El 11 de setiembre de 1888, hace 131 años, falleció en Domingo Faustino Sarmiento.

El 11 de setiembre de 1888, amaneció con un sol radiante en Asunción, pero Sarmiento, apoltronado en su sillón favorito murmuró que sentía frío.
Su hija, sus nietas y unos amigos rodeaban al anciano en ese momento. Su corazón estaba en la fase final.

Escribió varias cartas en tono festivo pero cerraba los sobres llorando.
El anciano llamó a uno de los sirvientes, un vasquito que hacía años que estaba a su lado y le estrechó las manos en silencio. Le dijo a su hija Faustina que se acercara para que pudiera darle un beso. Después tomó la mano de su nieta, que había estado seis días sin dormir al lado de su lecho, y le dijo que necesitaba besarla en los ojos porque había llorado mucho.

Luego, para no desmentir su prestigio de loco, dijo disparates y la nieta le pidió que bebiera su remedio. Sarmiento saboreó la amargura de la droga y murmuró que ya había pasado ese mal trago y que esperaba el otro.
Llegó el momento. A los 77 años la vida de Sarmiento terminaba.
Diez días después, sus restos fueron inhumados en el Cementerio de la Recoleta en Buenos Aires y ante su tumba, el vicepresidente de la Nación, el doctor Carlos Pellegrini, lo despidió diciendo: “Fue el cerebro más poderoso que haya producido la América”.

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