Sátiras y relatos imaginarios sobre elementos, personajes y vivencias cotidianas de nuestra sociedad y el universo.
HOY: El misterio de las botellas amarillas
Recorriendo las rutas de nuestra isla, más de una vez me he encontrado con ciertas botellas tiradas en las banquinas que llamaron mi atención. Por lo general, son botellas de plástico de distintas marcas de gaseosas, que tienen líquido hasta la mitad o un poco menos. Pensé ingenuamente: ¿habrá mucha gente que compre gaseosas desconocidas y las arroje en pleno viaje sin terminarlas porque no simpatizó con su sabor?
Al hacer un análisis más exhaustivo, comprobé que lo que contenían no era gaseosa. Era el líquido acuoso amarillento que secretan los riñones humanos.
Mientras observaba la botella que me reveló este dato, pasó un camión y su conductor arrojó otra similar cerca de donde me encontraba investigando.
¿Y por qué la gente no se detiene a orinar?
Subí a mi auto y decidí seguir al camión para entrevistar a esta persona.
Unos veinte minutos después, se detuvo a cargar combustible en la estación de servicio ubicada en la salida de Río Grande, y a comprar ocho latas de energizante. Lo increpé sobre la botella que arrojó cerca de mí. Al comienzo me amenazó y buscó provocar una situación de violencia física, pero al comprobar, después de preguntarlo muchas veces, que yo no era parte de algo que él llamó la “Asociación de los amigos de la lluvia dorada”, se relajó y comenzamos a charlar.
Le pregunté sobre cómo había empezado con esta práctica rutera desconocida para mí. Me advirtió que no era una historia elegante lo que me iba a contar, pero que era la verdad. Parece que en su primer viaje a la Patagonia, paró el camión en un lugar indefinido de la gigantesca estepa austral y bajó con alegría el cierre del pantalón para orinar. Grande fue su sorpresa cuando el viento le jugó una mala pasada y le devolvió sobre su cuerpo, todo lo que él pretendía arrojar a la tierra. “Hasta el pecho me mojé ese día, y algunas gotitas me llegaron a la barba; nadie me había dicho lo difícil que es mear en estas tierras del sur”, comentó con tristeza.
Acobardado por la experiencia, y después de charlar con un colega experimentado en una gomería de la zona, la siguiente vez que necesitó evacuar aguas en la carretera, recurrió a una botella de Gini de litro y medio. A partir de ese día su vida cambió para siempre.
Reconoció que, al principio, porque le daba pena hacer basura en la ruta, intentó buscar soluciones alternativas. Primeramente, probó con la orinoterapia: almacenaba el líquido en botellas mientras iba al volante, luego le ponía limón, y lo bebía en cualquier momento del día. Me aseguró que la ingesta diaria de orina era casi milagrosa: le quitaba el cansancio y le daba sorprendentes beneficios a la hora de la intimidad. Pero al parecer, por culpa del aliento que le quedaba, era prácticamente cero el número de muchachas que aceptaban su vigorosa compañía.
Más tarde –siempre sometido por el cruel sistema capitalista donde la eficiencia debe ser máxima y el tiempo, reducirse al mínimo– utilizó directamente pañales para adultos cuando se encontraban al volante. Dijo que eran muy cómodos, pero que los abandonó porque tuvo miedo de caer en las garras de la parafilia: empezó a disfrutar del placer de vestirse, comportarse y ser tratado como un bebé. Hasta llegó a participar de ciertas páginas de internet, buscando una “mamá”. Hoy en día, cuenta, evita usar talcos para no volver tentarse.
Este amable señor (que por razones obvias mantendremos en el anonimato) también me contó que en la ruta hay códigos secretos: ciertos juegos de luces que se hacen entre vehículos y que tienen significados especiales. Algunos sirven, por ejemplo, para avisar a otros automovilistas que tengan cuidado porque quien dirige el volante está efectuando la maniobra de líquida evacuación; otros, como los mochileros que hacen dedo en la ruta, agregan una S y una B pegadas en el cartel que dice “Cebo mate”, para avisar que podrían ofrecerse para sostener la botella.
Para cerrar la charla, le advertí que al observar el contenido de la botella que arrojó cerca mío, me resultó preocupante la tonalidad rojiza del mismo. Le recomendé que visite a un médico para evitar una dolorosa infección urinaria.
Al despedirse intentó darme la mano, pero preferí hacer una inclinación de cabeza al estilo oriental y alejarme.
En nuestras rutas patagónicas, día a día, se ven cada vez más botellas con orina brillando bajo el sol de la tarde. No juzguemos a estas personas, evidentemente se trata de gente muy perturbada.
Fede Rodríguez