Allá por la década del ´80, Roberto y su familia llegaron a El Bolsón para pasar unas vacaciones más. Sin saberlo, ese día iba a ser el disparador de una sería de hechos que cambiarían rotundamente sus vidas. Así comienza la historia que hay detrás de Cabaña Micó.

Cuando llegaron les tocaron días de lluvia y niebla: “No podíamos ver ni las montañas que nos rodeaban”, recordó Roberto. Todo era gris, pero llegó una señal: “Íbamos por Ruta 40, en dirección a Las Golondrinas, ya con la idea de irnos, pero de un momento a otro el cielo se abrió, un rayo de sol ingresó entre las nubes y vimos las montañas. Nos miramos con Susana, mi mujer, y dijimos: este es un lugar para venir a vivir, y en menos de dos años ya estábamos acá”.

Cabaña Micó y un comienzo con dificultades

Como todo proyecto nuevo, la familia de Roberto asumió muchos riesgos para continuar con su objetivo y debieron tomar decisiones difíciles: “Para comprar los terrenos acá tuvimos que tomar la dura decisión de malvender dos casas que habíamos conseguido con mucho esfuerzo, fue muy difícil. Teníamos resuelta la vida, económicamente hablando, y decidimos empezar de cero”, sostuvo el dueño de Cabaña Micó, hurgando en sus recuerdos. “Mirá si habrá sido difícil que hasta me acuerdo del precio real y al que vendimos las casas: fue casi a la mitad”. Pero esta fue solo una de las decisiones complejas que tuvo que afrontar para continuar el camino.

Entrada al salón de ventas de Cabaña Micó

“Primero me vine yo solo a El Bolsón. Mi mujer y mis hijos quedaron en Buenos Aires. Con el dinero de la venta de una de las casas, compré una máquina para limpiar el terreno que estaba en pésimas condiciones. En ese mismo momento, también trabajé mucho en acondicionar la casita que estaba en el predio para poder instalarme ahí”, recordó Roberto esbozando un tenue risa, que justificó: “Era una tapera, no tenía baño, luz, agua, nada. Todas las noches, cuando me iba a dormir tenía que sacar la tierra que se acumulaba entre las maderas y caía del techo” .

La frutilla, piedra angular de los cimientos de Cabaña Micó

“Arrancamos con una plantación de frutillas. El primer año nos fue bien, el segundo casi nos fundimos”, remarcó el dueño de Cabaña Micó tras hacer una remembranza de los inicios.

Plantaciones de frutilla de Cabañas Micó

“Pero seguimos y decidimos encarar la producción de dulces. Una persona importante para mí, de acá de la región, me enseñó a hacerlo y empezamos con una fábrica muy chiquitita. Yo trabajaba solo a la mañana preparando todo y revolviendo las cacerolas constantemente. Susana, mi mujer, se encargaba a la tarde. Después vino el primer empleado, que hasta hoy en día sigue trabajando con nosotros”, relató.

La receta del éxito

Dicen que no existe una receta para garantizar el triunfo dentro de un negocio, pero en este caso sí: los dulces la tienen y llevaron a este emprendimiento a convertirse en una empresa exitosa de la región que tiene más de 50 empleados y proyección internacional.

Frascos de dulce en la góndola

“Cuando empezamos el proceso del dulce era largo, duraba más o menos 3 horas y media, y había que estar revolviendo constantemente. Arrancamos con 3 cacerolas, de 32 kilos cada una”, contó Roberto.

La calidad sobre todo

La receta de los dulces la mantenemos desde el año 1986 hasta hoy en día, solo cambiamos la tecnología para mejorarla. En esa época era difícil porque el producto era muy bueno pero no se podía lograr la homogeneidad debido a la velocidad de batido y a la intensidad del fuego”, explicó el dueño de Micó.

Modernización

“Hoy tenemos máquinas, una que tiene una capacidad de 320 kilos y otra de 1200 kilos. Todas trabajan al vacío, a una temperatura constante y se hace el proceso en alrededor de media hora. Son de acero inoxidable y no tienen contacto con el exterior. Ofrecemos más de 14 productos de distintas frutas, además de dulces sin T.A.C.C y con stevia, apto para diabéticos. Todos certificados y avalados por los organismos correspondientes” .

Las crisis y las oportunidades

Todo emprendimiento tiene un proceso y un camino pedregoso que con el tiempo se irá asfaltando o llenando más de pozos. La historia de Cabaña Micó no fue ajena a este recorrido.

“Seguimos trabajando duro hasta hoy en día. Sin ir más lejos, al auto que tengo le hice más de 80 mil kilómetros en un año y medio en todos los viajes que hice buscando nuevos clientes, me la pasé en la ruta”, graficó Roberto.

Y trajo a colación una anécdota: “En un momento mi hijo se fue a Buenos Aires, y le fue mal con su trabajo. Entonces decidí que era un buen momento para expandirnos y nos endeudamos para comprar algo chiquito, que fue un dúplex de 2×2, para usarlo como depósito y hacer la distribución de dulces allá. Tomamos vendedores y afortunadamente nos fue muy bien. Hoy contamos con un camión propio y un galpón en el Parque Industrial”. El año al que hace referencia es nada más y nada menos que el 2001.

Decisiones

Se arriesgaron, se endeudaron, pasaron muchos momentos de crisis económicas y personales, pero lograron sobreponerse y cosechar no solo los frutos que les dio la tierra, sino también los del propio esfuerzo.

Vista panorámica desde el interior de la fábrica

Las decisiones que fuimos tomando fueron siempre difíciles, pero sirvieron para avanzar y encontrar nuevos rumbos. Tuvimos altibajos, pero mal no nos fue. Toda la familia trabaja en la empresa, que fue y sigue siendo un emprendimiento familiar. Este es el futuro de ellos también y por eso seguimos intentando crecer”, concluyó Roberto con orgullo y aires de gratificación.

Fuente: Patagonia Andina

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