Carlos J. Aldazábal (Salta, 1974) Escritor, editor y docente.

Publicó los poemarios “La soberbia del monje” (1996), “Por qué queremos ser Quevedo” (1999), “Nadie enduela su voz como plegaria” (2003), “El caserío” (2007), “Heredarás la tierra” (2007), “El banco está cerrado” (2010), “Hain. El mundo selk´nam en poesía e historieta” (2012, con ilustraciones de Eleonora Kortsarz), “Piedra al pecho” (2013) y “Las visitas de siempre” (2014).

Es responsable del proyecto editorial independiente EL SURI PORFIADO donde publica y difunde poetas de distintas regiones de la Argentina. En su catálogo encontramos libros de artistas fueguinos como “Alguien lo dijo” y “El viento sopla” de Anahí Lazzaroni, “El lento deambular de las tormentas” de Florencia Lobo, “Breve tratado sobre la lágrima” de Julio Leite y “Agua florida” de Niní Bernardello · 

En su libro “Nadie enduela la voz como plegaria”, a través de la poesía antropológica, cuenta la historia del pueblo selk´nam para rescatar su sabiduría y su idiosincrasia.
Años después, retomando el mismo tema, editará junto con la ilustradora Eleonora Kortsars “Hain. El mundo selk´nam en poesía e historieta”.

Mi disparador fue una merienda en casa de la antropóloga norteamericana Anne Chapman, estudiosa de la cultura selk´nam, mujer encantadora que había sido capaz de grabar, en 1966, los cantos de Lola Kiepja, la última chamán que conservaba en su memoria las voces de ese pueblo aniquilado. La admiración y el asombro fueron los motivos: de repente, Chapman me mostró el terrible final de personas que habían vivido en lo que para mí, hombre del Norte, era la parte más exótica de mi propio país, la isla de Tierra del Fuego.” Cuenta Aldazábal en el prólogo de su libro “Hain…”. 

Entre otros, ha recibido los premios: Premio Alhambra de Poesía Americana ​(Granada, España);

Primer Premio Regional de Poesía (NOA) de la Secretaría de Cultura de la Argentina; Primer Premio del II Concurso “Identidad, de las huellas a la palabra”, organizado por Abuelas de Plaza de Mayo; Corona del Poeta, Eisteddfod​ del Chubut.

Aldazábal fue director de la revista de poesía La costurerita. 

Actualmente, coordina el Espacio Literario Juan L. Ortiz en el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, organizador de un Festival Latinoamericano de Poesía. Es Doctor en Ciencias Sociales, Magíster en Comunicación y Cultura​ y Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires, en donde se desempeña como docente.

Compartimos con las lectoras y lectores de EL ROMPEHIELOS, las siguientes poesías de Carlos J. Aldazábal: 

Hain

Por este lago he pasado muchas veces,

he tirado mi flecha a la distancia
y recogí el alimento,
primero sorpresa,
más tarde orgullo.

El animal temblaba.

Con su herida llamaba a mi boca
para darme el aliento.

Tiempo atrás,
mis pasos anduvieron
por estas playas,
pero eran otros los pies,
era otro el que estaba
entre los perros
imitando al cazador de cormoranes.

Tiempo atrás,
mi sombra se escondía
con el lobo marino
de la infancia.
Hoy estoy solo.

Un espíritu me acecha
para darme el espanto.
Pero voy a vencerlo.

Muchos espíritus
habitan en la tierra,
mujeres vengativas
con garras espantosas.

Espíritus atroces.

El hain ha comenzado hace dos días,
mis tías ya lloraron la inocencia
y mi madre maldijo a la gran luna
con la pintura roja sobre el pelo;
confiaban en mis fuerzas,
por eso sus plegarias detuvieron los males.

Retorno victorioso al campamento.

El espíritu ha huido como un búho,
y la calma es posible.

Llevo mi presa con el orgullo firme,
dispuestos los oídos para escuchar la historia
en la voz de los hombres,
dispuesto a ser un hombre
con el valor entero,
con el firme coraje de la caza.

En la choza mis pares me reciben
(digo “mis pares” porque ya soy un selk’nam,
porque he dejado los hábitos del juego
para probar la muerte del guanaco)
y palmean mi espalda con aprecio,
y dividen la carne,
y nos sentamos juntos en la ronda.

Después se asustan.

El espíritu me llama,
impaciente y airoso.

Ahora me descarna
con su pico de búho,
alimentando el hambre,
mientras sufro alaridos
de mi propia garganta.

Alguien ríe.

Entonces el espíritu
ya no ataca mis huesos,
y aunque es roja la sangre
no es mi rojo el que pinta.

Todos ríen.

Entonces el espíritu
se transforma en un hombre
y celebra una fiesta en mi memoria
con mi cuerpo presente.
Luego cuentan la historia de los selk’nam
y yo escucho el secreto
e imagino a mis tías engañadas que lloran.

¿Por quién lloran mis tías?
¿Por mí?
¿Por el lobo marino de la infancia?
¿Por el guanaco muerto?
¿por los muertos que llegan del futuro
visitarme, descarnados y tristes,
cuando sueño este frío?

FIN

El arte del arquero se encuentra en los tendones:
hay que saber sacarlos del guanaco calientes
y ablandarlos despacio para tensar la lenga.
Una vez que está listo el arco en nuestras manos
Orgullosos marchamos a obtener alimento,
cormorán o coruro, gaviota o avutarda.

Mi mujer se ha tejido dos canastas
y recoge los frutos que en el suelo se esparcen.
Y mis hijos bromean con los perros.

Masticando tendones para hacerme otro arco
me he quedado dormido y soñé nuevamente:
esta vez vi a dos hombres parecidos a búhos.
Eran buenos y sabían mi lengua.
¨Cazadores de sombras¨, los llamamos,
porque tenían arcos que mataban al tiempo.
¨Cazadores de sombras¨.
Y luego vi más hombres de ese aspecto,
pero ya no eran buenos.
¨Cazadores de selk´nam¨ se decían
y sus arcos sin cuerda apuntaban al pecho,
defendiendo guanacos que llamaban ¨ovejas¨
en su idioma mezquino: diminutos guanacos
las ovejas.

Ya no entiendo estos sueños.

Prefiero los tendones
la vigilia.

Escucho los guanacos.
Escucho una manada atravesando el monte.

El arco ya está listo.

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