Detrás de cámara, fuera de cuadro, hay otras historias de Malvinas que no se contaron esta semana, entre tanta épica y emoción por las noventa familias que pudieron cerrar el capítulo más triste de sus vidas.

Son las del final inconcluso, las de 31 tumbas que siguen anónimas en el Cementerio de Darwin, en las islas, y las de decenas de argentinos que, 36 años después, aún no conocen el destino final de sus caídos. “Nos hemos sentido fuera del cementerio, como si no fuéramos parte”, deslizó Noelia Bollero ante PERFIL, a poco de regresar de las islas. “Sabemos que la tumba de mi papá es el mar, pero volver ahí y rendirle homenaje nos da mucha paz. Nuestro ADN dio negativo. Eso no quita que la esperanza de encontrarlo siga intacta, es lo último que se pierde”, añadió.

Jorge Bollero era marino mercante y uno de los tripulantes del ARA Isla de los Estados, un buque de transporte que servía de conexión con el continente durante el conflicto.

La noche del 10 de mayo de 1982, los cañones del HMS Alacrity lo pulverizaron, en las cercanías de la isla Cisne, junto a la mayor parte de sus tripulantes.

Solo el capitán y un marinero fueron rescatados, seis días más tarde.

Entre los noventa cuerpos identificados en Darwin, uno pertenece al mecánico Enrique Hüdepohl y otro al jefe de Máquinas Miguel Aguirre, compañeros de Bollero.

Las aguas los habían arrastrado hasta las costas, sin identificación alguna, por lo que fueron sepultados como NN en Darwin.

De ahí que la familia no se resigne y confíe en que se amplíe la búsqueda a otras zonas. “Nosotros queremos tener nuestra tumba para que mi padre descanse en paz. Queremos nuestra cruz. Todos los del Isla de los Estados y los del General Belgrano necesitamos nuestros cuerpos”, sostuvo.

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