Oscar “Mingo” Gutiérrez (Río Gallegos, 28 de marzo de 1953) es un periodista y escritor argentino conocido por sus valiosos aportes sobre la historia social fueguina.
Segunda parte: “Miles de horas de entrevistas”
-Mi libro La candelaria (1988) fue producto de un momento, y hasta podemos decir de un fracaso político. Yo había sido concejal, mi carrera se vio trunca porque las internas justicialistas no lo quisieron, y volví a mis actividades cotidianas: ser docente en el colegio Don Bosco (cosa que había comenzado en el año ’76) y a Radio Nacional (donde entré en el año ’77). En los tiempos libres me iba a la Misión, donde estaba el padre Miguel Bonucelli, y él me facilitó la lectura de las crónicas. Yo iba tomando apuntes sobre la historia de aquel lugar y juntaba documentación, para lo que después se transformó en el libro La candelaria.
Y en ese camino de juntar papeles andamos hasta el día de hoy. Esta casa está llena de papeles, llena de fotos… He acumulado miles de horas de entrevistas. Siempre es un problema saber qué va a pasar con todas esas horas. En otra época yo creía que iba a tener mucho tiempo en la vida para dedicarle a ese material.
-¿Alguna entrevista que recuerdes o que haya sido particular?
-Había un viejo al que llamaban “El viejo del palo”, porque andaba siempre con un palo por la calle, espantando a los perros. Era un viejo piojento. Y se me ocurrió hacerle una entrevista porque siempre me interesó trabajar con gente que sea marginal. Nunca me interesó hacer una historia con los grandes próceres del pueblo. Lo fui a entrevistar a su casa y todo eso tuvo un precio: me empiojé entero. Hay una foto en que estamos con mi hijo Marcial, los dos rapados, porque yo lo contagié a él, y mi hijo contagió a un montón de chicos en la escuela. Todo fue una cuestión que surgió de mi necesidad de entrevistar al “viejo del palo”.
-¿Y te quedó alguien a quien te hubiera gustado entrevistar y por alguna razón no se pudo?
-Hay muchos que han quedado en el camino. Me acuerdo de una persona, que fue un hombre de mucha sapiencia y que llamábamos “el canuto”. Este señor era alcohólico, y en medio de su alcoholismo, la señora recibió la recomendación de llevarlo a una iglesia evangélica bautista para sacarlo de su mal. Él fue y funcionó. Pero no sólo dejó el alcoholismo sino que judaizó: se instruyó en la cultura hebrea. Durante muchos años, trató de ser aceptado por la comunidad judía, pero no pudo porque no es norma del culto hebreo aceptar conversos.
Cuando pasó el cometa Halley, él hizo todo un estudio sobre el paso del cometa sobre el cielo de Río Grande, que lo tiene la familia.
Un día me encontré con él frente a La Anónima y quedamos en que lo iba a ir a entrevistar. Por algún problema, yo no pude ir el día prefijado, cosa rara en mí. Y cuando quise ir me dijeron que había tenido un ataque y estaba en terapia intensiva. Patricia, mi esposa, trabajaba en el hospital, y yo pedí autorización para ver si podía pasar a saludarlo. Lo visité, se me ocurrió tocarlo y me dio como una patada eléctrica porque él estaba todo conectado.
Nunca lo pude entrevistar. Era una persona realmente muy interesante. Tiene un libro que se llama “Milonga de mis tiempos”, que como muchos libros que presté, nunca me lo devolvieron. En el libro hace toda una narrativa sobre historias de este lugar, y también escribió una larga milonga sobre lo que fue su vida en Río Grande. Don Antonio Vidal, inmigrante chileno. Hacía planos y trabajó en vialidad y obras sanitarias. Todo un personaje. De él es la única tumba que existe en el cementerio de Río Grande que tiene la estrella de David.
Fede Rodríguez