Las autoridades japonesas anunciaron que esta semana retomarán la cacería de ballenas con fines comerciales, actividad que no desarrollaban desde el año 1982. La impopular medida se da a pocos meses de la salida oficial del país de la Comisión Ballenera Internacional.

Parece increíble a esta altura tener que dar estas noticias. La decisión de Japón de retomar la cacería de ballenas con fines comerciales contradice décadas de lucha por la defensa y preservación del ambiente natural y significa un retroceso enorme de los logros conseguidos por miles de personas alrededor del mundo que dedican sus vidas a crear conciencia para resguardar el patrimonio natural de nuestro planeta.

Las ballenas han sido objeto de una fuerte explotación a partir del siglo XVII, cuando se las cazaba para la utilización de su carne y grasas. Debido a esta actividad que se sostuvo durante casi 300 años, las poblaciones comenzaron a verse muy disminuidas, empujando a muchas especies de ballenas hacia una posible extinción.

El año pasado Japón decidió abandonar la Comisión Ballenera Internacional, organismo creado para la regulación de la caza de ballenas que desde el año 1982 determinó el cese de la caza comercial. Sin embargo, amparándose en el artículo VIII del Convención que reglamenta la caza de la ballena, el cual permite la captura con fines científicos, Japón continuó con la cacería argumentando fines científicos. Finalmente, al abandonar la CBI, el país ha anunciado que retomará la caza con fines comerciales, lo cual ha generado un fuerte rechazo en la comunidad internacional.

Este lunes zarparon ocho buques balleneros para comenzar con la nueva etapa de explotación comercial de ballenas, la cual había sido abandonada oficialmente por el país en 1982. El gobierno autorizó la caza de 227 ejemplares para todo el año. Las especies elegidas son minke, bryde y rorcual común. La actividad se llevará adelante en aguas pertenecientes al territorio nacional japonés y según el gobierno la sustentabilidad está garantizada. Según la Agencia Pesquera, de la clase Minke hay actualmente 20.513 ejemplares, de la rorcual Bryde hay 34.473 y de la rorcual común 34.718.

Más allá de los datos estadísticos y del estado de conservación de las especies seleccionadas, el daño que este tipo de actividades ha causado históricamente al ambiente es motivo suficiente para cuestionar la decisión de Japón. Ha quedado demostrado que la explotación comercial de los animales salvajes es inviable y ha significado la extinción de numerosas especies y ha puesto en riesgo de desaparecer a otras tantas. La conciencia ambiental evoluciona y es necesario abandonar definitivamente viejas prácticas en orden de preservar al ambiente natural. En este sentido, y a pesar de su milenaria cultura y sus avances en ciencia y tecnología, Japón es un país con prácticas y costumbres que a los ojos del mundo han quedado desfasadas y obsoletas, como es el caso del consumo de ciertas especies animales que responde a cuestiones culturales y no a una real necesidad alimenticia. Y ni siquiera la cultura justifica este consumo, ya que  si bien Japón es un pueblo con larga tradición pesquera, no es hasta después de la Segunda Guerra Mundial en la que la caza de cetáceos se hace masiva. Debido a la devastación que enfrentaba el país luego de su derrota en la guerra, los nipones buscaron en el mar la forma de paliar el hambre, encontrando en la carne de ballena la salvación para gran parte de su pueblo.

En la actualidad la actividad no tiene ninguna justificación. El consumo de carne de ballena en el país es mínimo y la actividad solo representa 300 empleos directos en todo Japón. Ya casi no hay restaurantes de ballenas en Japón, y aquellos que todavía ofrecen su carne en el menú la importan a menudo de Islandia o Noruega. A pesar de todo, y apoyado por la mayoría del pueblo japonés, el gobierno nipón insiste en sostener esta impopular práctica y en este momento los buques balleneros surcan los mares orientales en busca de su siguiente presa.

 

Abel Sberna

 

 

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