En febrero de 2023 falleció, a los 96 años, el bioquímico y premio Nobel estadounidense Paul Berg. En 1972, él y su equipo de trabajo publicaron un artículo en una revista científica en el que describieron la creación de la primera molécula de ADN recombinante.
Esta molécula fue generada al unir (recombinar) ADN de distintas especies en un tubo de ensayo. El desarrollo de esta tecnología cambió completamente el campo de la genética. De hecho, la capacidad de cortar y unir pedacitos de ADN en un tubo de ensayo fue vital para el desarrollo de la ingeniería genética. Por medio de la ingeniería genética se pueden generar organismos genéticamente modificados, que son herramientas de gran importancia para la investigación y desarrollo en biomedicina. Por medio de ingeniería genética, también, se puede modificar el genoma de un organismo para que posea un gen de otra especie, y así convertirlo en un organismo genéticamente modificado.
A pesar de que existen organismos genéticamente modificados cuyo uso (o mal uso) es cuestionable, los avances en salud humana que aportaron las tecnologías de ADN recombinante son indiscutibles. Un ejemplo patente es el desarrollo de vacunas contra el virus SARS-CoV-2. La pandemia hubiese sido exponencialmente más tortuosa sin las vacunas.
Otra aplicación de gran relevancia es la producción de proteínas humanas en bacterias. Esta tecnología consiste en agregar al genoma de la bacteria el gen humano que tiene la información para producir una determinada proteína (la mayoría de los genes tienen información para producir proteínas, que son las moléculas que permiten el funcionamiento de nuestras células y órganos). Así, luego de años de trabajo de laboratorio, una bacteria se convierte en la fábrica de una proteína de interés.
La primera proteína en ser producida de esta manera fue la insulina, que es utilizada para el tratamiento de la diabetes. También se produce de esta manera la hormona de crecimiento, que, como su nombre lo sugiere, permite corregir deficiencias en el desarrollo. Antes de existir versiones recombinantes de estas dos proteínas (así se llaman versiones de las proteínas cuando son producidas en bacterias), ambas eran purificadas a partir de órganos animales: la insulina con el páncreas de cerdos o vacas y la hormona de crecimiento con cerebros humanos.
En el caso de la hormona de crecimiento fue imperiosa la transición hacia la obtención de la proteína por ingeniería genética, ya que la estrategia de purificación de la proteína a partir de muestras cadavéricas presentaba riesgos no aceptables. Se descubrió que la hormona purificada de cerebros humanos podía estar contaminada con otra proteína llamada prion, que causa la terrible enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, comúnmente llamada “enfermedad de la vaca loca”.
Este hallazgo hizo que se dejase de usar la hormona de crecimiento proveniente de tejidos humanos. Afortunadamente, la producción de proteínas recombinantes no conlleva ese tipo de riesgos, lo que permitió continuar con el uso médico de la hormona de crecimiento recombinante desde 1985. Unos años más tarde, esta terapia virtuosa se cruza con nuestro héroe.
Lionel Messi nació en 1987 en la ciudad de Rosario. A sus 9 años, cuando medía bastante menos que sus compañeros pero ya desparramaba jugadores en las inferiores de Newell’s, estudios médicos determinaron que Lionel tenía un déficit de hormona de crecimiento. En ese momento, los médicos decidieron que debía comenzar un tratamiento con hormona de crecimiento recombinante.
Según el médico que lo trató, Messi hubiese ostentado 15 centímetros menos de lo que mide actualmente. ¿Hubiese podido un Messi de aproximadamente 1,50 metros mirar por encima de la barrera y decidir a dónde dirigir un tiro libre? ¿Se hubiese podido bancar los embates de defensores que lo superasen por dos cabezas? ¿Se hubiese animado un Messi de 1,50 metros a decirle “¿Qué mirá bobo? Andá pallá” a un gigante holandés de dos metros de altura?
Preguntarse si Messi hubiese sido el mismo sin el tratamiento con hormona de crecimiento recombinante entra en el pantanoso terreno de la historia contrafáctica. Me inclino a creer que no hubiese sido el mismo, y me gusta pensar que no hubiésemos ganado la Copa del Mundo si Berg y su equipo de trabajo no hubiesen dado el puntapié inicial para el desarrollo de la ingeniería genética. Quizás, al ver a Messi ganar la Copa, el premio Nobel sintió que su aporte a la humanidad estaba completo.
Fuente: Agencia de Noticias Científicas