El filósofo y activista socioambiental analiza los últimos incendios que azotan a Chile y Argentina. Además, reflexiona sobre el modelo de desarrollo actual.
“En Argentina los números muestran que prácticamente el 95 por ciento de los incendios que tuvimos en los últimos años fueron intencionales“, señala a la Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes Guillermo Folguera, filósofo, biólogo, militante socioambiental y divulgador. Esta problemática se enmarca en un sistema donde la naturaleza es vista como un recurso económico, cuya explotación y destrucción es barata para quienes se quedan con las ganancias que generan, pero caras para las comunidades que sufren las consecuencias. Además, advierte que “siempre los daños ambientales tienen como primera víctima a los sectores de menores recursos”.
-Aunque los incendios en Argentina y Chile parecen hechos aislados, podrían tener puntos en común. ¿Qué hay de cierto en eso?
-Efectivamente, hay una situación bastante extendida en América Latina en la cual aparecen varios elementos comunes, aunque cada uno tiene sus particularidades. La información en el caso particular del Parque Nacional Los Alerces es que todavía no está claro cómo se originó el fuego. En el caso de los incendios que están en la zona de Valparaíso y otros lugares de Chile, que están dejando números escalofriantes tanto en muertos como en hectáreas quemadas y casas afectadas, el inicio estaría ligado a negocios inmobiliarios y forestales.
-Algo que parece ser una constante en los diferentes países de la región…
-Recordemos que en Argentina los números muestran que prácticamente el 95 por ciento de los incendios que tuvimos en los últimos años fueron intencionales. Después inciden otras cuestiones relacionadas a la prevención y cómo las comunidades locales se organizan más allá del Estado. Otro punto tiene que ver con la mitigación, donde los recursos no abundan y muchas veces se destinaron menos recursos de lo que estaban inicialmente señalados. Inclusive, la situación laboral de los bomberos suele ser muy precaria.
-Hay otros factores que inciden y son netamente ambientales.
-Claro, hay una situación global que tampoco contribuye demasiado a partir de la propia crisis climática, de los cambios en los regímenes de precipitaciones y las cuestiones vinculadas con el viento. Entonces son varios factores que dialogan entre sí, y a eso hay que agregarle que el sistema judicial argentino no avanzó mayormente para encontrar a los responsables de los incendios. Esta situación genera un marco propicio para los negocios inmobiliarios, agrícolas y ganaderos.
-¿Qué implica esta quema que arrasa con la biodiversidad en diferentes puntos del continente?
-Significa haberla transformado en una región que ya perdió la enorme capacidad que tenía de captar carbono y que tiene ecosistemas cada vez más endeblez. Además, la fragilidad no se da solo por el incendio, sino también porque el uso de tierras quemadas va a los mal llamados ‘emprendimientos productivos’, aunque prefiero la palabra extractivismo. A su vez, esos ecosistemas quedan muy expuestos a situaciones de sequía, inundaciones y pérdida de la riqueza del suelo.
-Si bien volvió a foja cero, hasta hace pocos días se debatió en el Congreso la Ley Ómnibus, donde el capítulo ambiental era uno de los más importantes y, paradójicamente, de los que menos se hablaba.
-La Ley Ómnibus era un ejemplo brutal de expansión de una lógica de privilegio de los negocios y las corporaciones en desmedro del cuidado de la naturaleza y de la justicia social. Siempre es importante subrayar que la injusticia social y ambiental son dos aspectos de una misma moneda, en tanto siempre los daños ambientales tienen como primera víctima a los sectores de menores recursos. Este proyecto concentraba un montón de aspectos que tienen que ver con la situación de la quema, la opacidad de los negocios mineros, el patentamiento de semillas, la situación de la pesca y un listado de modificaciones o de eliminaciones de leyes para que las corporaciones se vean beneficiadas. Por suerte, los diputados no pudieron avanzar en este aspecto.
Cambiar el modelo
-En agosto de 2022 mencionó que estábamos atravesando una crisis socioambiental sin precedentes, algo que se profundizó a partir de los últimos informes disponibles. ¿Hay un freno o una salida para esta situación?
-Estamos en un proceso de aceleración de la destrucción, lo cual impacta mucho. Aunque pareciera que la salida hay que buscarla a través de optimismos o pesimismos, yo ofrezco otra cosa. Más que pensarlo en estos términos, la pregunta es si es lo mismo que actuemos o que no actuemos. En este sentido, una metáfora que suelo utilizar es cuando me estoy cayendo en la bicicleta, no es lo mismo si pongo la mano a que no la pongo, no es lo mismo en términos de la destrucción que puede implicar. No es lo mismo intergeneracionalmente incluso, porque estamos hablando de impactos que a pocos y a muchos años. Entonces, no es lo mismo y queda todo por hacer.
-Concretamente, ¿cómo se traduce esto?
-La primera respuesta es que hay que aplicar algún tipo de freno de mano, bajo una lógica diferente. Porque el extractivismo y estas lógicas expansivas, que a veces tienen forma de megaminería, a veces de agronegocios, de plantaciones forestales, de negocios inmobiliarios, de exploración offshore y de fracking, le dieron muy pocos frutos a nuestro país en términos de equidad social.
-¿Por ejemplo?
-Si bien al extractivismo puedo ubicarlo con la conquista de América, la forma que tenemos en la actualidad tiene la manera particular de la década del 90, donde Argentina aprueba la megaminería y los transgénicos. Qué nos dio en términos de equidad social, si la mitad de las personas viven bajo la línea de la pobreza. Entonces, este modelo no parece ser la forma de obtener justicia social.
-Entonces, ¿por qué cree que se siguen sosteniendo estas prácticas?
-Hoy tenemos a alrededor del 90 por ciento de las personas viviendo en grandes ciudades, una lógica particular que se ha dedicado a despoblar los distintos territorio, lo que significa hacinamiento y desigualdad social. El extractivismo tuvo que ver con el empobrecimiento de la diversidad de la matriz productiva, inclusive de los alimentos producidos en Argentina, lo que implica que la gente come peor, come menos y se enferma. Por lo tanto, quizás la pregunta es qué tipo de sociedad queremos y cómo queremos obtener eso, significa preguntarnos qué vínculos con la naturaleza vamos a tener.
-¿Hay luz al final del túnel?
-Lo que estamos viendo es un proyecto que ya ha mostrado sus resultados. Seguir insistiendo y seguir pidiéndole a ese proyecto que dé respuestas diferentes significa desconocerlo. Lo único que intensifica el extractivismo son desigualdades sociales y ambientales. Necesitamos un proyecto político propio capaz de poner esto en agenda.
-Aunque tenían diferencias en las formas y en los modos, las dos opciones que llegaron al balotaje no parecían ofrecer grandes soluciones en el sentido de proponer una alternativa al extractivismo. Incluso, la que ganó fue la alternativa que ofrecía el peor de los escenarios.
-Es que todo esto ha sido política de Estado y diálogo con las corporaciones. El caso del litio es muy evidente porque se concentra en cuatro provincias con signos gubernamentales distintos, pero cuesta muchísimo encontrar diferencias efectivas de lo que se ha montado dentro de la política. Cuesta muchísimo encontrar que no estén vinculados sectores financieros, que no sean expulsadas comunidades locales, que se esté cuidando el sobreconsumo de bienes comunes, que haya un registro de datos confiable en términos de la pérdida de agua, que no se pierdan las producciones locales y que haya un control sobre la producción.
-¿Y qué ve en esas comunidades cercanas a los salares?
-Veo que esta política no genera bienestar. Si vas a Antofagasta de la Sierra, cerca de un salar que comparten Catamarca y Salta donde hace un cuarto de siglo se extrae litio, ves que la escuela no tiene gas a pesar de que amanece con temperatura bajo cero y que los paneles solares que les pusieron no funcionan porque la municipalidad no pudo comprar baterías de litio. Además, te encontrás con que la plaza tiene el pasto muy crecido y que hay un control policial en esa esquina, que las casas están agrietadas y no tienen luz nocturna a la noche, mientras alternan con las camionetas de los mineros.
Fuente: Agencia de Noticias Científicas