En una charla íntima con Gastón Carletti, uno de los organizadores del Gran Premio de la Hermandad Histórico, cuenta cómo este homenaje viviente tomó forma y comenzó a establecerse como una tradición paralela. Un reconocimiento constante con vuelo propio que año a año suma adeptos y gana lugar en la historia del Gran Premio de la Hermandad. Esta es la primera parte de la entrevista.
Nadie dudaría de lo fueguino de Gastón Carletti. Riograndense, del Don Bosco. Hijo de uno de los pioneros de la hermandad, vive actualmente en Rada Tilly, la primera ciudad al sur de la provincia de Chubut. Una localidad chica y bastante más tranquila que la ajetreada ciudad petrolera. Allí, Gastón recibió a EL ROMPEHIELOS y mantuvo una charla íntima donde cuenta su llegada a la provincia y la constante tarea evangelizadora para que el Gran Premio de la Hermandad cruce el Estrecho de Magallanes y se viralice por la Patagonia.
¿Cómo terminas acá en Chubut?
Yo soy nacido y criado en Río Grande. Egresado del colegio Don Bosco, voy a estudiar a Buenos Aires, me recibo después de 7 u 8 años. Vuelvo a Río Grande a laburar con mi viejo. A vender autos, a la Renault. Mandato paterno cumplido. Sale la posibilidad de establecer una sucursal acá en Comodoro Rivadavia, lo que era novedoso. Otro régimen impositivo, otra geografía, otro mercado. Pero vinimos a probar suerte en el año 98. Llegué, me bajé del avión. No sé si sería Southern Winds o alguna línea que ya no existe. Creo que si habían celulares eran raros. Me alojo en el hotel, lo llamo a mi papá y le cuento mis primeras impresiones. Me encantó. Y a partir de ahí todo me gustó: Comodoro, Rada Tilly, Sarmiento. En ese momento el aeropuerto disponía de 5 o 6 vuelos diarios para ir a Buenos Aires, y podías estar en Madryn en 4 horas de auto. A lo que venía acostumbrado a la isla, la logística se facilitaba tremendamente.
Después se fue dando. El clima, empecé a conocer gente, siempre quedándome con los patagónicos, sean de Chubut, de Santa Cruz, o Tierra del Fuego, por sobre los foráneos. Tanto es así que me puse de novio. Me casé, tengo dos nenes chubutenses. Uno nunca sabe, no pienso volver a la isla, salvo visitas como hago. Mi lugar como que lo encontré acá en Comodoro Rivadavia. Me gusta mucho la ciudad. La actividad comercial va y viene, ese negocio que establecimos no funciona más desde el año 2005, se hicieron otros. Pero bueno, el hobby de los autos viejos me llevó a unir dos pasiones; el auto viejo en sí, porque para mí preservar un auto que tiene 40 o 50 años ya es meritorio. Que funcione, que te tomes el trabajo de hacerlo andar, cuidarlo. Que puedas mostrarlo. Hay gente egoísta que no comparte el Hobby. Y el automovilismo de velocidad, donde el Gran Permio de la Hermandad para un Fueguino es parte del ADN. O lo viste, o lo corriste, o lo quisiste correr. O sabés de alguien cercano que lo corrió. Entonces el Gran Premio Histórico yo me lo imagino como un homenaje a los pioneros. A los que en 1974 no sabían cómo llegar de Grande a Porvenir. Pero lo hicieron, y lo hicieron corriendo. Hoy cuarenta y pico de años después, mi hermano que está en actividad, que es piloto de Rally, tiene marcada curva por curva. La dificultad, el cambio con el que tiene que ingresar, la velocidad. Y en 1974 mi viejo no había hecho el camino completo.
¿Entonces estabas en Chubut cuando empieza a hacerse el Gran Premio Histórico?
El Gran Premio Histórico yo me lo imagino después de participar en algunas pruebas de regularidad en Comodoro, en Buenos Aires, en Bahía Blanca. Estando acá, era fácil ir a correr a esos lugares. Pensando y adaptándolo a la idiosincrasia de la isla. Yo me lo imagino acá en Comodoro. Hago un primer viaje, como una prueba piloto con 5 amigos de Comodoro Rivadavia. En cinco autos viejos, modelo 60/70. Les explico, les muestro. Vamos a Provenir, vemos in situ y les digo lo que quería hacer. A todo esto, tenía que trasmitirles lo que era el Gran Premio de la Hermandad con -en ese momento- cuarenta años de trayectoria. Ellos me dan el primer impulso. Dicen “si, se puede hacer”. Es distinto a lo que hacemos en Bahía Blanca, porque es todo ripio. El tema de la frontera les llama la atención, pasar de un país al otro en 200km, y en el medio no hay absolutamente nada. Con el ‘OK’ de mis amigos me siento con el Automóvil Club Río Grande. Allá que no hay actividad de autos clásicos, que no se hace con regularidad, les parecía todo novedoso. Y el primer apoyo fue tibio. No fue exultante. Nadie vino y me dijo “dale, dale ¡Vamos! Hagámoslo”.
¿En qué año fue esto?
2012, marzo. Yo me voy en agosto, como muchas veces, a mirar la carrera de La Hermandad. Me encuentro con gente vieja, con algunos de esos pioneros, en esos momentos mi papá todavía vivía. Mi papá corre la primera Hermandad y la corre durante treinta y pico de años, así que vio un poco la evolución de la carrera y ahí la idea empezó a tomar un poquito más de forma. Y empecé a tener apoyo de gente que quería participar. Muchos no tenían el auto, porque decía “cualquier auto hasta modelo 99”, y en la isla y por el régimen impositivo, a los 3 o 4 años el auto se cambia y se va al continente, como dicen los fueguinos.
Me encontraba con que tenía gente que quería participar, pero no tenían autos en qué hacerlo. Tanto es así que uno de los entusiasmados es mi cuñada, y la primera edición no la pudo hacer. No conseguimos ningún auto para que pueda. El Automóvil Club Río Grande seguía con un apoyo tibio. Con un “digámosle que sí, pero nada más”. Y, el boca a boca, de taller en taller, hizo que en noviembre de 2012 juntáramos 28 autos. Lo cuál era fuera de todo deseo inicial. Yo pensé que la primera vez con 10 o 12 coches me largaba. Cuando me llaman de Río Grande y me dicen “gordo, tenemos el 20 inscripto” yo me emocioné. Porque el 20 era el número de la primera Hermandad. 20 autos largaron en el 74 la Primera Hermandad. Me parecía que 40 años después, juntar otros 20 cochecitos viejos, para hacer algo parecido, estaba fuera de todo cálculo. La verdad ese día me quebré. Y terminamos siendo 28. Así que, con el diario del lunes, cuando la gente ve, se acercan, empiezan a conocer lo que hicimos. Tuvimos apoyo de canales, de radios, de diarios. La segunda edición no fue un trámite, pero tenía una foto, tenía un video, tenía un audio, entonces era más fácil cualquier gestión.
Ir a venderlo era mucho más sencillo, digamos
Exacto. Si se quiere, fue arriesgada la primera. Porque yo les hablaba, y me dicen que le ponía mucho entusiasmo a gente que no sabía lo que iba a hacer. A esos primeros 27 autos, más el mío que fue el 28, les estoy sumamente agradecido porque hicieron algo que no sabían. Es muy difícil animarse. Tengo un amigo que compró un R12 y me dice “bueno ¿y ahora?”. Y, ahora tenés que usarlo. Y dice “pero vengo de manejar caja automática los últimos diez años”, y yo le digo bueno, volvé en el tiempo. Y así se fueron dando situaciones lindas, como que recuperaron autos de carrera. Que corrieron la Hermandad en los años 80. Eran gallineros, arrumbados en un galpón lleno de tierra, con faltantes, y terminaron casi volviendo a su condición original. Año 80, jaula butaca, cinturones finitos, cascos abiertos. Y los pusieron en marcha. Y fueron y volvieron a Porvenir, eso era una consecuencia no imaginada de la idea original.
Tu papá, que es uno de los pioneros de la Hermandad, ¿llegó a ver esta primera edición?
No, porque estaba con problemas de salud en Buenos Aires, pero obviamente seguía todos lo movimientos. Fue uno de los escépticos porque decía que Tierra del Fuego no tiene actividad de autos viejos. No tiene regularidad, no hay autos; si uno quisiera, y tuviera el dinero, tampoco están los autos disponibles para comprarlos. Entonces me apoyaba, claro. Era el hijo mayor, pero no era algo exultante.
¿Y cuando vio lo que conseguiste?
Me dijo: “en la próxima explota”. Una vez que vio cómo salió, como muchos de Tierra del Fuego que pudieron leer un diario, pudieron mirar unos minutos de televisión, compraron mucho más la idea. Y de hecho ya vamos por la sexta, y hay cosas que no repito, ya se saben. El parque, las condiciones, que vamos a Porvenir, que volvemos. Pero bueno, fue gracias a esos 28 primeros valientes.
Pablo Riffo