En noviembre de 2020, decidí comenzar una nueva aventura: mudarme para comenzar una nueva vida y trabajo. Desde ese momento estoy trabajando en la Fundación Rewilding Argentina, en el proyecto de Parque Patagonia, al noroeste de Santa Cruz. Esto me trajo entonces, a tomar esta decisión que no tiene una explicación racional, si no como decía el querido Don Juan: elegí el camino que tenía corazón.

Para quien no conoce, el Parque Patagonia es un destino – ¡de los pocos destinos! – que aún queda virgen, salvaje y auténtico. El paso del ser humano lo ha castigado de diversas maneras, sin embargo la naturaleza prevalece y logra llamar siempre la atención por encima de todo.

¿Dónde queda el Parque Patagonia? Cómo decía antes, en el noroeste de Santa Cruz, donde el brillo dorado de los coirones te encandila la vista, cuando transitas la mítica y tan nombrada Ruta 40. Seguidamente, seguro estás pensando: ¿así que por ahí? ¡Pero en la estepa no hay nada!… una repetitiva frase que no me canso de oír, por quienes aún no se dejaron sorprender por estas bellezas, o pasaron muy fugazmente.

Lo cierto, es que este lugar tiene muchísimo para darnos, y esto recién comienza.

Este parque dispone de dos portales, el Portal La Ascensión sobre Ruta Provincial 43, a 17 km de Los Antiguos y a 40 km de la localidad de Perito Moreno (¡no confundir con el Glaciar ni con el Parque Nacional!), y el Portal Cañadón Pinturas, sobre la ruta nacional 40 a 56 km de Perito Moreno.

Durante mis primeros meses como exploradora y recién llegada a este lugar, me aventuré a conocer el Portal Cañadón Pinturas, que es donde me toca principalmente trabajar y permanecer. Pero en mis francos, me doy el privilegio de conocer el otro Portal, con el maravilloso anfitrión que posee que no es ni más ni menos que el Lago Buenos Aires, el segundo lago más grande de Latinoamérica luego del Titicaca.

Así es que comienza esta aventura que hoy me propongo contarles, esperando que venga a romper sus miedos y ayudarlos a trascender fronteras. 

Bajo una calurosa tarde de marzo, me propuse conocer la tan renombrada meseta del lago Buenos Aires, una formación geológica volcánica imponente que es básicamente el corazón de todo este circuito. Siempre veremos alguna de sus caras desde las diferentes rutas que la circundan, su cara norte, desde la Ruta provincial 43, la del este desde la ruta nacional 40 y su cara oeste y sur desde la ruta escénica 41. Así se rodea esta mole de 3000 km2. 

Para llegar hasta el objetivo final, este borde de la meseta llamado “Proa” por su peculiar morfología, es necesario caminar unos cuantos kilómetros, realizándolos en tramos en los que podemos pernoctar en los refugios o puestos.

Llegué al atardecer, entonces, al último puesto: El Rincón. Venía asomando la luna, iluminando los primeros pasos de esta breve pero intensa caminata de 4 km finales. Aproximadamente se demoran 2hs, desde este último puesto hasta la parte superior de la meseta.

Ya de noche, y con un excelente y cálido tiempo, alcancé la última trepada, avistando muy cerca la cumbre. Equipada con mi bolsa de dormir, comida y claro mi equipo fotográfico, me esperaba una exitosa noche de fotos y un amanecer reflejado en el lago me sorprendería desde mi bolsa de dormir a la intemperie. Pero mientras venía saboreando todo esto en el camino, algo en movimiento en esta subida, hizo que detenga la marcha. Prendí la linterna, (tenía una excelente visibilidad gracias a la luna, mas allá de ser ya de noche) y me sorprendieron dos ojos naranjas. Un guanaco estaba allí, como recibiéndome en la cumbre.

Realmente logró asustarme, y de alguna forma creo que yo a él. Su “relincho” para alertar a la manada del inminente y posible peligro rebotó a lo ancho y largo de todos los cañadones y rocones que había alrededor. Para mis adentros pensé: qué mal lo que estás haciendo, si hay algún amiguito felino cerca, no sólo te va a venir a buscar a vos, si no que también a mí. Unos 10 metros, nos separaban de este individuo como contrincantes enfrentados. Permaneció tan inmóvil, que hasta me di el lujo de tomarle estas fotos:

meseta del lago buenos aires

Avancé un poco más, y huyó despavorido hacia el que era mi destino también, la cima de la meseta. Apagué nuevamente la linterna, y seguí hasta la cumbre.

Cuando llegué, maravillada por lo que veían mis ojos, dejé mi mochila y empecé a imaginar posibles lugares donde tiraría mi bolsa de dormir para un sueño reparador e ideal, luego de fotografiar y caminar toda la noche.

Me tomé una foto, en el clásico cartel que anuncia que estamos arriba la meseta, y que en esa área la elevación es de + 1400 msnm.

mesetadellagobuenosaires

Ya satisfecha con la foto, hacia el sur de la meseta y a unos metros veo una hermosa laguna con un color turquesa único que la luna iluminaba. Dije: iré ya ahí, me imaginaba una hermosa foto. Prendí la linterna, para ver qué más habría, y una sorpresa detuvo el pulso de mi corazón: alguien estaba esperando detrás de una rocas. Alguien no humano. Alguien cuyo brillo reflejaban ojos verdes.

Mis piernas temblaron, tenía la cámara montada en el trípode delante de mí y casi que eso me dio una seguridad que no sé si hubiera tenido en caso contrario. El tiempo se congeló, por mi cuerpo pasaba frío, incertidumbre. Por mis venas adrenalina pura.

Así que ahí estábamos… la luna, yo, y él: un hermoso Puma, en un encuentro espectacular, único y casi romántico. Sin velas, pero con la luz de este bello astro reflejado. Me puse rápidamente a pensar, qué haría ante tal situación. ¿Saldría corriendo? ¿Escaparía lentamente? Nada de eso. El universo me estaba regalando un momento irrepetible, que desde ahí ya no podría borrar nunca más. Sabía que esto sucedería, y que sería de esta manera: sola, y en la noche. ¡Pues ambos coincidimos en estos hábitos! Yo salgo a cazar fotos de estrellas, él sale a cazar presas.

Por un instante me sentí sola, pues claro porque lo estaba, pero que su energía me protegía de alguna forma. Entrelazamos las miradas, unos 10 minutos. Decidí intentar sacarle fotos, pese a las condiciones adversas de su breve lejanía (50, 60 metros) mi lente angular que hacía que sólo lo vea como un punto en la inmensidad y mi dificultad para poder enfocarlo ante la adrenalina, la oscuridad, etc.

mesetadellagobuenosaires

Hasta no ver la foto, aún estaba en duda. Fue un gran momento cuando hice zoom a la imagen, y dice en voz alta: TERRIBLE PUMA. Lo poco que podía ver ahí, era inconmensurable. Una verdadera belleza natural.

Intenté varios disparos más, hasta que tomé la decisión de agacharme para buscar en la mochila un lente más largo, y así quizás lograr tenerlo más cerca. Cuando gatillé a mano alzada, sin trípode, vi en la foto que estaba queriendo asomarse, como saliéndose de la posición. 

mesetadellagobuenosaires

Me dio la pauta de que ya no tenía que seguir ahí, o tal vez se transformaría en una provocación para él, y yo para nada quería perturbarlo. Guardé la cámara, tomé la otra con el trípode, y caminé lentamente hacia atrás, hasta el borde y comenzar la bajada. Una vez descendiendo, miré hacia tras, y corrí. Corrí tanto pude, no perdiendo la vista a mis espaldas.

En esos volteos hacia atrás, pisé mal una piedra y me fui de trompa contra el suelo, en bajada, y con la cámara y el trípode en la mano. ¡Qué mal lugar y momento para caer! Me levanté rápidamente y seguí. Llegué hasta la parte más llana nuevamente, y ahí pude respirar.

En ese exhalar e inhalar, con sed, hambre, emoción, mis ojos brotaban lágrimas a borbotones. La energía, la felicidad, la adrenalina y el orgullo desbordaban de mi corazón. Estaba sola, no tenía a quien contarle. De más está decir, que mi plan de dormir a la intemperie con la bolsa (vivak) se vió interrumpido por el episodio que ya conocemos, pero caminé durante el resto de la noche, conmovida bajo la luz de la luna que aún alumbraba, y me puse a escribir con la poca batería que aún me quedaba este relato que hoy les estoy contando.

Un maravilloso encuentro en donde me entregué, me enfrenté a mis miedos, sola, de noche con este ser increíble.

El lema de Parque Patagonia, es “Que lo salvaje te descubra”. Y vaya que sí, me descubrió, esa magia se apoderó de mí, y mi corazón se volvió también, un poco más desatado y silvestre.

Por Melisa Quintero para Revista Latitud

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