En los últimos días tomó trascendencia internacional la noticia del regreso a puerto de tres balleneros japoneses con más de 300 ballenas minke producto de una cacería en los mares antárticos. A pesar de que esta actividad se encuentra prohibida, los japoneses han encontrado la forma de seguir practicándola, para estupor de millones de personas alrededor del mundo.

Cuando alguien piensa en Japón, lo primero que viene a la mente es la idea de una cultura milenaria, basada en la contemplación, la sabiduría y la paciencia, en la armonía con la naturaleza y con las fuerzas que en ella se desenvuelven. Japón también es, en el imaginario popular, sinónimo de desarrollo y avance científico. Se suele ver a este lejano pueblo como un norte de progreso cultural y tecnológico. Sin embargo, Japón es también un país de tradiciones que a los ojos del mundo han quedado desfasadas y obsoletas. Así como España es mira de críticas y protestas debido a sus corridas de toros, el país asiático lo es debido a la caza de uno de los animales más imponentes que habitan nuestro planeta: las ballenas.

No hace falta ser un acérrimo ambientalista para comprender que la caza de ballenas se ha convertido en una aberración sin justificación alguna. En un mundo donde la tendencia creciente es rechazar la cacería de cualquier especie y donde las premisas veganas en contra del consumo animal cada día cobran mayor vuelo, resulta difícil concebir la idea de que existe un país que aún hoy sostiene la caza y el consumo de estos espléndidos animales. Y es que en la concepción generalizada de la mayoría de los seres humanos, las ballenas tienen casi el estatus de seres míticos. Su matanza ha quedado en los libros de historia y en las aventuras surgidas de la pluma de Herman Melville.

Recientemente ha recorrido el mundo la noticia de que en su última faena en los mares Antárticos, tres buques balleneros han regresado a puerto japonés con el terrible botín de más de 300 ballenas minke capturadas. La ballena minke es una de las especies más comunes de la Antártida. Se trata de un animal que llega a medir como máximo unos 11 metros y pueden pesar hasta 9 toneladas. Debido a la falta de información, su estado de conservación se desconoce y está catalogada como “datos insuficientes” en la Lista Roja de Especies Amenazadas.

Como si fuera una nadería, estos cazadores nipones continúan llevando adelante una de las más infames tareas que un hombre de mar puede ejercer. A pesar de estar prohibida su caza desde el año 1986, los japoneses, escudándose en un resquicio legal que permite la captura de especímenes para la investigación científica, continúan al día de hoy practicando la caza de ballenas con fines comerciales. Pero, ¿se trata realmente de una práctica que responde a la cultura popular nipona? Si bien Japón es un pueblo con larga tradición pesquera, no es hasta después de la Segunda Guerra Mundial en la que la caza de cetáceos se hace masiva. Debido a la devastación que enfrentaba el país luego de su derrota en la guerra, los nipones buscaron en el mar la forma de paliar el hambre, encontrando en la carne de ballena la salvación para gran parte de su pueblo.

Hoy en día la excusa del hambre no existe. No hay necesidad, ni siquiera comercial, pues el mercado de consumo de ballenas es mínimo. Sin embargo las embarcaciones continúan saliendo al mar en busca de ballenas y de nada han servido los esfuerzos de asociaciones ambientalistas como Sea Shepherd o fallos judiciales como el de la Corte Internacional de Justicia, quien en 2014 sentenció que la caza de ballenas japonesa no tenía fines científicos.

La realidad es que la caza de ballenas no es una tradición Japonesa. El consumo de su carne no es masivo ni se trata de un rasgo cultural de su pueblo. La actividad no representa un gran ingreso a nivel comercial y transmite una pésima imagen internacional para el país, haciéndolo mira de las críticas de la comunidad internacional. Pero a pesar de la prohibición, a pesar de las protestas, el Gobierno de Japón insiste en sostener esta impopular práctica y es nuestra responsabilidad continuar exigiendo su cese inmediato.

Abel Sberna

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