La práctica de la observación de aves creció a pasos agigantados en los últimos años, impulsada, por un lado, por la monotonía que supuso el aislamiento obligatorio de la pandemia de coronavirus y, por otro, porque médicos y terapeutas comenzaron a indicarla como tratamiento alternativo para tratar problemas de salud mental y prevenir el deterioro cognitivo.
“No hay que ser experto para disfrutar de la belleza de las aves, lo único que hay que tener es curiosidad y que atraiga buscar un bicho”, explicó a Télam Francisco Táboas, divulgador ambiental y vocal de la Administración de Parques Nacionales (APN) por el Ministerio de Turismo y Deportes, quien reconoce en este tipo de avistaje un aspecto lúdico.
Táboas es un amante de los animales, pero su curiosidad abarca cada milímetro de la naturaleza. Puede, durante horas, graficar las diferencias entre aves, argumentar cómo el cambio climático afecta sus comportamientos y procesos migratorios y, con la misma pasión, repetir lo que explicó minutos antes si no se entendió.
“De chico iba mucho a campamentos, estaba en contacto con la naturaleza. Un día, el padre de una amiga en unas vacaciones me dijo que miraba aves y me invitó a ir con él”, recordó sobre el inicio de un hobby que lo llevó a ser guía y a escribir con el destacado Tito Narosky el libro “Guía de Campo”.
“Pero ese acercamiento sucede de diversas formas. Hay chicos que viven en un ambiente rural, arrancan cazando pajaritos y después se dan cuenta de que les gustan mucho y dejan de cazar”, continuó.
Como Táboas, muchos se inician en el mundo de las aves por la invitación de un conocido, otros por curiosidad o por temas de salud, pero, sin importar cuál es el motivo de la iniciación, la mayoría converge en una misma postura: la conservación de la naturaleza.
“La observación de aves te ayuda a entender procesos naturales, interacciones. Mucha gente que comienza como hobby, termina volcándose a la conservación. Entendés que para que haya tal especie de ave, es importante tal ambiente de planta o ecosistema, empezás a comprender por qué es importante en una ciudad plantar especies nativas o la planificación de arbolado urbano y terminás valorando procesos ecológicos”, explicó el también gestor de políticas públicas.
En los últimos años, la observación de aves empezó a sumar nuevos adeptos que, aburridos, “durante la cuarentena miraban por la ventana de sus casas, en la terraza o en el jardín, veían algo que les llamaba la atención y escribían a organizaciones preguntando de qué pájaro se trataba”, resumió Táboas.
Pero, además del acercamiento cultivado desde la duda, la salud también jugó un rol central como estimulador.
“Al retornar a la normalidad, las consultas a psiquiatras y psicólogos por trastornos de ansiedad aumentaron y comenzaron a recetar el contacto con la naturaleza para tratarlos. Los médicos de algunos países también empezaron a incorporarlo en los tratamientos contra enfermedades cognitivas, como el Alzheimer”, detalló.
Una extensa lista de estudios científicos publicados recientemente en revistas especializadas demostraron que el universo de las aves tiene beneficios para el bienestar físico y mental, pero, sobre todo, puede ayudar a ralentizar el deterioro de quienes viven con demencia.
En Japón, por ejemplo, se designaron unos 50 bosques como centros de terapia forestal, tras comprobar que ese tipo de caminatas baja la presión arterial, fortalece el sistema inmunológico y reduce las hormonas vinculadas con el estrés, la depresión y la incidencia de infartos; Canadá autorizó a sus doctores a prescribir pasar tiempo en la naturaleza; y Estados Unidos y el Reino Unido aplicaron pilotos similares.
“La práctica de avistar aves implica, entre otras cosas, recordar nombres, colores, perfumes, sonidos, formas, hacer listas, estar con gente, caminar”, enumeró Táboas, entre ejercicios que contribuyen a mejorar la concentración, mantener la memoria activa y estimular los sentidos que regala la naturaleza.
Fuente: Agencia Télam