El hallazgo fue publicado en la revista Journal of Vertebrate Paleontology.
Un equipo de científicos publicó en la revista Journal of Vertebrate Paleontology el hallazgo de nuevos teratornítidos en Buenos Aires y Santa Fe, revelando detalles acerca de la evolución tardía de estas aves en América del Sur. El grupo está compuesto por investigadores e investigadoras del CONICET, el Centro de Investigación Científica y de Transferencia Tecnológica a la Producción (CICYTTP, CONICET, Gob. de E.R., UADER), la Universidad Autónoma de Entre Ríos (UADER), la Fundación Azara, el Museo Municipal de Cs. Naturales “Pachamama” y el Instituto Geológico del Sur
“Su presencia había pasado inadvertida por muchos años, en parte porque se trataba de ejemplares muy fragmentarios y fácilmente confundibles con cóndores, pero hace unos 10 años, pudimos hallar nuevos y más completos especímenes confirmando que en realidad eran teratornítidos”, relata Marcos Cenizo, investigador de la Fundación Azara e integrante del equipo.
Teratornis merriami: ave monstruosa de Merriam
Los teratornítidos, pertenecientes a la familia Teratornis merriami (“ave monstruosa de Merriam”, como refiere su nombre científico), fueron aves voladoras gigantescas de hábitos carroñeros y predadores que habitaron el continente de América, durante casi 25 millones de años hasta su extinción hace unos 12 mil años, aproximadamente.
“Durante el Pleistoceno (entre 2,58 millones y 11.700 mil años, antes del presente), los teratornítidos, sobrevolaron el área del gran Chaco y la Pampa de Argentina. Uno de los especímenes más interesantes ha sido encontrado en depósitos fluviales de 80 a 100 mil años de antigüedad, sobre las barrancas del río Salado del norte, en Santa Fe. Se han reconocido unas siete especies de teratorónitidos, entre ellos Argentavis magnificens, hallado en la década del ´70, en La Pampa, con un peso estimado en 70 kilos y una envergadura alar de hasta 7 metros. “Argentavis se considera el ave voladora de mayor tamaño corporal conocida hasta el momento”, especifica Raúl Ignacio Vezzosi, investigador del CONICET y la Facultad de Ciencia y Tecnología de la UADER.
Los primeros restos de teratornítidos fueron descubiertos en 1909 en los célebres pozos asfálticos de Rancho La Brea, California, Estados Unidos. De estos sitios se han recolectado centenares de ejemplares pertenecientes a la especie que da nombre a esta familia de aves extintas: Teratornis merriami.
¿Una nueva especie?
“El estudio comparativo de los restos fósiles más completos, procedentes de Santa Fe, sugiere que podría tratarse de una nueva especie afín a la especie extinta norteamericana Teratornis merriami. No obstante, su confirmación requerirá avanzar y profundizar la confirmación de esta hipótesis”, destaca Vezzosi.
Por otro lado, el análisis de la diversidad y cronología de las comunidades de aves carroñeras y predadoras de toda América parece indicar que los teratornítidos se habrían extinguido varios miles de años antes en América del Sur, mientras que en América del Norte llegaron a convivir con los primeros grupos de humanos entre unos 12 a 11 mil años antes del presente.
Los científicos creen que los teratornítidos se originaron en América del Sur, ya que sus restos más antiguos fueron hallados en yacimientos con edades de entre 25 y 5 millones de años ubicados en Brasil y Argentina. Luego de este período de tiempo, los teratornítidos no se hallaron en el registro fósil, pero se volvieron notablemente abundantes y diversos en América del Norte hasta su extinción al final. La ausencia de estas gigantescas aves durante los últimos 5 millones de años en América del Sur, conformaba hasta el momento un misterio a develar.
“El primer ejemplar que identificamos había sido hallado en los 80, en Playa del Barco, un yacimiento próximo a Pehuén Có, en la provincia de Buenos Aires. Luego el equipo halló dos nuevos restos, uno dentro de la proyectada Reserva Natural Centinela del Mar, próxima a Mar del Sud y Miramar; y el otro en afloramientos de aproximadamente 100 mil años de antigüedad sobre las barrancas del río Salado del norte, en la provincia de Santa Fe. Posteriormente, se adiciona un ejemplar más, reportado previamente como un cóndor, que fuera colectado entre 1930 y 1950, también en esta última provincia en depósitos de edades similares sobre el río Carcarañá”, detalla Cenizo.
Las dimensiones corporales de estas aves les permitieron ocupar lugares significativos en las redes tróficas del Pleistoceno en América del Sur, siendo de gran relevancia a la hora de comprender cómo habrían funcionado los ecosistemas pasados y de este modo interpretar con mayor profundidad el funcionamiento de los actuales. “Su extinción, relativamente reciente, debe haber influenciado en la dinámica histórica de las comunidades que hoy habitan estas regiones, ya que los ecosistemas son procesos históricos y debe ahondar también en el pasado para comprender su origen, desarrollo y estructura actual”, concluye Cenizo.
Fuente: CONICET