Se trata de tres proyectos, con colaboración ciudadana, que apuntan a proteger especies fundamentales para el control de plagas, la producción de alimentos y el sostenimiento de la fertilidad de los suelos. Estas investigaciones, que involucran personas de todo el país, permiten superar límites propios de los estudios ecológicos tradicionales.
El 5 de junio se conmemora el Día Mundial del Medioambiente, establecido por la Organización de las Naciones Unidas con el objetivo de sensibilizar a la población en temáticas ambientales. El medioambiente es un bien común de toda la humanidad, en el que interactúan todos los seres vivos. Los beneficios que brinda son imprescindibles para la vida de las personas en la Tierra. En este sentido, la pérdida de especies y la reducción de la biodiversidad tiene importantes implicancias sociales, económicas y culturales, además de las propiamente ecológicas. Su cuidado y conservación, requieren acciones diarias concretas en todos los ámbitos de la vida social. Para desarrollar mejores estrategias de conservación y de cuidado es imprescindible producir un mayor conocimiento científico sobre el medioambiente y las especies que lo habitan. Para esta tarea resulta fundamental el trabajo y la expertise de los diferentes especialistas, pero también pueden contribuir con ellos, de diferentes formas, todas las personas..
En este marco, especialistas del CONICET en el Instituto de Investigaciones en Biodiversidad y Medioambiente (INIBIOMA, CONICET-UNCo) desarrollan distintos proyectos que involucran a la ciudadanía en la producción del conocimiento científico, así como en la conservación y protección de especies fundamentales para la salud de los ecosistemas, pero también para el control de plagas, la producción de alimentos y la sostenibilidad de la fertilidad de los suelos.
Las referentes de estas iniciativas destacan que en este tipo de proyectos las personas encuentran un ámbito en el cual colaborar con el cuidado del medioambiente y aportar sus conocimientos. “Hacer participar a la gente es hacerlos pasar a la acción. Aunque su colaboración pase por tomar una foto de una especie, hace que estén pendientes de observar lo que les proponemos los científicos. Ese hecho motiva un involucramiento en la protección del ambiente y genera impacto”, sostiene Victoria Werenkraut, investigadora del Consejo y responsable del “Proyecto Vaquitas”.
El proyecto tiene como objetivo establecer un mapa en todo el país de la distribución de las vaquitas de San Antonio que puedan detectarse a simple vista, que sirva para sentar las bases para el desarrollo de futuros programas de conservación de este importante grupo de insectos. La especialista destaca que las vaquitas de San Antonio son depredadoras y en los ecosistemas cumplen importantes funciones vinculadas al control de plagas y la regulación de poblaciones de otros insectos. Cabe destacar que la biodiversidad de estas especies está disminuyendo en varias regiones del mundo debido a la pérdida de hábitat y al avance de las especies invasoras.
“Estas iniciativas que apelan a la recopilación de datos de forma colectiva y a la participación de la comunidad a través de distintas acciones, despiertan la capacidad de observación, fomentan el espíritu crítico, la posibilidad de conectar información e impulsan vocaciones científicas”, afirma Carolina Morales, investigadora del CONICET, referente del Grupo de Ecología de la Polinización en el INIBIOMA e integrante de “Vi Un Abejorro”, que reúne a estudiantes e investigadores de la Universidad Nacional del Comahue y del CONICET comprometidos en la conservación del abejorro nativo de Argentina. Este proyecto trabaja con los abejorros del género Bombus que tiene 8 especies nativas del país, de las cuales una de ellas, el mangangá (Bombus dahlbomii), se encuentra en peligro de extinción. Esta especie nativa está siendo desplazada por las especies exóticas que ponen en riesgo y disminuyen la diversidad de polinizadores como los abejorros, que son fundamentales para la producción de alimentos y la salud del ecosistema.
La observación, la recolección de datos y el registro de la ciudadanía son conocimientos co-construidos que describen el aporte a la biodiversidad y permiten actualizar registros que en algunos casos tienen más de 30 años, como en el caso del abejorro, y establecer un mapa de distribución. “La Ciencia Ciudadana va a aportar con los datos de la gente un mapa de distribución de las especies que al día de hoy pueden ser un insumo para comparar lo que se sabía de antes y lo de ahora. También una base para afrontar los futuros cambios, por ejemplo, cómo impacta una especie que poliniza en determinado lugar en otras especies”, explica Marina Arbetman, científica del CONICET que integra el proyecto, “todos los cambios globales que están sufriendo las especies hace que la distribución sea mucho más dinámica que lo que hubiera sido en otra época, por eso es necesario actualizar esa información disponible”, agrega.
En ese sentido, Werenkraut sostiene que estas prácticas de monitoreo comunitario “permiten a lo largo del tiempo ver si una especie invasora está avanzando o si la distribución de una especie nativa se está retrayendo. Eso es imposible hacerlo en un estudio ecológico tradicional, es fundamental el aporte de que haya un montón de gente, en diversos lugares, mandando registros ya que podría frenar una invasión incipiente”.
Para la investigadora del CONICET, Luciana Elizalde que co-lidera el proyecto “Jardines amigables con la naturaleza”, junto al investigador del INIBIOMA Sergio Lambertucci, es relevante evaluar cómo las aves y los insectos utilizan los jardines. Así, el equipo de investigación indica técnicamente en su proyecto que los jardines privados urbanos pueden contribuir en áreas claves para la conservación. En ellos se pueden identificar distintos roles de una especie, por ejemplo, hay roles en los insectos que colaboran a la fertilidad de los suelos y el reciclaje de la materia orgánica en descomposición en los ciclos biogeoquímicos. Es por esto, que la recopilación de datos y los testimonios de la población permiten comprender la función de los jardines urbanos para la conservación de la fauna y el bienestar humano. “Notamos que las personas tenían la necesidad de contar lo que encontraban en su jardín. Los resultados fueron sorprendentes en esa primera etapa, porque la toma de datos por la ciudadanía fue muy exhaustiva y a raíz de eso surgió la segunda etapa de la investigación que consiste en trabajar con la comunidad para cuantificar los cambios en los jardines”, sostiene Elizalde. En la investigación las personas registraron como indicador en sus jardines tres especies de aves: el pájaro carpintero gigante (Campephilus magellanicus), el huet-huet (Pteroptochos tarnii) y el chucao (Scelorchilus rubecula); y entre los insectos, el pehuenche (Elaphroptera spp) -insecto característico de la Patagonia Andina- y el abejorro (Bombus dahlbomii).
Además de estos proyectos, existen otros que trabajan con distintos perfiles ciudadanos como los agricultores. Morales cuenta que “otro de los proyectos en el cual participo busca monitorear las pérdidas de colmenas de abejas de la miel. Es un proyecto en el cual se le hacen preguntas a los apicultores y a los criadores de abejas de melipona nativas sobre su producción. Participan enviando datos que, a escala inmediata y local, detectan especies invasoras por ejemplo y gracias a ese registro, se pueden tomar acciones inmediatas”, y añade que “desde un lado productivo y agropecuario tener esos datos georeferenciados, sobre la pérdida de colmenas en paisajes diferentes con uso de la tierra distintos, sirve para responder preguntas acerca de cómo los cambios del uso de la tierra, de pesticidas o el cambio climático afectan a las abejas de la miel que pueden ser biomonitores que indican lo que le pasa al ambiente, la biodiversidad y a las personas”, finaliza la investigadora.
Fuente: CONICET