Irene y yo somos dos siluetas negras, inmóviles en una llanura más lisa que un silencioso mar de petróleo. De nuestros pechos se desprenden cuajarones de sangre. Enrojece la extensión de la pista negra, y nosotros no hablamos ni hacemos nada. Nos desangramos esperando la muerte… pienso que esto puede ser poesía… pero es perfume de mi amor que ha muerto, y yo amo la fragancia de este pobre amor muerto, como una madre ama las ropitas de un hijo que hace mucho tiempo ha sumergido en la tierra…
fragmento de EL AMOR BRUJO de Roberto ARLT, 1932.
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