El jueves 25 de noviembre de 1982, hace exactamente 35 años, se estrenaba en la Argentina la película que más veces vi en la historia: Pink Floyd-The Wall.

Era un año muy especial para los habitantes de nuestro país.

Habíamos perdido la Guerra de Malvinas y nos habían eliminado temprano del Mundial de Fútbol de España. La seguidilla de meses angustiantes sólo encontraba alivio en la retirada de la dictadura militar y en la comezón de una democracia que asomaba en los primeros mitines con los que se organizaban los partidos de cara a las elecciones.

A ese contexto extraordinario e irrepetible, a ese escenario más que ideal, llegaba la obra de arte de Alan Parker, una maravilla elaborada por ingleses, los mismos que habían sido nuestros rivales bélicos.

Con una estética novedosa, con una mezcla de realidad y fantasía, esta película irrumpió en el momento justo, en el instante en el que más necesitábamos embriagar nuestras almas de música e imágenes, de frases y significados, de protesta.

The Wall nos contaba, en forma desprolija e insolente, la historia de un individuo al que volvieron loco porque la sociedad le construyó, ladrillo por ladrillo, toda una pared.

El muro que encerraba al personaje interpretado por Bob Geldof tenía mucho en común con algunos calicantos cordobeses que intentaron bloquear a la juventud de esta ciudad.

Era inevitable sentirse identificados. “No necesitamos ningún control del pensamiento, ni sarcasmos en las aulas. . . ”, decía la letra de Otro ladrillo en la pared, la canción principal de la película.

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