Un submarino desaparece con 44 tripulantes en su interior frente a las costas de Comodoro Rivadavia. La ciudad, que en general pasa desapercibida el resto del año (aunque no es el caso de este año), se convierte de pronto en el centro de atención y escenario de un pedazo de historia universal.

Periodistas llegan de todos lados y de a poco se apropian de un terreno que es ajeno hasta para los locales: el puerto. La zona del muelle, lugar donde ‘el común’ de las personas no tiene acceso, se convirtió durante más de 15 días en el lugar donde las historias se formaban, nacían y se desarrollaban.

“Centro logístico de rescate de los tripulantes del ARA San Juan”: ese fue el título que se repetía vez tras vez cuando tocaba explicar qué estaba pasando en este lugar del sur en las costas del Golfo San Jorge. Donde se podía conocer qué tipo de embarcación entraba, cuánto medía, qué características tenía, de donde venía, qué iba a llevar y a quién.

Norteamericanos, ingleses, españoles, rusos, y cuántos camuflados que no llegamos a identificar, pasaban frente a nuestros ojos todos los días. Recorrían el muelle trabajando a fuerza de esperanza y de una misión y objetivo claros que fue inevitable obviar o ser ajeno.

Cuna de desmentidas. Todo rumor era fácilmente descartable con sólo darse una vuelta en el muelle y ver qué había, quién seguía ahí y qué se habían llevado. La manía periodística de llenar horas de aire con confabulaciones y análisis quedaba circunscripta a la pantalla. Los colegas que cubríamos el puerto habíamos llegado a un acuerdo tácito: contar lo que veíamos.

La línea discursiva y el ánimo que se vivía en esos metros cuadrados rodeados de agua se coló en las crónicas diarias que cada vez se especializaban más en terminología marítima. Superaba el análisis y las conjeturas producidas desde un estudio de televisión o radio, a kilómetros de distancia del puerto, y contagiaba a una localidad generalmente apática, que salió de su letargo para embanderar el ingreso del puerto con mensajes de esperanza y ánimo, y mostrar su apoyo en la costa cercana.

Patagonia pura: un día que comenzó con marejada terminó con un sol despampanante para terminar con una helada siniestra. El descuido de quienes no conocen la fuerza del sol patagónico dejó su marca en los rostros de los cronistas. Los más quemados, los que estábamos hace más días, éramos fácilmente reconocibles.

Recorrer el mulle hasta convertirse de a poco en un rostro familiar al que contarle cosas no resultaba extraño. Así se fueron conociendo desde detalles técnicos hasta historias de vida. Porque, a paciencia de presencia, los periodistas conseguían su cometido, o al menos en casi todos los casos.

Las horas de guardia forjan micro-amistades a conveniencia, en las que la confianza se agranda y el cariño las confunde. Esperar a veces al frío, a veces con calor; aflojar de a poco la coraza emocional que uno lleva cuando cubre eventos en las calles. Mates, selfies, chistes: la cofradía portuaria quedó conformada.

Algunos asados, algunas cervezas y unos cuantos Fernet. La ilusión de un viaje de placer que se deshace con alerta de un mensaje que avisaba de un nuevo movimiento en el puerto. Porque sin querer, y aunque la objetividad dijera lo contrario, todos queríamos que los “gringos”, los “yanquis”, cumplieran su misión: traernos a nuestros submarinistas con vida.

Vimos con esperanza cada etapa de trasformación del Sophie Siem. Nos clavamos al muelle a esperar las horas que fueran necesarias para contar que las pruebas resultaban exitosas y la esperanza se materializaba. Ni el frío ni el viento impidieron que la bocina del supply convertido en héroe nos atravesara el corazón y nos ilusionara.

El final del operativo SAR de búsqueda y rescate del submarino ARA San Juan desmanteló los ánimos de un país entero. Ver volver al Sophie Siem sin haber cumplido su misión. La esperanza se había extendido más allá de la lógica y con la noción del tiempo trastornada por las pocas horas de sueño se  hacía incomprensible la decisión.

Ni siquiera cuando las piezas que tanto había costado subir al Sophie eran retiradas parecía haberse acabado todo. Fue en el Atlantis, en el día 16 de la cobertura: el primer barco al que logré subirme. “Hubiésemos querido llegar a rescatarlos con vida”, me dijo la chica que gentilmente nos habilitaba el recorrido sobre el buque Oceanográfico Americano.

De a poco los corresponsales volvían a sus casas. Las micro-amistades ahora arriesgan a la distancia mantenerse en pie, mientras se escriben crónicas que desafían el desgano y la desazón. Entre la alegría de ser ‘parte de’ y la tristeza de no llegar a escribir el final de la historia con la que nos habíamos ilusionado.

De lejos, los movimientos del puerto nos empiezan a parecer ajenos, repetitivos, agotadores. La responsabilidad de conocer qué pasó y dónde están, sigue en pie; y no abandonará jamás a quienes relataron minuto a minuto, los acontecimientos históricos vividos en Comodoro Rivadavia en noviembre de 2017.

 

Pablo Riffo

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