No es el tiburón que cuelga del gancho del pescador junto a las medias enrojecidas de la muchacha desnuda que se abre con los dedos la herida madre, para exhibirla en la playa, en un atardecer azul

azul abierto

mar con toda la sangre de los tiburones

azul asesinado

mas toda la crepitación de la muchacha que ostenta
su pescado elíptico, rabioso

azul

color que va sumando atrocidades y encantos hacia la
bola negra que de azul sólo tiene su pasado

azul

tiene los ojos fuera de la órbita lunar, apuntando hacia
la claridad que se acribilla sola contra las paredes
rojas de las metalizadas medias

tienen los ojos acribillados, las alucinaciones van
descartando y truecan sangre por sol, metal de medias
por sal del mar que anónimo se torna

ya no tiene los ojos; en el círculo ahuecado y en los
dientes severos, y en la piel otilina, lisa, erosionada
por la velocidad, solo tramita sebo para dar rumor y
y valentía para los recuerdos, recuerdos azules

azulejos

que siendo blancos o negros siguen siendo

azulejos

que blanco o negros y recortados cuadraditos en la
piscina o en la pileta de lavar siguen estando azules
y siendo lejos

azul lejos

en la piscina las muchachas esponjan sus cuerpos junto
a los tiburones que sólo sangran su luz en los azulejos

en el océano los tiburones erosionan su cuerpo veloz
contra las aguas en las que las muchachas sólo desangran
pánico y pudor; es decir, las muchachas desovan
tiburones en su mar

en sumar azul más lejos menos el fuego del amor

ha quedado un sueño en la jauría

un libro sobre tiburones y muchachas
que sudan su pobre velocidad.

de Daniel DURAND (Entre Ríos, 1964).

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