En los vastos cielos y praderas de Sudamérica, la Bandurria Común, también conocida como pato patagónico, despliega su majestuosidad en una sinfonía de colores y comportamientos fascinantes. Esta ave se presenta como un tesoro alado con historias cautivadoras que se extienden desde Colombia hasta la Patagonia.
Con su distintivo plumaje de varios colores, la Bandurria Común es un desfile de la paleta natural. Sus partes dorsales, un gris salpicado de brillos verdosos, contrastan con las franjas blancas que adornan sus alas durante el vuelo. La cara, el cuello y el pecho son de tonos ocres y amarillentos Las partes inferiores y la cola son negros. Sin embargo, es en su cuello los tonos crema amarillenta se intensifican durante la temporada reproductiva.
Bandurria austral de pico largo, ave común en la Patagonia, El Calafate. Foto: © Mark Berman
Un Vuelo entre Dos Mundos
La taxonomía (clasificación) nos lleva hacia el pasado, con el nombre binomial Scolopax caudatus, acuñado por el naturalista holandés Pieter Boddaert en 1783. Hoy, la Bandurria Común se alza en dos subespecies, T. c. caudatus (Boddaert, 1783) poblando desde Colombia y Venezuela hasta la Patagonia, T. c. hyperorius (Todd, 1948), demostrando su versatilidad para adaptarse a diversos entornos.
Este ibis no solo es un espectáculo visual; también es un maestro en la adaptación. Desde praderas inundadas y campos agrícolas hasta orillas de lagos, la Bandurria Común teje su vida en paisajes diversos. Su presencia, incluso a 2000 metros de altitud, desafía las expectativas, y su resistencia a la transformación humana del territorio la convierte en una figura resiliente en la naturaleza cambiante.
En la localidad santacruceña de El Calafate, es habitual verla “como un vecino más”, con su porte de unos 75 cm de longitud y alrededor de 1,2 kg de peso, ya es parte del paisaje de la villa turística y no falta en ninguna foto de viajeros que se deslumbran por su particular vocalización.
Aunque generalmente solitaria, esta ave no teme al trabajo en equipo. En grupos de hasta 50 individuos, la Bandurria Común se desplaza entre lugares de alimentación, eligiendo el árbol más grande para pasar las noches. Su método de caza es tan intrigante como su vuelo, con movimientos lentos en suelos lodosos, explorando con su pico la superficie en busca de presas como saltamontes, escarabajos, y hasta pequeños vertebrados.
La Bandurria Común revela su lado arquitectónico durante la temporada de apareamiento. Ya sea en solitario o en colonias pequeñas, construye nidos a alturas que desafían el vértigo. Ramas, palos, tallos y hojas se entrelazan para formar estructuras voluminosas y grandes, testigos silenciosos de la vida que florece. La incubación de los huevos, blancos verdosos con motitas marrones, dura 28 días, revelando un cuidado parental dedicado.
Aunque la Bandurria Común enfrenta amenazas como el cambio climático y la contaminación, su estatus de “preocupación menor” según la UICN da esperanza.
Bien adaptada a la transformación humana del territorio, su capacidad para sobrevivir en terrenos agrícolas es un recordatorio de la resistencia de la naturaleza. En cada vuelo y en cada rincón de su vasta distribución, la Bandurria Común cuenta la historia de la diversidad, la adaptación y la lucha por la supervivencia.
Daniella Mancilla Provoste
Foto de portada: Daniel Maggi