En las aguas fueguinas, hierros y maderas de muchas embarcaciones se desfiguran en su oscuro lecho. Pero como es sabido, no todas las tragedias aceptan con facilidad el olvido.
Tal es caso de esta historia que se debate entre el sacrificio romántico, los azares del destino y el fraude.
¿Quién es el protagonista? Un experimentado lobo de mar, un alemán de 56 años, devoto esposo y con una hija a punto de casarse, quien después de 31 años navegando y con una foja de servicios impecable, había decidido antes de zarpar que este viaje sería el último.
¿Por qué modificó repentinamente la ruta de navegación? Una imprudencia injustificable, un error de orientación y el choque contra una piedra desconocida. Con esfuerzo, este capitán logró encallar el barco entre dos rocas con el objetivo de naufragar lentamente y dar tiempo para salvar a los pasajeros. Las mujeres lloraban y los hombres se desesperaban mientras los marineros intentaban calmarlos. El viento salvaje y las heladas aguas agitaban a los turistas aterrados, que habían viajado desde Buenos Aires para conocer la mítica isla de Tierra del Fuego. En frágiles botes que no eran suficientes, fueron buscando con dificultad las costas del Canal de Beagle. La desesperación duró unas horas, hasta que un buque de carga apareció para prestar apoyo.
¿Sabía el capitán cuando abrió su cuaderno de bitácora, después de hacer el 21 de enero de 1930 una escala de quince horas en Ushuaia, cómo iba a ser su final?
Todo depende de qué final escojamos.
¿Qué sucedió en los últimos instantes antes de que las aguas australes hundan su vencida nave?
Hay quienes lo imaginan atado al timón, quizás con los ojos humedecidos, sosteniendo en sus manos temblorosas un camafeo con la foto de su mujer y sus dos hermosas hijas, poniendo su propio revólver en la boca, apretando el gatillo para hundir para siempre el plomo en su cráneo, y su cuerpo ensangrentado y sin vida compartiendo con la embarcación su destino de profundidades, cumpliendo estrictamente con aquella ley del mar que dicta que es deber del capitán hundirse con la nave que comanda.
Fue la única víctima del accidente y su cuerpo nunca fue encontrado.
Otros dicen que no quiso morir con el barco, sino que una explosión en la sala de máquinas inundada de humo y agua le arrebató la vida.
Cuando dirigía el barco, tenía a su lado como Práctico Capitán a Rodolfo Hepe. Por lo tanto, no había ninguna tentación de peligro porque este marino anteriormente realizó con éxito dieciséis viajes por los canales fueguinos.
Hay testigos que relatan que vieron a nuestro capitán, Teodoro Dreyer, desembarcar en la Isla Navarino y descargar unos supuestos baúles llenos de oro que nunca se encontraron.
¿Fue todo parte de una estrategia para comenzar una nueva vida?
Nadie cobró jamás la recompensa que ofreció su viuda a cambio de información sobre sus restos o su paradero.
Después de un intento fallido de reflotarlo pasados más de veinte años, esta especie de Titanic argentino de una sola o de ninguna víctima, el Monte Cervantes, sigue ahí, cerca del faro Les Eclaireurs, partido y hundido, juntando sobre sus viejos hierros y maderas, algas, moluscos y misterio.
Fede Rodríguez

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