El silencio es curiosamente arrollador. Plaza de Mayo se va poblando de gente que llega de manera espontánea. Alrededor de la Pirámide de Mayo todo es silencio. Se van encendiendo velas, nacen altares, empieza a empapelarse de carteles escritos a mano, en el momento, con lo que hay. Las vallas de la Casa Rosada dan sensación de ahogo. Todo transcurre lento.

Es Santiago”. Esa será la frase que marque el 20 de octubre de 2017. Sergio Maldonado, hermano mayor de Santiago, le confirma a la prensa que reconocieron el cuerpo de su hermano a través de sus tatuajes. Qué irónico. Aquello que sirvió como distintivo de su vida, también sirvió como distintivo de su muerte.

Ya no hay dudas sobre dónde está, pero todavía hay muchas preguntas. “Necesitamos saber quiénes son los responsables de su muerte. Todos. No solo quienes le quitaron la vida sino los que, por acción u omisión, colaboraron en el encubrimiento y perjudicaron el proceso de búsqueda”, dice el comunicado oficial que la familia Maldonado publicó luego de confirmar la identidad de ese cuerpo.

El comunicado es contundente, en el medio del dolor, de la incertidumbre, de la angustia más profunda la familia pide respeto –de nuevo–, paz, dice que confía en la justicia y advierte sobre lo absurdo de “la grieta”.

El mensaje es poderoso: “La muerte de Santiago no debe ser motivo de divisiones o pujas interesadas. Nadie tiene derechos sobre el dolor de esta familia”.

El presidente de la Nación llama a la mamá de Santiago. 80 días después. El ministro de Justicia y Derechos Humanos de la Argentina dice, en vivo, por un canal de noticias que habló con Sergio Maldonado. Apenas unos minutos después el propio Sergio lo desmiente. Innecesario.

Como fue innecesario también el volcán de versiones mentirosas que durante más de 70 días se volcó en los medios desde el propio Estado.

Claudio Avruj diciendo que era imposible situar a Maldonado en el Pu Lof el día de la represión. Elisa Carrió diciendo que el muchacho estaba en Chile y que iban a tener que pedirle perdón los que la criticaban. La ministra de seguridad Patricia Bullrich diciendo que a Santiago lo había herido un puestero.

Que un camionero lo llevó a Entre Ríos. Que en no sé qué pueblo todos se parecen a Santiago Maldonado. Que una pareja de Tierra del Fuego lo trasladó en las rutas patagónicas. Que se estaba cortando las rastas en una peluquería de Villa Mercedes. Que se fue a Mendoza.

Santiago Maldonado solo estaba en un lugar. En el que Gendarmería Nacional reprimió de manera ilegal. Defendiendo una causa que no era suya pero que le parecía justa. Porque ¿sabés qué?, no hace falta ser negro para estar en contra de la esclavitud, ni mujer para estar en contra de los femicidios, ni niño para estar en contra del tráfico de menores para explotación sexual. Lo único que hace falta es tener principios. Santiago demostró de la manera más cruel que los tenía.

Queda marcada, como la hoja de un libro viejo, la demostración de que Santiago estaba donde dijeron los testigos, a pesar de las dudas que quisieron plantearse maliciosamente. También queda la cicatriz, de esas que no se remueven con nada.

Taty Almeida, integrante de Madres de Plaza de Mayo línea fundadora, lo llama a Sergio Maldonado para ofrecerle su pésame y su acompañamiento. Él la consuela y casi suena como una disculpa: “nosotros por lo menos tenemos el cuerpo”.

Mientras tanto, a Santiago se lo dibujó como un terrorista y una pregunta se multiplicó por cientos, por miles, se convirtió en un grito colectivo imposible de aplacar ¿Dónde está Santiago Maldonado?

Las horas van cambiando el escenario, aunque los actores principales siguen siendo los mismos. Sin ovación, sin aplauso. La pregunta muta pero sigue siendo un mar embravecido ¿Qué pasó con Santiago Maldonado?

Respeto. Paciencia. Se repite como mantra entre los que esperan. Respeto. Paciencia. Se respira, se toca, se lame la herida abierta. Respeto. Paciencia.

La ministra de Seguridad de la Nación sigue sin hacer declaraciones. El Jefe de Gabinete de la misma cartera, Gustavo Nocetti –que admitió en Esquel que viajó a la Patagonia para coordinar las acciones represivas entre fuerzas federales y provinciales contra los miembros de la Resistencia Ancestral Mapuche– tampoco habló.

Según la ministra Bullrich, Nocetti “sólo se había bajado a saludar”, cuando en realidad estaba allí para “empezar a tomar intervención y detener a todos y cada uno de los miembros de la RAM”.

Santiago no está más. Bullrich y Nocetti, sí. Pero el que tiene que seguir contestando es Santiago, porque si no cuenta él qué fue lo que pasó, nunca lo vamos a saber.

El juez Lleral anunció después de 20 horas que los peritos coincidieron en que el cuerpo del joven Maldonado no presentaba lesiones. Algunos se alivian. Otros festejan cruelmente, como si la ausencia de lesiones hiciera desaparecer mágicamente las responsabilidades del Estado argentino, esas de las que no se ocupó en 80 días.

Muchos aún esperan el mensaje del presidente. Habría que desempolvar un poco la tan vapuleada cadena nacional, dejar de esconderse detrás del blindaje mediático, nada de “recorridas de prensa” y por fin dar un mensaje claro y contundente. Sin peros. Sin poner el foco del otro lado. Sin querer sacudirse los escombros de una sociedad que reclama. Seguiremos esperando.

La grandiosa escritora Claudia Piñeiro hablaba hace un par de días del pantano. Y causa temor. Por ahí en realidad todos estamos en el pantano y todavía no nos dimos cuenta.

Botella al mar era un programa que escuchaba y una página que leía en los años en los que me iniciaba en el periodismo. Tenían una frase, la recuerdo siempre, hoy me resuena más que nunca, porque todos los que estamos preguntándonos por Santiago nos debemos sentir igual. Con el agua al cuello, pero con la boca afuera.

 

María Fernanda Rossi

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