista y el aeropuerto mismo durante más de 20 años. En la actualidad es sólo un aeroclub local.

Pero, curiosamente, muy cerca de allí hay un misterioso “Aeropuerto regional en Argentina” cuya dirección en la web es: “30 Km SE, Sierra Grande, Río Negro, Argentina – Sin info”. Y que en otros mapas de internet aparece con el nombre de “Aeródromo Bahía Dorada”, aunque algunos lugareños lo llaman “el aeropuerto del Tío Lewis”. El cual sí está está descrito: tiene una pista de 1.800 metros de largo por 30 de ancho, que fue construida en tres meses por la empresa Ingeniería y Arquitectura de Bahía Blanca. Cada centímetro de la pista está preparado para una capacidad de soporte de entre 800 y 1.000 kilos de carga. Y tiene además un espléndido hangar de 40 x 40 metros, con pisos de epoxi y capacidad para albergar un Jet de gran porte.

Según varios informes periodísticos, este aeropuerto tiene la misma capacidad operativa que el porteño Aeroparque Jorge Newbery, pero lo que es absolutamente inexplicable es que semejante instalación esté en la semivacía estepa patagónica.

Por eso, la única hipótesis explicativa ha sido hasta ahora un impresionante artículo en el diario Río Negro ­–el de mayor tiraje de la provincia– del 19 de Marzo de 2008. Y el cual, por cierto, bien harían los lectores interesados en visitarla velozmente, porque es pensable que sea retirada de la web, donde la información viene siendo crecientemente escasa y confusa. Tanto que, por ahora, todo parece ambigüedad alrededor de este aeropuerto que figura allí como autorizado por la Fuerza Aérea Argentina” en un posteo que abajo tiene sólo cinco comentarios, que, al menos, estimulan sonrisas. Ellos son: “¿Alguna explicación?” “Y esto?” “Turbio…” “Piratas…” “Hummmm…”

Lo cierto es que la inmensa mayoría de l@s argentin@s ignora por completo que en la Patagonia, y en medio de la estepa, hay una pista aérea excepcional, tecnificada, ultramoderna y a la vez secreta, junto a un complejo privado que parece soñado.

Casi tan grande como el Aeroparque porteño, su propietario es Joe Lewis, famoso ciudadano inglés, amigo de Mauricio Macri y apropiador, de manera inexplicablemente tolerada por el Estado Argentino, del bellísimo Lago Escondido, del otro lado de la provincia. Donde el mismo Sr. Lewis tiene, vaya casualidad, otro aeropuerto de similares magníficas instalaciones y equipamientos, con pista de casi 2.000 metros de largo, según es vox pópuli.

Cierto que lo más grave no es que el pueblo argentino ignore todo esto, pero sí lo es que lo ignoren –o hagan como si– el Ministerio de Defensa, la Cancillería, las autoridades aeronáuticas y la Fuerza Aérea.

Claro que al menos dos cosas son repetidas en toda la región: que la Fuerza Aérea autorizó la construcción de este misterioso, absurdo y peligrosísimo aeropuerto, y le dio habilitación; y que desde allí se hacen vuelos a y desde Malvinas, a pesar del conflicto nunca terminado.

Obviamente, la primera pregunta obvia resultante es: ¿Y cómo es posible una pista de aterrizaje de tan grandes dimensiones en medio de la estepa? Que esta columna sepa, solamente el diario Río Negro estuvo en el lugar y preguntó a los propietarios sobre esos y otros misterios de la faraónica obra. Que pasó a ser un asunto nacional a partir de que la entonces legisladora rionegrina María Magdalena Odarda pidió una investigación y respuestas del Estado Nacional en 2010. Esta columna no tiene constancia de las respuestas, si las hubo.

Como fuere, hay un link donde quien parece ser un avezado piloto, de nombre Roberto Gómez y autor de un libro titulado “El vuelo. Los humanos detrás de los factores”, pone como acápite una frase que este columnista ignora si es o no es irónica: “La pista del millonario Charles Joe Lewis. La construcción de una llamada ´pista de aterrizaje´ con el propósito declarado de ´ser utilizado para actividades recreativas por parte del propietario del inmueble y su familia´”.

Un juguete, se diría. Pero desde el cual la República Argentina podría tener una horrible sorpresa. Y ningún gobierno podrá decir que no lo sabía.

Por Mempo Giardinelli para Página 12
Periodista, docente y escritor. Es Doctor Honoris Causa por la Universidad de Poitiers, Francia.

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