“Turismo & Naturaleza” es una serie de relatos de aventura que invitan a explorar paisajes fueguinos desde adentro.

Isla Gable, kayak y ballenas jorobadas

A muchos habitantes de Tierra del Fuego nos ha sorprendido el aumento de avistajes de ballenas en el Canal Beagle durante los últimos años. Tal vez esto se deba simplemente al incremento del tráfico marítimo impulsado por el crecimiento del turismo (cuatro ojos ven más que dos), pero también es posible que ocurra porque la población de cetáceos se está recuperando luego de un intenso período de caza indiscriminada ocurrida desde fines del siglo IXX hasta mediados del siglo XX.

Sea por el motivo que fuere, la mayor presencia de estos gigantes del mar constituye un mayor atractivo para los amantes de la naturaleza y los navegantes de estas aguas. Todos los que compartimos la pasión por remar, sentimos una motivación distinta que nos impulsa a aventurarnos en el mar. En mi caso, hay dos cosas que siempre me atrajeron: por un lado experimentar la sensación de remar por los mismos lugares en los que remaron los pueblos canoeros del Canal Beagle (ver “El Parque Nacional desde una canoa”) y por el otro la experiencia de encontrarme con la fauna marina en su hábitat natural. Por eso comencé a investigar acerca del comportamiento de una de las especies que más suele verse por estos lugares: la ballena jorobada.

Los kayaks

Según una investigación de la Fundación CEQUA sobre las ballenas jorobadas del Pacífico Sur se han identificado tres áreas de alimentación en las que permanecen durante los meses cálidos: el golfo Corcovado (en la zona de la Isla Grande de Chiloé), el Estrecho de Magallanes y la península antártica. Luego, a medida que se acerca el invierno, comienzan a migrar hacia aguas ecuatoriales del Pacífico en donde se encuentran las diferentes áreas de reproducción. Este comportamiento migratorio explicaría que sean los meses de Septiembre y Octubre, por un lado, y Marzo y Abril, por el otro, los momentos del año cuando más avistajes se producen en el Canal Beagle ya que coincidirían con los meses en los que se desplazan desde las áreas de reproducción hacia las de alimentación y viceversa.

Corre casualmente el mes de Septiembre cuando el sol matinal aparece en la Isla Gable y sus rayos invaden la carpa despertándome poco a poco. Me despego del trance del sueño mientras escucho a lo lejos el tintineo de unos cacharros que alguien manipula, seguramente para calentar agua. La idea de tomar unos mates al sol incrementa mi valor para abandonar la bolsa de dormir, más aún al notar que mi aislante (des)inflable me abandonó ya hace tiempo. Son cerca de las 8:00 y el grupo también, movido por la ansiedad propia de un buen plan, deja atrás la comodidad de las carpas y se apronta a desayunar.

Pronto a zarpar – Refugio Isla Gable

Los kayaks aguardan abajo, en la playa, mientras uno a uno nos vamos acercando al filo de la loma en donde se emplaza el refugio para poder verlos y asegurarnos de que siguen allí. Es evidente que no se iban a fugar en soledad y por su cuenta durante la noche, pero la ansiedad generalmente nos hace comportar de formas curiosas, así que ahí estamos, supervisando la presencia de las embarcaciones con una taza de café o un mate en la mano. Yo, por mi parte, vigilo la costa mientras fantaseo con el día soñado en el que una ballena se aparezca cerca del kayak y me llene el valor de preguntas.

Luego de encapsularnos dentro de los trajes secos, practicamos una rápida entrada en calor y comenzamos con la tarea de guardar las bolsas secas con la ropa y la comida en los compartimientos estancos de los kayaks. Agradezco el clima templado que beneficia a mis dedos, pero no zafo de hacer sangrar alguno al tratar de meter a presión las bolsas por las estrechas bocas de los compartimientos. Alguien con más paciencia y técnica en la tarea se solidariza ante mi frustración y, con una sonrisa, me favorece con su valiosa ayuda mientras pruebo el sabor dulzón de mi maltrecho dedo.

La entrada en calor

Uno a uno nos lanzamos al agua. Sentir las ondas del mar bajo mi humanidad es suficiente recompensa a todos los preparativos previos y el dedo mocho. Liberarse de la firmeza terrestre es una sensación única. El sol estalla en la superficie del canal iluminando diez sonrisas que reflejan la alegría del que hace lo que le realmente le apasiona.

Las posibilidades de encontrar una ballena jorobada son escasas, pero eso sólo lo hace más atractivo porque le aporta el condimento de lo inesperado e intensifica todos mis sentidos en busca de la sorpresa. La experiencia de ver acercarse desde las profundidades del mar y por propia voluntad un ser que puede medir alrededor de 16 metros de largo y pesar hasta 65 toneladas debe ser apabullante y solo imaginable por aquel que tuvo la oportunidad de experimentarlo. Creo que adentrarme en un ambiente propio de otras especies y estar a bordo de una frágil embarcación de fibra de vidrio quedando a merced de la voluntad de una criatura de semejantes dimensiones representa una forma más que válida para tratar de comprender la inmensidad de la naturaleza.

El paisaje de la isla Gable y las islas que la rodean se desliza lentamente hacia nuestras espaldas mientras avanzamos uno detrás del otro. El guanaco vigilante de la isla Waru nos relincha desde las colinas más elevadas y sigue nuestro recorrido desde tierra firme como avisando que estamos pasando demasiado cerca de su territorio insular. Por qué se le ocurrió cruzar ahí, y dónde consigue agua dulce para beber es algo que aún no nos hemos sabido responder.

La travesía

Las montañas nevadas de la cordillera se descubren hacia el Norte y los árboles bandera de la isla Gable aparecen sobre sus lomas como un recorte del cielo. Hacia allí fijamos rumbo y tras cerca de una hora y media de remada llegamos a una playa desierta que estaba allí, esperándonos, desde hace miles de años. Desembarcamos para estirar las piernas y aprovechamos para adentrarnos en la parte Oeste de Gable, lugar al que no vamos muy a menudo.

En esta zona de la isla se ven bastante claramente los drumlins, que son una especie de colinas bajas y alargadas con forma aerodinámica formadas con sedimentos depositados por la acción de los glaciares. Los pies nos trasladan de a poco hacia la parte más alta de una de las elevaciones y desde allí comenzamos a recorrer la cresta de la colina en dirección a Los Cinco Bandera: un grupo de árboles revolucionarios que resisten a las inclemencias del viento.

Los cinco bandera

Regresamos a la solitaria playa y nos embarcamos nuevamente para continuar la remada hacia la parte más occidental de la isla. En esta zona las aguas se abren y ganan en profundidad, por lo que las ansias de encontrar a la jorobada renacen y mi atención se concentra en ver y escuchar lo que sucede en la superficie. Al rato una exhalación húmeda y potente se escucha detrás del bote, pero no me engaño: el sonido no es todo lo estruendoso que uno esperaría de una ballena. Un lobo marino nos comienza a seguir con curiosidad, tal vez atraído por las burbujas de la remada o tal vez porque estamos cerca de un pequeño islote rocoso donde suelen asolearse.

Con rumbo al Oeste

Poco a poco nos acercamos al islote desde donde se escuchan los fuertes y guturales sonidos de estos animales, pero mantenemos una buena distancia de ellos para no interferir en su romántica dinámica social. Dejamos de remar y nos permitimos flotar libres frente a la colonia, observando la interacción de los lobos. Gritos, corridas y algún golpe contra las piedras nos dejan hipnotizados un buen tiempo, como frente a una película de acción. De repente un Don Juan busca propasarse con alguna novia ajena y se produce una estampida de quince o veinte animales al agua. El hecho parece sacarnos del trance y comenzamos a remar nuevamente con rumbo a nuestro destino final: el frontón Gable.

Lobos marinos

La remada transcurre plácidamente y la falta de viento hace sentir la temperatura dentro del traje. Ingresamos a una especie de bahía con algo de esfuerzo y corriente en contra producto de la bajante de marea y desembarcamos en una amplia playa decorada con troncos blancos como fósiles. Elongación mediante, comenzamos a caminar por el filo del acantilado hacia la parte más alta del frontón Gable. La lenta pero intensa erosión del suelo se percibe a cada paso y unos montículos de tierra con extrañas formas se yerguen como derretidos, formando un paisaje casi lunar que recuerda a Ischigualasto.

La erosión del paisaje

Recorro ese paisaje surrealista formado por miles de años de erosión del viento, la lluvia y el oleaje debatiéndome entre la frustración de no haber encontrado una ballena y la gloria de sentirme parte de un paisaje reservado para unos pocos. Al llegar a la parte más alta de los gables la desilusión se desvanece completamente y la magnificencia de un cuadro sobrecogedor convierte el día en una experiencia soñada. El premio de una naturaleza imponente no deja lugar a insatisfacciones, y la esperanza de tener un encuentro cercano con estos gigantes del mar no desaparece, sino que solo me impulsa a pensar en la próxima aventura.

Desde los gables

Recomendaciones de esta actividad:

  • Remada en kayak: demandante (consultar alternativas de menor dificultad).
  • Tiempo neto de remada: entre 6 y 7 horas ida y vuelta aproximadamente.
  • Trekking: fácil, sin dificultad.
  • Duración del trekking: entre 1:30 y 2 hs aproximadamente.
  • Edad mínima requerida: 18 años cumplidos
  • Indumentaria mínima recomendada: campera impermeable, abrigo, par de medias extra, lentes de sol, protector solar.
  • Equipamiento incluido: kayaks dobles de travesía, remos, trajes secos o de neoprene, chalecos salvavidas, bolsas estancas, equipo de seguridad.

Damián Villalón, licenciado en Turismo en la Universidad Nacional de Lanús (UNLa).

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Foto de portada: Franco Baldinelli

Auspicia: CANAL

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