En el extremo sur de América, en las islas Aleutianas y en los fiordos de Alaska, soplan los feroces williwaws, ráfagas repentinas e impredecibles de vientos que descienden desde la costa montañosa hacia el mar, capaces de volcar embarcaciones.

El williwaw ocurre cuando el aire, enfriado por los glaciares, se vuelve inestable y súbitamente se precipita desde las montañas cada vez a mayor velocidad. Esto crea un vendaval tan potente que desorienta y aterroriza a cualquier marinero que tenga la mala fortuna de estar en su camino.

En la época de la navegación a vela, cuando ocurrieron una gran cantidad de naufragios, todos los caminos del archipiélago fueguino eran reconocidamente peligrosos debido a la estrechez de los pasos (lo que aumenta el riego de las naves de chocar contra las rocas) y a los traicioneros williwaws.

Pigafetta, miembro de la expedición de Magallanes que realizó la circunnavegación del globo en 1522, donde menciona la “gran tormenta” que ocurre cuando encuentran el estrecho, se refiere a los williwaws.

La palabra williwaw es de origen desconocido. Los marineros ingleses ya la utilizaban en el siglo XIX. En Alaska, para nombrar al mismo fenómeno, también utilizan los términos outflow wind (viento saliente) y squamish wind (viento squamish); en Groenlandia, piteraq.

Trato de imaginar cómo habrá sido estar hace varios siglos atrás, en el fin del mundo, en una embarcación a vela, en una de esas tantas naves que se deshicieron contra las rocas, sintiendo el sabor del océano en los labios, contemplando el imponente paisaje y, de repente, ser arrastrado por esas aguas arremolinadas, atrapado por esos mares embravecidos, por ese líquido oscuro convertido en una masa viviente de espuma y furiosos vientos; estar hablándole a los dioses, pidiéndoles piedad, escuchando el ruido de los cuchillos, de las cacerolas, de las maderas y del alma quebrándose, y en el segundo final, entregarse al helado mar.

No puedo.

Quizás no tenga el corazón de un pirata pero espero, cuando llegue el momento, morir bien.

Fede Rodríguez

Seguí leyendo El Rompehielos: CULTURA

Deja tu comentario