Juana Azurduy fue revolucionaria, combatiente y fiel a sus ideales. Vivió como heroína y murió en la pobreza, olvidada y en soledad. Pasaron muchos años hasta que su figura fuera reivindicada. La admiraron Belgrano primero, y Bolívar después. Y en 2009 se convirtió en la primera mujer en alcanzar el grado de general.
La historia le atribuye una valentía sin límites y un carácter arrollador en la lucha por la independencia. Juana Azurduy durante mucho tiempo estuvo atrapada por la historia que pondera a varones fuertes y reconocidos.
El surgimiento de una líder
Nació un 12 de julio de 1780 en Chuquisaca, Alto Perú (actual ciudad de Sucre). Pertenecía a una familia pudiente, con haciendas y una cómoda posición económica. Sin embargo, quedó huérfana de muy joven.
Tras perder a sus padres, quienes se hicieron cargo de ella y de su hermana Rosalía fueron sus tíos. Como la relación no era buena, Juana terminó en un convento llamado Santa Teresa.
Como en el campo de batalla, su adolescencia también fue avasallante. No duró mucho en el monasterio y a los 17 años volvió a la hacienda familia, la habían expulsado. Para ese entonces ya hablaba castellano, quechua y aymara.
Cinco años después se casó con Manuel Ascencio Padilla, con quien tuvo cinco hijos. Cuatro murieron de paludismo y malaria, solo una llegó a superar la mayoría de edad.
Esa pareja se consolidó sobre cimientos independentistas y revolucionarios. En 1809 se embarcaron en la revolución de Chuquisaca, un levantamiento popular contra la Real Audiencia de Charcas. Ese evento concluyó con una represión violenta, una revolución frustrada y los colocó entre los más buscados por los realistas.
Los ejércitos populares se crearon tras la destitución del virrey y al producirse el nombramiento de Juan Antonio Álvarez como gobernador del territorio. Como Juana, otras tantas mujeres se sumaron a combatir por la independencia.
Antes de perder el Alto Perú en 1811, alojaron en su hacienda a Juan José Castelli y Antonio González Balcarce, jefes del Ejército Auxiliar. Sus propiedades terminaron confiscadas por los españoles y a Manuel Padilla ya lo tenían identificado.
Cuando detuvieron a su esposo, Azurduy organizó a 300 indígenas para liberar a Padilla. Tras fingir ser lugareños de Chuquisaca, atacaron a los guardias que cuidaban la cárcel del Cabildo y lo liberaron.
La admiración de Belgrano y Güemes
El combate no fue algo aislado en su vida, fue permanente. Junto a Padilla participaron del éxodo jujeño bajo las órdenes de Manuel Belgrano. Lo mismo hicieron en Salta, Tucumán y Vilcapugio, donde Juana permaneció en la retaguardia.
En 1810 se incorporó al ejército libertador de Manuel Belgrano, impresionado por el valor en combate de Juana. Como señal de respeto, el creador de la bandera le regaló su sable a Juana. Azurduy no era solo la mujer de Padilla, era una líder admirable que sorprendía a propios y ajenos.
Condujo a cientos de indígenas armados por arcos, palos y lanzas. El honor y la semblanza empujaron su liderazgo y el respeto logrado. Fue en el verano de 1816, cuando quedó a cargo de la Hacienda de Villar, mientras su marido hacía lo suyo en la zona del Chaco.
Durante el ataque de los realistas, Juan organizó la defensa del territorio, arrebató la bandera del regimiento al jefe de las fuerzas enemigas y dirigió la ocupación del Cerro de la Plata.
Pero su figura imponente no era siempre ponderada. Un coronel la quiso tomar de prisionera, pero no lo logró porque la rescataron los suyos, aunque su caballo fue asesinado.
A los españoles se le sumó un nuevo problema: una emboscada. La gente que seguía a los Padilla tenían preparada fusilería y un grupo de caballos. Por este hecho, un coronel intentó animar a su tropa con una bandera, cuando Azurduy se la quitó y empujó a los suyos a matarlos.
A los realistas solo les quedó un camino: la retirada.
La doña que tomó el Cerro de la Plata
Tras la victoria, Manuel Belgrano envió un parte a Buenos Aires. En su carta escribió que “paso a mano de VE el diseño de la bandera que la amazona doña Juana Azurduy tomó en el Cerro de la Plata, como a once leguas al oeste de Chuquisaca. El comandante Padilla calla que esta gloria pertenece a la nombrada, su esposa, por moderación; pero por conductos fidedignos, me consta que ella misma arrancó de las manos del abanderado este signo de tiranía a esfuerzos de su valor y de sus conocimientos de milicia”.
En agosto de 1816, el gobierno de Buenos Aires la ascendió a teniente coronel en la división Decididos del Perú por su desempeño en el ataque del cerro de Potosí.
Sin embargo, la intervención de San Martín en la liberación del Perú, las cosas cambiaron. La estrategia cambió. La situación de la guerrilla del Alto Perú era deplorable y los Padillas debieron vivir momentos de extrema pobreza. Fue en esos años cuando sus cuatro hijos murieron.
Juana esperaba a su quinta hija cuando llegó la batalla de Villar.
Herida y degollado
Los Padilla debieron enfrentarse a los realistas una vez más. En 13 y 14 septiembre 1816 se produjo la batalla de la Laguna, donde Juana fue herida de bala. Mientras abandonaba el campo de batalla, su esposo que la inspiró y acompañó, era degollado. Manuel Padilla recibió dos balazos por la espalda y después, en su agonía, los españoles le cortaron el cuello.
Debió rescatar la cabeza de su marido para darle una sepultura con honores militares. Después de ese hecho, debió esconderse. Permaneció en el Chaco hasta que se unió a las fuerzas de Martín Miguel de Güemes, quien murió en 1821.
Con la muerte del caudillo, la guerrilla del norte se disolvió.
Fue entonces cuando decidió volver a su tierra natal junto a su quinta y única hija viva. Pidió limosnas y cedió cuatro mulas y cincuenta pesos al gobierno de Jujuy para costear el viaje.
Cuando llegó a Chuquisaca ya no quedaba prácticamente nada. Nadie esperaba su regreso con vida y sus bienes ya habían sido apropiados. Tras la proclamación de la independencia de Bolivia en 1825, Juana Azurduy intentó en numerosas ocasiones que el gobierno de la nueva nación le devolviera sus bienes para poder regresar a su ciudad natal, pero no lo logró.
La visitó Simón Bolívar y le concedió una pensión vitalicia de 60 pesos. Luego percibió un aumento, pero dejó de recibirlo en 1830. Para ese entonces, ni sus antiguos jefes quedaban con vida.
Su hija se casó y se marcho. El 25 de mayo de 1862 murió a los 82 años en Jujuy. Murió sola con sus recuerdos, sin dinero y en absoluta miseria. La enterraron en una fosa común.
El 14 de julio de 2009 la expresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, le confirió el grado de “Generala” del Ejército Argentino. Lo hizo durante una sesión de la Asamblea Legislativa Plurinacional, realizada en la ciudad boliviana de Sucre, donde reposan sus restos junto a su sable.
Madura, de tez morena, con rostro un tanto angular y rasgos duros adquiridos, seguramente, por todo lo acontecido en su vida. Su piel tiene algunas manchas y luce avejentada como consecuencia de una constante exposición al sol, por falta de cuidado y el paso de los años.
Tiene arrugas en la frente, el mentón denota fuerza, su cabello oscuro se divide con una raya al medio y está sobriamente recogido en dos trenzas que se cruzan en la nuca.
Las orejas son un tanto grandes, su nariz es delgada y recta, los labios muestran arrugas de expresión en la parte superior.
Pareciera tener una pequeña cicatriz en el pómulo izquierdo, quizá, producto de una de las reyertas en las que participó durante la Guerra de la Independencia.
Sus cejas son delgadas y bien definidas, los ojos son de tamaño mediano, de color café y tiene unas cuantas “patas de gallo”. Su mirada es directa, frontal, fuerte, viva, inteligente y decidida.
El artista gráfico contemporáneo argentino Ramiro Ghigliazza logró crear una imagen real y no idealizada de la mariscala.
No muestra a “una mujer maravilla”, sino a una Juana muy humana. Su intención fue retratarla “en su pleno apogeo” durante la revolución independentista. Pudo hacerlo gracias a la tecnología y su gran creatividad.
El diseñador gráfico publicitario, que dedicó gran parte de su carrera al sector agropecuario, manifiesta que el retrato de Juana no está con los cabellos al viento como un novelista podría imaginarla, más bien dice que es un retrato crudo.
Fuente: Con información de EL HISTORIADOR