La escritora Niní Bernardello se despide del poeta fueguino Julio Leite y cuenta lo que se vivió la mañana en que acompañaron los restos mortales del querido Mochi hasta su última morada.

Cada uno de nosotros tiene un día marcado, un día que resume nuestras vidas, un día que es también un enigma: el día de nuestra muerte.

Siempre me conmocionó vivir ese día supremo sin que lo supiéramos. Año tras año, vivimos sin saberlo, el día de nuestra muerte.

El tuyo Julio fue un día triste y a la vez festivo, un domingo de Pascuas, un día santo, sagrado. A pesar de que sabíamos que tu salud no estaba nada bien, la noticia de tu muerte nos sorprendió a todos dejándonos en la intemperie.

Todos tus familiares y amigos, de la ciudad y de Ushuaia, los que te queremos y admiramos tu poesía estábamos ahí, asombrados y consternados, despidiéndote.

Esa noche, a las 20 horas, amigos cantores te homenajearían cantando y leyendo poemas. Yo y Maribé decidimos regresar a las diez de la mañana del otro día.

Así fue. Entre aplausos y lágrimas te vimos pasar con tu último ropaje.

Salimos de la funeraria y buscamos nuestro auto para acompañarte al cementerio.

Graciela Cosgaya, poeta de la ciudad, vino con nosotros. En el camino nos dijo: ¨Chicas: ayer le escribí un poema a Julio ¿lo quieren escuchar?¨ Le dijimos que sí, que lo leyera. Hermoso poema, cálido y muy sentido. Escuchándolo llegamos a las puertas del cementerio local.

Como me impresionan mucho, sobre todo visualmente, los ritos de la muerte, me quedé en el auto mientras Maribé y Graciela caminaban con tantos amigos de Julio hasta su última morada.

Después de una hora de espera volvieron y me contaron lo que ocurrió en la ceremonia del entierro. Todos estaban en silencio alrededor del lugar elegido para Julio cuando Maribé le pidió a Graciela que lea el poema que le dedicó. Muy emocionada, Graciela lo leyó. Después Maribé le dijo a Domingo Montes, un hombre de la cultura fueguina, cantor y guitarrero, que tocara algo. ¡Domingo rápidamente sacó de su bolsillo una armónica!

Sonido más melancólico y triste que ese imposible. Allí estaban todos en conmovido silencio escuchando lo que tocaba Domingo.

¿Qué se le ocurrió elegir para esta ocasión tan, tan especial? Fue increíble su elección: ¡¡Comenzó a tocar el Himno Nacional Argentino!! Sumergidos en un respetuoso silencio todos escucharon con devoción.

La hermosa música de nuestro himno para gritar a su término y a viva voz: ¡VIVA LA PATRIA!
Creo que este fue el mejor homenaje de despedida, espontáneo y sincero, que tuvo el querido amigo Julio Leite, poeta contestatario, siempre comprometido con lo social, siempre atento a las injusticias que padecía su pueblo y él mismo como habitante de la ciudad, de la Patagonia y de nuestro país.

 

 

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