Durante la 44º edición de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires se realizó la presentación de libro Prisioneros en el fin del mundo de Silvana M. Cecarelli. En esta nota, Federico Rodríguez transcribe parte de la historia que contó la autora.

Soy historiadora y docente. En mis investigaciones elegí como tema algo que no es desconocido por el público en general: la existencia de una cárcel en Tierra del Fuego. En su momento, esta cárcel tuvo mucha fama por el tipo de prácticas penitenciarias que se aplicaban y por los residentes que eran seleccionados para permanecer en Tierra del Fuego. Mi tema de investigación originalmente fue la relación entre el presidio y la sociedad. Yo hago historia social, no hago sociología del castigo. Comencé con un libro, que fue publicado también por la Editora Cultural Tierra del Fuego, llamado El penal fueguino. Trabajé cómo el presidio, más allá del lugar de castigo que tenía, fue el origen de la sociedad fueguina. Este libro, que ya tiene tres ediciones, habla del origen de una de las provincias argentinas más nuevas, la provincia número 23, que tuvo que hacer un largo camino, un recorrido muy intenso para llegar a este status jurídico; la distancia hacía que fuera olvidada por los actores políticos de los diferentes momentos que se vivían en el país.

Luego decidí trabajar también, en mi tesis doctoral, todo el impacto que esta cárcel produjo en la sociedad fueguina. En ese recorrido pudo encontrar mucha información de la cárcel puertas adentro. Mi familia, mi director de tesis y otras personas, siempre me pedían que escribiese sobre la historia de la cárcel, porque tenían más interés en ese tema que en la historia social de Tierra del Fuego. De toda la información que fui recogiendo surgió este libro que se llama Prisioneros en el fin del mundo, y es una mirada hacia el interior de la prisión.

Mucho se ha escrito sobre la cárcel: artículos, libros sobre esa época, incluso testimonios de periodistas que viajaron a Tierra del Fuego e hicieron una descripción de cómo se transitaba la vida en esta prisión. Además de encontrar cosas nuevas y de encontrar información rectificaba o ratificaba las historias del penal, encontramos algunos errores que se estaban difundiendo y con el correr de los años se los tomó como verdades. Con todo ese material encaré un trabajo que tenía que ver con la historia de la cárcel. En este libro hablamos del medio en que se originó la cárcel (un medio hostil), del régimen que se aplicó para la cárcel (un régimen de trabajo forzado con puertas abiertas) y también de los actores institucionales que eran los responsables del funcionamiento del penal. En todo ese recorrido encontramos personajes famosos como el Petiso Orejudo o Mateo Banks, los asesinos seriales más famosos de ese momento; encontramos presos anónimos, que quizás no eran famosos pero algunos habían cometido delitos mucho más graves que los otros, más atroces que los que se conocían en los medios por ser más populares; también encontramos una serie de hechos de corrupción por parte de los responsables del funcionamiento de cárcel, que iban desde negociados para la licitación del abastecimiento, maltrato de los penados con regímenes de torturas muy pocas veces igualado, incapacidad para llevar adelante la tarea de recuperar a estos delincuentes para reinsertarlos en la sociedad, y otras cosas que no están muy difundidas en los escritos de la época.

El trabajo forzado tenía que ver con toda una serie de servicios para la población vivía a extramuros. Utilizo el término “extramuros” y no es muy correcto porque de verdad la cárcel nunca tuvo muros, pero he encontrado textos donde se decía “demolieron el muro de la prisión”; sin embargo ese muro no existió y nada separaba a la cárcel de la población porque la cárcel era parte de esa población. No veían a la cárcel como algo negativo porque más allá de los riesgos que implicaban esa vecindad, era de vital importancia para la subsistencia.

Si bien hubo muchos proyectos que intentaban terminar con esta práctica penológica, la mayoría no llegó a nada porque en los círculos de poder poco les importaba la suerte de los presos, ni la de los vecinos. Por lo tanto, esta cárcel perduró por prácticamente 50 años en el confín de nuestro territorio, ejerciendo un papel de control de frontera: era el lugar donde se encontraba la bandera más austral.

Esta mirada hacia el interior de la prisión trata de aclarar muchas cosas que se tergiversaron a lo largo de los años y constituyeron un imaginario que se trasladó a la sociedad, sin ningún tipo de documentación que avalara las cosas que se contaban, y por otro lado, de aportar toda una serie de informaciones que pude encontrar de primera mano en fuentes documentales en la isla, en los expedientes judiciales, en los archivos nacionales como el Archivo General de la Nación (donde están todas las memorias de los directores de la cárcel) y en el archivo de la justicia de Río Gallegos, que era el que funcionaba para la Tierra del Fuego. Durante el tiempo en que funcionó la cárcel en Tierra del Fuego no hubo justicia: todo lo que sucedía debía ser juzgado en Río Gallegos. Y para una isla incomunicada era muy dificultoso poder resolver alguna situación con un detenido y todo quedaba en el olvido. Esta investigación va a dar una nueva mirada o va a refrescar una vieja mirada o va a completar una mirada que tenía muchas cosas olvidadas en el relato que se viene repitiendo históricamente sobre esta cárcel.

Como postulado propio, asumo que tuve que pasar algo mucho más importante para que se pusiera la mirada en Ushuaia y se abordase una solución a lo que era un problema carcelario, y eso fue el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Ushuaia, en el lugar donde se encontraba ubicada la cárcel, también cumple la función para el estado argentino de puerta de la Antártida. Durante el proceso de la Segunda Guerra Mundial, los beligerantes de ambas alianzas, frecuentaban con mucha asiduidad la zona por el lugar estratégico que tenía. Durante la Primera Guerra hubo una batalla muy importante, que fue la batalla de las Islas Malvinas, a partir de la cual el estado argentino empezó a preocuparse por si podía generar algún interés ad hoc al que ya había en la región, geopolíticamente hablando. Encontré documentos donde se hablaba de la importancia de la isla para los beligerantes. Por un lado, en el norte de las isla, las estancias y el frigorífico que faenaba 100000 animales anualmente y se exportaban al mercado británico (lo cual era muy importante para la logística de los beligerantes, tener alimentos por si faltaban en la zona), y la otra fortaleza fue los servicios que brindaba la cárcel, con todos sus talleres que comprendían carpinterías, hojalaterías, imprenta, textiles, pero fundamentalmente tenían talleres metalúrgicos que podían atender a barcos que hubiesen sido bombardeados en la zona, y además podían arreglar los motores de estos buques. Entonces el estado se dio cuenta que la isla tenía elementos que para la logística de la guerra eran muy importantes y que no estaban perfectamente custodiados.

Durante el transcurso de la guerra se estableció la gendarmería en Tierra del Fuego; antes no había más que los guardiacárceles y la policía territorial. Estos informes reservados fueron determinantes, para mí, para creer que se puso la mirada sobre Tierra del Fuego, no solamente por la cuestión humanitaria, para salvar a los reclusos de ese castigo tan severo, sino también por el hecho de jerarquizar la zona militarmente y poder defenderla ante alguna escalada de parte de los beligerantes. Fue así como se resolvió, en 1947, cerrar la cárcel e inmediatamente se transfirieron estas dependencias a la Armada, que se estableció con dos bases: una aeronaval y una militar naval, y toda la estructura carcelaria paso a ser militar para llevar adelante una política de defensa más activa, pero también reemplazó el núcleo de poblamiento con otra institución porque la población fueguina necesita de este tipo de presencia para poder subsistir. La cárcel fue reemplazada por una base naval; el penal pasó de un edificio de castigos a un edificio que ofrecía servicios y estaba como centinela de la patria.

El problema más grande que tenía un delincuente cuando era castigado con la Tierra del Fuego era que nunca más veía a su familia. Consideremos a eso como un doble castigo. Era muy difícil conseguir plazas en los barcos para que los altos funcionarios pudiesen viajar a gestionar, era imposible pensar que un familiar pudiese comprar una plaza. En segundo lugar, en el año 21 se modifica el código penal y se establece un artículo que reemplaza la pena de muerte, el artículo 52, que dice que a los reincidentes se lo podía aplicar una accesoria por tiempo indeterminado. Si una persona mataba más de una vez o robaba más de una vez, se le podía sancionar con esta accesoria, y esta accesoria no tenía un límite, dependía de que el juez reviera la causa o que reciba el indulto de alguna autoridad. En el año 24, el presidente Alvear decide que el artículo 52 debía cumplirse en Ushuaia. Por lo cual, cualquiera que hubiese cometido un delito por segunda, tercera o más veces, sabía que su fin era Ushuaia. Esta práctica se hizo tan común que pasaban las condenas y había gente que seguía detenida en Ushuaia. Cuando el primer obispo de la Patagonia recorrió la cárcel y pudo hablar con los condenados, se enteró de que había gente que ya había cumplido su condena, y que seguía esperando que alguien se acuerde de liberarlos, empezó a gestionar la supresión de ese castigo o que se prestase atención a los expedientes de aquellos que ya habían cumplido su condena holgadamente. Un par de años antes de que se cierre la cárcel esto se modificó.

Ir a Tierra del Fuego no sólo significaba estar lejos y no ver más a la familia, sino que también significaba para muchos no salir más de allí. Muchas veces morían por enfermedades o porque lo decidían. El desasosiego hacía que muchos se suicidasen. Esos expedientes ilustran a los presos colgados de los barrotes de las celdas o quitándose la vida con elementos cortantes porque sabían que no existía la posibilidad de salir de la isla.

Silvana M. Cecarelli nació en Rosario, Santa Fe, y desde 1987 reside en Ushuaia, Tierra del Fuego, donde formó una familia y ejerció la docencia en instituciones de nivel medio, superior y universitario. Actualmente se encuentra abocada a la investigación independiente sobre temas de historia local. Es magíster en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata y doctora en Historia por la Universidad Católica Argentina. El estudio de la cárcel fueguina y su relación con la sociedad es una de los aspectos que abordó con mayor profundidad. Entre sus trabajos se destaca ¨El penal fueguino, origen del Estado y la sociedad en la frontera austral argentina, 1895-1916¨, publicado por la Editora Cultural Tierra del Fuego en 2009.

 

Transcripción y selección: Fede Rodríguez.

Deja tu comentario