El petiso Andrade, antiguo poblador de Tierra del Fuego, cuenta cómo eran los prostíbulos en la Ushuaia de los años 30’s, el juego, la noche y los métodos que utilizaba para evitar enfermedades venéreas.
Las chicas de las casas atendían a una población mayoritariamente de hombres, eran seiscientos los guardiacárceles, ¿qué te parece…? Habrían, mujeres digo, unas quince o veinte, en dos casas; estaban un poco retiradas del pueblo y en aquella época no las dejaban pasearse. Abrían de noche poco después de las nueve o diez, antes estaba cerrado, sólo le abrían las puertas al Petiso Andrade cuando pasaba a dejar el paquete. Bien vestidas todas, las había mendocinas, correntinas, también chilenas, pero muy pocas. Estables en su buena mayoría, un ambiente tranquilo, ganaban plata, no tenían problema. Esto que digo era cuando la prostitución era legal, es antes del 35 que fue cuando en el resto del país se prohibió. Claro que después se armó la tole tole en el norte pero aquí no pasaba nada.
A veces uno se enfermaba, yo la pasé mal una vez, pero… tuve que ir a Punta Arenas y lo agarré a tiempo. Antiguamente teníamos el Areoil para purgaciones y pastillas Beis, de venta libre; si no servía se hacían los lavajes de vejiga. Era un mocoso de 18 años, y quedé inmunizado. Después uno aprende de mañero, antes de entrar te esprimes un limón, ¡sí, pica, pero no hay problemas! Ahora si vamos a hablar de ladilla era lo más común, uno le decía:
¡Querés una, tomá!
Acá nunca se cerraron los prostíbulos, porque el gobierno consideraba que eran necesarios, y en ese sentido nosotros éramos todos oficialistas.
La tarifa eran tres pesos, para mí eran tres días de trabajo, pero nunca faltaba un gesto de amistad que con chicas de 22 o 23 años se iniciaba muy fácilmente. No sé si hubo libreta, pero fiado sí.
Cada pieza tenía su propia cantina, y allí mismo se vendía bebida, vino, pero más bien oporto, anís, ginebra, coñac español, whisky, todo importado; y el cacao… ¡era más grande la botellería que el catre! Los cigarrillos mejores que ahora.
Aquella casa tenía un pasillo de doce metros de largo y piezas para todos lados, al fondo había baño común. No había carteles ni nada que la identificara, ¿para qué? ¡sí uno sabía dónde encontrar un firulo antes que una farmacia!, en donde eran un artículo de venta al por mayor los preservativos. (…)
Yo pasé violentamente del chuperito al truco y al billar, había mesa en cada bar. Yo conocí El Tropezón de Cousido, de Liñon, ese tenía nombre, Francisco Sanz también tenía el suyo, Lucas Matta, bar y billares. No más de 30 centavos la hora de mesa. La viuda de Fernández tenía también bar y billares. Eran lugares de encuentro de hombres, las mujeres de familia se las encerraba en su casa salvo en los bailes de los clubes, que los había entonces, salir no salían mucho las mujeres, ni las de adentro tampoco las de afuera.
El paso inglés, el monte tapado, bacará – lado y lado -, siete y medio, eran para dejar el alma, los más violentos, pero creo que corría mucha más plata en las carreras cuadreras. Pero en eso quedan vivos mucha gente de Ushuaia que tendría que contarlo con más derecho y conocimiento. Eso sí, no me voy a olvidar que cualquier juego deportivo servía para que corriera plata.
En mis tres años de Ushuaia, viví. Hay gente que está veinte años en un lugar y no vive.
Fragmento del libro Yo, el petiso de Juan Sabino Andrade (La isla, libros 1991).
Fotografía: Mingo Gutiérrez
https://mensajerodelrio.blogspot.com/2015/09/adios-petiso-adios.html