A propósito de la nueva actualización de rostro de Sofía Herrera, el caso volvió a circular por medios, tradicionales y digitales y, por supuesto, en redes sociales.
Lo curioso es que empezó a aparecer, compartida como una noticia actual, un artículo de un blog anónimo con data del año 2009. Muchos usuarios de la red social Facebook compartieron hasta el hartazgo ese link, sin notar que era un artículo viejo -que ya de por sí, al ser anónimo, carecía de cualquier rigor- y que, además, no solo se descartó en su momento como contenido periodístico, sino también a través de la justicia.
Hace algunas semanas ocurrió un caso similar con un supuesto aviso que daba cuenta de posibles incorporaciones en una planta industrial de la ciudad de Río Grande. Pero no son los únicos ejemplos. También tuvimos “noticias” relacionadas al cierre de fábricas y hasta artículos insólitos como la supuesta aparición de un “chupacabras”. Todos, por supuesto, falsos.
Esto nos hace notar algo evidente, la mayoría de los usuarios de las redes sociales no lee los artículos que comparte, no hace clic en el vínculo, ni siquiera entra a la nota. Se lee un título, se intuye que puede generar movimiento dentro del perfil y se comparte.
¿Pero acaso somos los únicos? Claro que no.
Un estudio de la Universidad de Columbia, en conjunto con otras instituciones, encontró que una buena porción de los links que circulan en Twitter nunca es utilizado, tan sólo es redistribuido en la red social.
Parece que la gente que, en realidad, no lee el contenido que circula en redes sociales, aunque sí lo comparte. Esta aparente paradoja es explicada en un reciente estudio que encontró que el 59% de los hipervínculos compartidos en redes sociales nunca fueron consultados, nadie hizo clic en ellos.
La investigación fue adelantada por la Universidad de Columbia, en conjunto con el Instituto Nacional de Francia para Ciencias de la Computación y la división de investigación de Microsoft. El trabajo ofrece una mirada que, según los autores, es novedosa, pues arroja luz sobre un hecho largamente sospechado, pero no probado: una porción significativa de la información que se comparte en redes sociales es sólo eso, contenido que circula, pero que a la larga no se consume.
En resumen, los usuarios no leen, no tienen interés real por el contenido y por eso es tan difícil frenar una mala información, ya sea distribuida por “error” voluntario o involuntario. Muchas veces esa circulación tiene un objetivo claro y es generar un daño o un rumor.
Debemos considerar en primer lugar desde dónde parte una noticia, si el medio es conocido, si el sitio tiene respaldo, si las notas están firmadas, etc. En Tierra del Fuego existe la particularidad que, en épocas de campaña electoral, las páginas web y diarios digitales se reproducen como gremlins mojados. Por lo menos curioso, ¿no?.
Como en muchos otros medios de comunicación (porque sí, las redes sociales muchas veces funcionan como tales) los usuarios suelen buscar los nichos en los que se sienten más cómodos. Generalmente van en la misión de “reafirmar lo que ya sé o creo” y no tras la información que contraste eso que nosotros damos por cierto.
Cuando compartimos un link mediante nuestro muro de Facebook, cuenta de Twitter o grupos de Whastapp lo que estamos haciendo es reafirmar lo que nosotros consideramos verdad, sin importar que lo sea o no. De alguna manera “si está escrito, es cierto”, aunque no tenga fuente alguna que lo sustente.
“La gente comparte, lee e interactúa más con contenido procedente de personas que conoce y en las que confía” Malorie Lucich (Product Communications at Pinterest in Oakland, California, who attended San Francisco State University).
En otras palabras: si lo veo en el muro de alguna persona conocida es más probable que lo dé por verdad y que, sólo leyendo el título y las dos o tres líneas que aparecen en la vista previa, será suficiente para tomar por ley lo que allí está escrito.
De las cosas más llamativas es que mucho de ese contenido compartido viene de páginas con nombres insólitos como tedigocualquiercosa.com o cometeelverso.net, ni siquiera tomamos el recaudo de chequear aquel contenido que vamos a distribuir y compartimos sin tomar en cuenta que el crecimiento del alcance de esa falsedad se dispara como el chorro de un aerosol.
Cuando una persona advierte que lo que se comparte es falso o erróneo y, a su vez, sustenta esa advertencia con conocimientos, rara vez es tenido en cuenta con la misma dimensión. El daño está hecho.
¿Quién gana con eso?
Quizás la página web que se vende según la cantidad de clics que suma, algún interesado en las penumbras en que alguien salga herido, los aburridos de siempre que se sientan a mirar cómo crece un rumor que echaron a correr; la verdad, no lo sabemos.
Distinta es la respuesta si nos preguntamos quiénes son los que pierden, porque la resolución es mucho más sencilla. Perdemos todos, que nos quejamos en las redes de la basura que muchas veces ayudamos a generar en el mismo ámbito.
María Fernanda Rossi