Alejandro Pinto (1988), nacido en la ciudad de Rio Grande, Tierra del Fuego. Poeta y tallerista. Publicaciones: LOQUE VAQUE DANDO (Edición Independiente, 2011, Tierra del Fuego), El Patio de Atrás (Ed. Ñasaindy Cartonera 2012, Mendoza), Yo Cebo (Ed. Kloketen Cartonera 2014, Tierra del Fuego). Actualmente trabaja en la publicación de La Isla me llama y Relatos de un cartero, con la editorial cartonera Kloketen Tintea, y también en la publicación del libro Abuelos de papel. Además tiene en mente otras dos obras aún incocnlusas, una de prosa titulada Luna Guacha, y otra de poesía sin título pero con temática fueguina (su historia, su fauna, sus paisajes y su mitología). Sigue dictando talleres de escritura creativa y escribe cuando se le da la gana.
Fragmento de La Isla me llama
“Estoy sentado sobre una piedra helada a 780 mts. de altura y miro para abajo y no se ve nada, y miro para arriba y tampoco. Estoy metido en una nube y no me quiero caer. Se supone que esto no es tan peligroso. La nieve en las piedras casi me tiran al carajo. Voy a bajar. No quiero bajar. Estoy muy cerca de la cima y estoy tan cagado. No conozco esto. No sé qué hacer. Voy a esperar que venga alguien, o que bajen los que están arriba. ¡No puedo ser tan cagón dios mío! ¡dale, bajá! ¡bajá maricón! ¡bajá rodando forro! ¡caete y hacete mierda! ¡o subí, pelotudo! ¡dejá de romper las pelotas y subí! ¡subí o caete!”
Fragmento de Relatos de un cartero:
“Hoy se me vino al humo un pitbull. Era grande y apareció de la nada. Después de algunos años laburando de cartero le perdés bastante miedo a los perros, ya los podés ignorar o enfrentarlos, pero un perro así ya te supera. No me animé a patearlo. Le puse el planillero de plástico frente al hocico para que no me alcance. En la que retrocedió un poco me agaché a buscar una piedra. Agarré una más grande que mi puño y se la tiré con todas mis fuerzas. Fue como pegarle a un muro de ladrillos. Y como si fuera poco después de recibir el piedrazo corrió a morder la tosca como si se tratara de una broma”.
Fragmento de Abuelos de papel:
“El día abre su abanico azul. Los ladrillos rojos de la casa parecen lingotes de madrugada. Todavía no canta el gallo, las piedras alrededor del gallinero apenas pronuncian sus sombras. La puerta del rancho rechina. Es su padre saliendo con su lengua verde y caliente, con sus manos gruesas, con sus piernas firmes y tranquilas encaminándose hacia el establo de las vacas, como todas las mañanas, a ordeñar el desayuno. Detrás, a paso sigiloso y cortito, la pequeña Irma, aventurera y entusiasta, contempladora de los amaneceres. Él busca los tarros metálicos, el banquito, toma asiento, apoya la frente sobre el costado de la vaca para sosegarla, y silbando la misma canción de siempre, empieza a tironear de las ubres con los hombros, las manos, las mañanas. Detrás de los tablones del cobertizo pasaba el amanecer con sus oros líquidos, azules y rojos, salmones y celestes, poco a poco, barriendo las constelaciones y los sueños. Los pájaros cuelgan algunas notas del aire, el repiqueteo, la estridencia. El gallo, ahora sí, se despierta con toda la garganta. La pequeña Irma, detrás de esos tablones, de pie sobre una colinita de pasto, estira los brazos de este a oeste, y escucha el silbido de su padre, y recibe con su pequeño y anaranjado rostro las primeras y tímidas brisas del día, contemplando los caballos naranjas del sol venir desde el horizonte con sus ojos abiertos como un sueño. Todo el crepúsculo, toda esa respiración enorme del mundo cabe en la brevedad de sus bracitos estirados. Tras esos tablones, con un silencio en sus ojos observa el nuevo día, así, con sus párpados acompañando la altura del sol. Los ojos del gallo y el timbre de arena alumbrada se posan sobre sus hombros para alcanzar el cielo. La vaca pestañea, el padre respira, el gallo calla, respira ella, la hierba verde respira, y el sol celeste sube”.
Fragmento de Luna Guacha:
“Cuántas veces me detuve a levantar tu soledad pisoteada bajo la nieve.
Hubieron días en que no podías dormir y te paseabas por la ciudad desnuda, si total nadie te veía. La Cordillera, allá del otro lado, recibía tu insomnio como una buena madre que nunca pudiste alcanzar. Pero no estás tan lejos.
Quizás creí que yo podría alcanzarte, por eso caminé hasta allá, donde había tanto cielo y tanto frío que el aire se tornaba irrespirable. Me tuve que bajar. No te culpo.
Hoy apareció una Loica, muy encendida. Era de día y vos te paseabas desnuda y suave por el cielo celeste”.
Fragmento poemario intitulado:
Del poema APRENDIZAJE DEL KLOKETEN
vas a respetar a la mujer y al anciano
vas a cuidar el fuego y alimentarte
después de asegurarte que el resto ya se alimentó
¿por qué me alejan de mi madre?
vas a conocer el hambre y el frío
y vas a aprender a escuchar la nieve
¿por qué llora? ¿qué es lo que grita?
vas a tallar la piedra y defender la tribu
a correr rápido y a ser más ágil que el guanaco
¿a dónde me están llevando?
y vas a aprender a mirar contra el viento
¿quién es esa montaña que se acerca?
y vas a derrotar esa montaña.
Contacto: surpintoalejandro@gmail.com
Fede Rodríguez