“Turismo & Naturaleza” es una serie de relatos de aventura que invitan a explorar paisajes fueguinos desde adentro.

Para ver la primera entrega:

Travesía a la Cordillera Darwin (parte 2)

Promedia la tarde de este primer día de travesía en kayak. Acabamos de llegar a una pequeña playa dentro de una bahía en el margen Oeste del Fiordo Parry. El barco Alakush, que está en zona operando una excursión y prestandonos apoyo, aguarda una respuesta por radio antes de retomar su navegación con rumbo al fondo del fiordo. El pronóstico del viento para los próximos días no es muy alentador y además el agua ingresó a los compartimientos de algunos kayaks y mojó algo de ropa. Debemos decidir rápidamente si continuamos la travesía o si abordamos el barco, por lo que debatimos los pros y los contras para poder responder al capitán del barco.

Los ocho ahí reunidos analizamos la situación y nos acercamos a una conclusión, pero nunca se puede estar cien por ciento seguro en este tipo de decisiones, entonces demoramos la respuesta. Desde el barco nos dicen que debemos definir ya, y la necesidad de inmediatez nos ayuda a decidir: seguiremos.

El espíritu de equipo sale a relucir para ayudar a los más afectados por la situación de la ropa mojada: alguno presta un par de medias, otro una campera extra y así vamos vistiendo al desdichado. Armamos campamento y, con algo de esfuerzo, logramos encender el fuego con algunas ramas húmedas. Después de comer el cansancio ataca al grupo sin compasión y uno a uno vamos cayendo en los brazos del sueño. No hay motivos para resistirse: el cielo está cubierto por un manto de nubes y oculta las estrellas de nuestra vista.

La mañana comienza sin viento, pero fría y nublada. Unos mates calentitos nos dan el valor necesario para cambiarnos y ponernos los trajes secos. Aseguramos mejor los compartimientos de los kayaks para que no vuelva a ingresar agua y nos hacemos a la mar con rumbo Sur en busca de los glaciares.

Comienza el segundo día de remada – Foto: Valentín Casablanca

Dentro del fiordo estamos mucho más reparados, ya que los altos muros de roca que se yerguen en los márgenes amortiguan los vientos predominantes del Oeste. Los veinte kilómetros que nos separan de nuestro próximo destino discurren con una remada apacible y podemos apreciar el majestuoso paisaje que se descubre mientras avanzamos. Los fiordos son una especie de golfos estrechos con laderas muy abruptas que se han formado por la acción de los glaciares. Los valles transversales que vamos cruzando contienen las últimas porciones de lo que otrora fueron grandes masas de hielo que cubrían el lugar por el que hoy remamos.

A mitad de camino desembarcamos para almorzar en una amplia playa formada por grandes cantidades de sedimentos transportados por el agua desde tierra adentro. Una picante sopa instantánea de origen taiwanés nos calienta las entrañas mientras unos tenues rayos de sol entibian la brisa durante la charla de “sobremesa” que se produce a orillas del agua. El deshielo de los glaciares y la bajamar nos pondrá la corriente en contra al menos hasta las 16:00 hs. cuando el nivel del mar comience a subir nuevamente, por lo que decidimos no extender mucho el momento de ocio y continuamos remando hacia el fondo del fiordo.

Una delgada línea blanca se divisa en el horizonte: son los grandes grupos de hielos flotantes que se desprenden de los glaciares y avanzan llevados por la corriente hacia la desembocadura de Parry en el Seno Almirantazgo. A lo lejos también logramos divisar el Alakush, operado por la empresa Canal, pronto a desembarcar pasajeros para recorrer la zona con el zodiac.

El Alakush – Foto: Franco Baldinelli

Promediando el último cuarto de la remada las energías comienzan a agotarse pero la entrada a nuestro objetivo, la Bahía Pared, se comienza a distinguir y las ansias de llegar a destino nos dan fuerzas para mantener el ritmo. La bahía se abre paso a nuestra derecha, hacia el oeste, por lo que la barrera montañosa que nos reparaba desaparece y un fuerte viento nos ataca a estribor primero y luego de frente cuando logramos girar. Gastamos todas nuestras reservas de energía mientras tratamos de entrar a la bahía y quedar a resguardo de las gélidas ráfagas.

Tras cerca de veinte minutos de luchar contra el viento logramos ingresar a la bahía y la recompensa es inconmensurable: el enorme Glaciar Luis de Saboya se abre paso desde los confines de la Cordillera Darwin bajando por un amplio valle glaciario y termina su recorrido bifurcándose en dos. La vertiente Sur cae directamente al mar, mientras más al norte otra lengua del glaciar descansa sobre la tierra detrás de una alta morrena. Un manto de bloques de hielo flotan en la superficie y se agolpan al pie de la pared de hielo, dificultando el avance de los kayaks.

Glaciar Luis de Saboya

Los estruendos del hielo desprendiéndose del glaciar rebotan en las altas paredes de la bahía generando un efecto acústico estremecedor. Enormes bloques caen al agua y la onda expansiva generada en la superficie hace entrechocar los hielos flotantes, que suben y bajan obedeciendo al oleaje. La brisa recorre kilómetros sobre el glaciar antes de llegar a donde estamos nosotros con una temperatura que recuerda a la de un freezer a máxima potencia. Tras el notable esfuerzo para ingresar a la bahía, nuestros cuerpos sienten la diferencia de temperaturas y, si bien nos quedaríamos para siempre flotando frente a semejante espectáculo, decidimos acercarnos a la costa y acampar.

Desembarco en Bahía Pared

Esquivando grandes bloques de hielo cargamos los kayaks hasta la parte alta de la playa para que no sean alcanzados por la marea y nos disponemos a armar campamento. Cae la noche mientras los estruendos del glaciar se siguen sucediendo y nos obligan a torcer el cuello una y otra vez para ver si conseguimos divisar el origen de semejante sonido. Reflejo vano si los hay, considerando la distancia a la que nos encontramos y la escasa luz que queda, más allá de una incipiente fogata recién encendida. La cena alrededor del fuego es una bendición que nos reconforta y la bebida espirituosa al finalizar la comida extiende la charla hasta altas horas.

Durante la noche nieva un poco. A la mañana siguiente salir de la bolsa de dormir parece tarea reservada sólo para algún superhéroe perturbado, pero con valentía lo logramos. Los trajes secos que usamos para remar nos miran rígidos desde las ramas en donde los colgamos la noche anterior, como desafiándonos a enfrentar la tan ingrata tarea de cambiarnos. Recolectamos todo el valor que nos queda y conquistamos el cometido para comenzar a remar de regreso hacia la civilización.

Mañanas refrescantes – Valentín Casablanca

Una leve brisa sopla desde el fondo del fiordo empujando los hielos flotantes, que desfilan por la desembocadura impidiéndonos salir de la bahía, por lo que decidimos aguardar en tierra firme aprovechando el cielo despejado y que el sol puede secar nuestras ropas húmedas. A lo lejos distinguimos algunas focas leopardo retozando sobre los islotes de hielo mientras derivan con rumbo al Seno Almirantazgo. Nosotros debemos emprender el regreso hasta Caleta Maria, por lo que esperamos alcanzarlas cuando desandemos el camino en la misma dirección.

Bahía Pared – Foto: Franco Baldinelli

Después del mediodía el camino se despeja y zarpamos con rumbo norte en busca del Seno Almirantazgo. A diferencia del día anterior, ahora contamos con el viento y la corriente a favor que estimamos nos ayudarán a completar la travesía de regreso sin contratiempos, pero cuando comenzamos a recorrer el fiordo Parry el avance se dificulta más de lo previsto. La cantidad de hielo en la superficie es impresionante y debemos internarnos en la gran masa flotante buscando el camino como si se tratara de un enorme laberinto congelado.

Fiordo Parry – Foto: Valentín Casablanca

Mientras avanzamos lentamente los únicos sonidos que se escuchan son el leve zumbido del viento en nuestros oídos y el roce de los kayaks con los bloques de hielo. Perplejos ante semejante paisaje solo podemos permitirnos guardar silencio mientras nos sentimos en el centro de un escenario sacado de alguna crónica de los pioneros exploradores antárticos. De repente, la contemplación pacífica se esfuma cuando algún incivilizado descubre que puede comenzar una guerra de proyectiles de hielo con la munición recolectada de los pequeños témpanos flotantes. La violencia se propaga fácilmente y se da inicio a las hostilidades en una contienda sin cuartel, sin bandos ni aliados. Otra vez somos chicos encerrados en cuerpos de adultos, evidenciando lo que probablemente sea la única muestra de incongruencia de la naturaleza en ese lugar.

El conflicto se extiende por unos minutos más, hasta que logramos salir del laberinto de hielos y acordamos el armisticio por falta de municiones. Notamos que el tiempo pasa muy rápido cuando uno está entretenido y debemos recuperarlo remando seriamente, ahora que tenemos el camino despejado y el viento a favor. Es entonces cuando otra descabellada pero efectiva idea es impulsada por alguno de los superdesarrollados infantes: aprovechar la fuerza del viento uniendo los kayaks y armando una primitiva vela con los remos y una lona. El rudimentario invento funciona de gran manera y en unos minutos estamos deslizándonos a gran velocidad hacia la desembocadura de Parry.

Navegación a Vela – Foto: Valentín Casablanca

Aún dentro del fiordo observamos el oleaje en el Seno Almirantazgo que evidencia un persistente viento Oeste que decidimos aprovechar a nuestro favor. Tras un escarceo meneador en la desembocadura, logramos salir de Parry y tomamos rumbo Este con dirección a Caleta María. Emulando el recordado relato de Walter Nelson y al grito de “Salí de ahí, Maravilla!” el grupo advierte al incauto que se acerca demasiado a las rocas y sus rompientes espumantes. Las olas nos impulsan hacia adelante mientras buscamos una playa para desembarcar y pasar la noche antes de que el sol se esconda.

Encontramos lo que parece ser un buen punto de desembarco, pero el oleaje y algunas rocas de gran tamaño dificultarán la maniobra. Nos agrupamos en el agua y establecemos la estrategia para resolver con éxito lo que se convertiría en la más desafiante operación de la travesía. Decidimos que los más experimentados desembarquen primero y reciban al resto desde tierra firme, pero el oleaje en la costa es muy intenso y algunos kayaks se vuelcan en el intento. Las olas golpean los botes contra las rocas y nos apresuramos a intentar sacarlos del agua antes de que se dañen, pero las fuerzas del mar y el peso de las embarcaciones dificultan la tarea. Perder un kayak cuando aún faltan casi diez kilómetros para llegar a Caleta María es un incidente que quisiéramos evitar a toda costa.

Desembarque accidentado en Seno Almirantazgo – Foto: Valentín Casablanca

Nos vamos ayudando unos a otros hasta que finalmente logramos rescatar los kayaks del agua y los vamos poniendo a resguardo sobre la línea de marea. El trabajo en equipo fue realmente conmovedor y nos unimos en un abrazo en la playa desierta cuando alguien recuerda que es el cumpleaños del más sabio del grupo y todos empezamos a cantárselo espontáneamente.

Ahí estamos; ocho tipos adultos, algunos de los cuales hace cuatro días apenas nos conocíamos, abrazados en una playa solitaria en la patagonia profunda, mojados y extenuados pero saltando y cantando para que nadie nos escuche excepto nosotros mismos. Todavía nos queda un corto tramo de remada sin dificultad hasta Caleta María al día siguiente, pero hoy terminamos la travesía que, con el tiempo, se convertirá en una experiencia que jamás olvidaremos porque, aunque sea por cuatro días, pudimos escapar a la adultez que nos persigue y nos sentimos niños nuevamente.

Equipo – Foto: Valentín Casablanca

Damián Villalón, licenciado en Turismo en la Universidad Nacional de Lanús (UNLa).

Video: Valentín Casablanca

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Foto de portada: Valentín Casablanca

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