Ganaderos reclaman un control poblacional porque aducen que compite con la oveja, biólogos y ecólogos advierten que faltan datos sobre el verdadero impacto de este camélido sudamericano.
El guanaco (nombre científico Lama guanicoe) es uno de los grandes herbívoros de Sudamérica y, junto con la vicuña, uno de los dos más importantes camélidos silvestres, parientes lejanos de los del viejo mundo.
De acuerdo con los expertos, la especie presenta adaptaciones anatómicas y fisiológicas que le permiten sobrevivir en condiciones extremas y ocupar diversos hábitats, con diferente vegetación, relieve, clima y actividades humanas. Se estima que a fines del siglo XIX la población total de estos animales en nuestro territorio rondaba los siete millones de individuos, pero fueron declinando por la caza y la ocupación de la tierra por la cría de ganado ovino. A ese proceso incluso se lo llamó “colonización ovina”. En las últimas décadas, gracias en parte a distintas medidas de protección, sus números se recuperaron. Pero las poblaciones crecientes hicieron que los ganaderos (principalmente santacruceños) comenzaran a considerarlos una amenaza para su actividad y a reclamar medidas de control. Aducen que las normas que regían hasta ahora imponían demasiados requisitos y obstaculizaban las operaciones de comercio internacional. En los últimos días, según publicó el diario La Nación, representantes de la Federación de Instituciones Agropecuarias de Santa Cruz (FIAS) en la Mesa Directiva de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA) se reunió con el secretario de Agricultura, Sergio Iraeta, y le manifestaron que el guanaco está “fuera de control”.
El reclamo se reitera cada vez con mayor insistencia. En respuesta a esta presión, la Subsecretaría de Ambiente acaba de emitir una disposición (la 812/2024), publicada en el Boletín Oficial el 30 de septiembre pasado (https://www.argentina.gob.ar/normativa/nacional/disposici%C3%B3n-812-2024-404661/texto) en la que habilita a las provincias patagónicas a establecer planes de manejo y aprovechamiento de este animal en cautiverio, y la exportación de su fibra y su carne. Es decir, que se promueve la extracción de individuos para controlar las poblaciones. De algún modo, se los considera una plaga.
Sin embargo, biólogos y ambientalistas no están de acuerdo y advierten sobre los riesgos de esta medida inconsulta.
“Adjudicar superpoblación a una especie no es un ejercicio subjetivo, ni siquiera en términos cuantitativos –afirma Sergio Federovisky, biólogo y ex viceministro de Ambiente de la Nación–. Es decir, que eso se determina en función de un análisis científico de su territorialidad, de la existencia o no de un predador, de la existencia o no, del estado de la cadena trófica, de la evolución del número de ejemplares a lo largo del tiempo, de la capacidad de reproducción… de una cantidad enorme de factores que en este momento no conocemos. Ni siquiera podemos establecer el número de ejemplares que hay en la Patagonia, menos aún determinar si eso se trata o no de una superpoblación. Además, hay que evaluar la capacidad de carga de un determinado ecosistema sin ingresar en una fase de deterioro para poder establecer qué cantidad de animales soporta. Y no solamente el perjuicio comercial que eventualmente pueda tener una especie exótica con la cual compite”.
Según las nuevas “Directrices para el uso sostenible del guanaco”, las provincias podrán presentar planes de manejo para diferentes modalidades de aprovechamiento: en silvestría (mediante el método de arreo, encierre, esquila y liberación de ejemplares intervenidos), con encierre y faena de ejemplares, con captura para establecer planteles de cría en cautiverio, exportación de animales vivos y caza comercial. Estas “Directrices” derogan el Plan Nacional de Manejo Sustentable de Guanacos” aprobado en 2019, que ya había habilitado la comercialización de carne, cuero y lana de guanacos muertos mediante el manejo extractivo, y relajan varios de sus requisitos.
“Nos sorprendió mucho la forma en que se decidió esto –afirma Natalia Schroeder, científica del Conicet en el Instituto Argentino de Investigaciones de las Zonas Áridas, en Mendoza, y profesora de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Cuyo–. El manejo del guanaco viene discutiéndose desde hace mucho. Incluso, en 2012, la provincia de Santa Cruz intentó declararlo plaga”.
Para los productores, los guanacos compiten con las ovejas por el sustento en un paisaje árido y con escasez de agua. El modelo de cría de ganado ovino, que supo ser muy exitoso, luego empezó a decaer. Los productores culpan a la expansión del guanaco, pero al parecer la ecuación no es tan sencilla. “Es muy conocido y ampliamente aceptado que eso ocurrió porque no tuvo en cuenta el ambiente, que es muy frágil y no soporta las altas cargas que exigió implementar esa ganadería –explica Schroeder–. Hubo un pico de ganadería ovina desde fines de 1800 y durante los primeros 50 años del Siglo XX, cuando llegó a más de 20 millones de cabezas. Después, empezó a retroceder por mal manejo hasta la década de 2000, cuando fue estabilizándose, pero en números más bajos, lo que hizo que muchos campos fueran abandonados. Entre las razones que lo explican se sumaron factores climáticos, como las sequías, graves erupciones volcánicas, la fluctuación del precio de la lana…”
Schroeder, que estudia una gran población de estos animales que habita al sur de Mendoza, destaca que la gran preocupación surge de que se calcula que más del 80% de las poblaciones de esta especie están en la Argentina, entonces “Lo que pase acá repercute mucho en su situación en el nivel global”.
Natalia Schroeder, muestreando el campo (FOTO: Pablo Moreno)
Durante los años setenta, el guanaco estuvo en problemas por la ganadería ovina, la cacería y la exportación de cuero y pieles de sus crías (chulengos). En ese momento, la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (Cites), un acuerdo internacional concertado entre Estados, le pidió al país que fundamentara esos niveles de exportación de cuero y carne de crías. Como no pudo hacerlo, emitió una disposición que recomendó a los países no comprar productos locales hasta tanto se trazara un plan de manejo. Así fue cómo se elaboró el primer Plan de Manejo Nacional del Guanaco, aprobado en 2006. Comenzaron a generarse mecanismos de protección y la especie empezó a recuperarse después de estar en números críticos.
“Se hizo un trabajo bastante bueno de articulación entre el sector científico, las provincias y la administración nacional, pero sin intervención importante de los productores ovinos –detalla Schroeder–. En ese plan, solo se permitía su utilización en silvestría, que es el arreo de los animales, el encierro momentáneo, la esquila para aprovechamiento de la lana (que es muy valiosa, casi como la de la vicuña, pero mucho menos conocida), y su posterior liberación”.
La cría en cautiverio es cuestionada, porque el guanaco es muy difícil de criar, tiene un fuerte comportamiento territorial. “Los machos se pelean mucho –destaca Schroeder–; hay estudios que la analizaron como actividad productiva y no es muy recomendable porque no resulta rentable. Y además uno extrae animales que dejan de cumplir su rol en el ecosistema”.
El plan nacional regulaba el comercio, pero las provincias son las dueñas de sus recursos, entonces cada una podía decidir qué hacer dentro de su territorio. Las del sur, y en particular Santa Cruz, que es la que los alberga en gran número junto con Chubut, no adhirieron y empezaron a exigir que también se los dejara extraer animales para aprovechar la carne y el cuero. Lo que argumentaron es que las poblaciones habían aumentado en un nivel tal que deterioran el ambiente, provocan desertificación y le quitan el alimento a la oveja. Sin embargo, de acuerdo con Schroeder, no es posible estimar con precisión cuántos animales hay porque no se cuenta con muestreos ni relevamientos en escala provincial o regional. “No estamos diciendo que no haya poblaciones que se están recuperando –aclara la científica–. Pero ¿cuáles son, dónde están, cuántos son? Solo con esos datos se puede tomar una decisión y esa información no está. Al día de hoy, la que tenemos se obtuvo con metodologías muy cuestionadas. A mediados de la última década hubo un acuerdo para llevar adelante un relevamiento regional, se contrató gente experta para diseñarlo, se propuso una metodología muy superadora de relevamiento aéreo, tomando fotos, haciendo análisis de distribución espacial y de modelos de hábitat que permiten trazar mapas, estimar números y reducir la incertidumbre, pero finalmente no llegó a hacerse”.
También se trabajó en talleres interdisciplinarios para acordar cómo debería encararse un proyecto extractivo, incluyendo primero una prueba piloto, pero los cambios políticos también lo truncaron. “Se dejó de lado el manejo de la esquila como prioridad y se avanzó con la idea de extraer –subraya Schroeder–. Los productores están ejerciendo muchísima presión. Se persigue al guanaco como un problema y una plaga, no como un recurso valioso. Trabajamos mucho revisando la evidencia, los datos empíricos, de distintos casos de estudio de la Patagonia y sus argumentos no tienen sustento ecológico. Si hay competencia, que no siempre se da, el que sale más perjudicado es el guanaco, porque se va acomodando para subsistir con lo que deja la oveja. En términos de dieta y en términos de hábitat. Y además no hay evidencia de que genere un impacto en la vegetación, porque es una especie que está muy adaptada, y que ha convivido y evolucionado con los pastizales desde hace miles de años. Se está proponiendo una solución que genera una falsa expectativa, porque el guanaco no es la causa de la merma productiva de la ganadería. En muchos casos, los campos están muy degradados, pero en vez de tratar de mejorar el manejo ganadero, en lugar de diseñar planes de manejo del guanaco como complemento de la ganadería, lo convierten en un chivo expiatorio. Se está buscando la solución en un lugar donde está”.
La esquila en silvestría ofrece una oportunidad de aprovechamiento sustentable. La practica al sur de Mendoza, entre otros, una cooperativa de productores caprinos llamada Payún Matrú, que convive con una población muy grande de guanacos en La Payunia, un espacio con más de 800 volcanes y gran belleza paisajística, ubicado en el Departamento de Malargüe, que el gobierno de la provincia propone como Patrimonio Mundial Natural ante la Unesco. “Esta reserva se creó para proteger la especie, que venía en picada –cuenta la investigadora–. Allí, con apoyo de los gobiernos provincial y municipal, además de asesoramiento científico, se inspiraron en lo que hacían las comunidades andinas con la vicuña desde la época de los incas: el ‘chacu’. Se probó si se podía hacer lo mismo con el guanaco. Se hicieron evaluaciones para ver si no se morían por el stress, si no se perjudicaba la reproducción de la especie… Hicimos mucha investigación dentro de lo que conocemos como ‘manejo adaptativo’, que es muy recomendado porque a veces hay mucha incertidumbre, pero es necesario tomar decisiones. Entonces lo que se hace es ir avanzando en forma planificada, registrar información e ir adaptándose. En suma, aprender haciendo. Y, en efecto, se aprendió mucho, se hicieron protocolos de bienestar animal para manejar esta especie y también la vicuña. Yo formo parte del grupo de especialistas en camélidos sudamericanos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y allí condensamos un manual de procedimientos para el manejo de vicuñas y guanacos con bienestar animal; en gran parte, a partir de la experiencia reunida en el sur de Mendoza con la esquila y el aprovechamiento de la lana”.
De acuerdo con Schroeder, el guanaco tiene muy buen olfato, corre rápido y posee excelente vista. Es importante saber de antemano cómo arrearlos, con cuántos arreadores a caballo, dónde poner la manga [una suerte de embudo para dirigirlos hacia el lugar elegido], cómo manejarlos individualmente para proteger a los operarios. “Se vio que hay un impacto inmediato en la población –cuenta–. Se estresan y se dispersan, pero todo es temporario. Hicimos evaluaciones inmediatamente después de la esquila, a los 15 días, al mes y a los tres meses, y vimos que después todo vuelve a los parámetros previos al manejo. En cuanto a la mortalidad, si se cumplen estos criterios, es bajísima”.
Encierre de guanacos (FOTO: Antonella Panebianco)
Pero a pesar de que se había avanzado con un proyecto para su aprovechamiento sustentable (con un subsidio Fonarsec del ex Ministerio de Ciencia), quedó en la nada. La nueva disposición abre la puerta a una política extractiva y la comercialización sin tener información de base, y sin fortalecer las capacidades institucionales de las provincias para ejercer el control y la fiscalización correspondientes.
“Algo que no se menciona es que los guanacos tienen un parásito en los músculos (el Sarcocystis) –subraya Schroeder–. Yo lo he visto en guanacos que encuentro muertos en el campo. Es como una especie de arrocito que se ve en el músculo y eso hace que la carne no se pueda consumir. Están promoviendo un manejo sin saber cuánta prevalencia tiene ese parásito en las poblaciones de guanaco. Así, cazan animales, los van a faenar, viene el Senasa, comprueba que no se puede consumir y tienen que desechar un montón. Por otro lado, se establecen cuotas de extracción sobre la base de ‘capacidad de carga’. Pero ¿cómo van a calcular esos valores que son diferentes de los de las ovejas? El guanaco come otras cosas, usa otros espacios, puede aprovechar pasturas que aquella no consume porque no tiene la capacidad digestiva para hacerlo, puede pasar más tiempo sin tomar agua porque es un camélido, por lo que puede pastorear en sitios a los que la oveja no llega. Todo eso no se no se está teniendo en cuenta”.
En respuesta a un artículo publicado en la revista Journal of Applied Ecology, Schroeder y sus colegas Andrea Marino y Victoria Rodríguez, también investigadoras del Conicet, publicaron en 2021 un trabajo titulado “El guanaco como chivo expiatorio del sobrepastoreo por ganado en Patagonia Sur” en el que argumentan que por su distribución y comportamiento no serían estos animales los responsables del estado crítico de degradación de los pastizales ni de la merma de la producción ganadera en esa región. “Quienes trabajamos en ecología sabemos de la necesidad de simplificar nuestros sistemas de estudio para poder entenderlos, poner a prueba ideas y desprender predicciones y recomendaciones. Sin embargo, esta simplificación no debe omitir información básica, relevante para lo que queremos poner a prueba, porque si esto sucede, los resultados serán erróneos“, afirman.
Y concluye Federovisky: “Cuando se trata de una especie autóctona, es altamente riesgoso hablar de superpoblación, porque justamente está adaptada al lugar y tiene, entre muchas comillas, más derechos que una especie exótica que viene a ocupar un espacio que no le corresponde. De allí que antes de hablar de superpoblación de guanacos en la Patagonia, habría que hacer una cantidad de estudios que permitan establecer todos esos parámetros y la relación que tienen con la especie presuntamente damnificada, que es la oveja. De lo contrario, se estaría hablando simplemente de la defensa de un interés sectorial, que es legítimo, por supuesto, pero que nada tiene que ver con la ecología como ciencia”.
Fuente: El Destape